En México, la represión policiaca de grupos de estudiantes originó un movimiento muy amplio, apoyado por una buena parte de los sectores populares. La noche del 29 de julio de 1968 la fuerza pública entró, después de tirar la puerta con una bazuca, al edificio de la Escuela Nacional Preparatoria, justo cien años después de haber sido fundada por Gabino Barreda. La Preparatoria era (y es todavía) un recinto de la Universidad Nacional Autónoma de México. El bazucazo a la Prepa tuvo como respuesta una marcha encabezada por el rector de la UNAM, Javier Barros Sierra. Las cosas se fueron calentando: manifestaciones, mítines, la entrada del ejército a Ciudad Universitaria… Todo esto desembocó en una matanza de civiles, el 2 de octubre, en la Plaza de las Tres Culturas (Tlatelolco), y en la prisión o exilio de estudiantes, intelectuales e incluso maestros. El escritor José Revueltas fue acusado injustamente como uno de los autores intelectuales del movimiento estudiantil, y en consecuencia fue encarcelado en Lecumberri, experiencia que se refleja en El apando (1970), novela corta de extraordinaria intensidad y crudeza, de la que en 1975 Felipe Cazals filmará una película en cuyo guión colaborará José Agustín.

Durante el movimiento estudiantil, tanto Juan García Ponce como otros autores de su generación colaboraron en el Comité Olímpico Mexicano. En su libro Trazos (1974), García Ponce reproduce tres textos sobre el movimiento, publicados originalmente en 1968: “La nacionalidad de las ideas”, “El subreino de la ilegalidad” y “El escritor como ausente”. En el segundo, fechado el 18 de septiembre de 1968, denuncia que el imperio de la ilegalidad rige al país. En esa época unos policías lo detuvieron a las afueras del periódico Excélsior porque lo “confundieron” con Marcelino Perelló, uno de los líderes del movimiento estudiantil. García Ponce relatará esta experiencia, con muchas variantes, en su magnífica novela La invitación (1972), en la que el contenido social y político se equilibra con el intimismo, el erotismo y el tema de la identidad.

Tanto el movimiento estudiantil del 68 como la masacre del 2 de octubre propiciaron la creación de una serie de obras literarias que en conjunto constituyen toda una corriente, una tendencia temática en la historia de la literatura mexicana, corriente cuya característica es su alto grado de politización, la denuncia y, en general, el empleo del realismo. Estas obras incluyen en su contenido aspectos como la protesta callejera, la militancia y las manifestaciones, así como la misma carnicería de civiles, descrita con gran maestría, por ejemplo, en la extensa novela Crónica de la intervención, de Juan García Ponce. En el título de esta obra se implica, por una parte, la intervención de un cuerpo en otro cuerpo (el erotismo, que funciona en la intimidad), y por otro, la intervención violenta de la “realidad” en la misma intimidad, tema ya tratado en la mencionada novela La invitación.

Otros libros sobre el 68 escritos aún en esa década son De La Ciudadela a Tlatelolco (1969), de Edmundo Jardón Arzate, y dos novelas de 1970: Ensayo general, de Gerardo de la Torre, y Los días y los años, de Luis González de Alba, miembro del Consejo Nacional de Huelga y preso político hasta 1971. En 1969 se publican varios textos: el poema “Manuscrito de Tlatelolco”, de José Emilio Pacheco (recogido en No me preguntes cómo pasa el tiempo); la obra de teatro Octubre terminó hace mucho tiempo, de Pilar Retes, y un libro que inaugura los ataques anticomunistas y cuya posición fue contra el movimiento estudiantil: Tlatelolco, historia de una infamia (1969), de Roberto Blanco Moheno. Pero será en los setenta cuando se multipliquen los libros (crónicas, novelas, ensayos, dramas y poemas) sobre el movimiento y la masacre del 2 de octubre. La noche de Tlatelolco (1971), de Elena Poniatowska, que abunda en testimonios, entrevistas y artículos, y que incluye un poema de Rosario Castellanos: “Memorial de Tlatelolco”, es ya un clásico en el tema. Juan Miguel de Mora publicará también varias obras sobre el 68 y la masacre. Por cuestiones de espacio, sería imposible mencionar la gran cantidad de libros que generó el movimiento, pero baste decir que después del 68 nada fue igual ni en la realidad ni en el arte, que siempre toma de la primera su materia prima para representarla de otro modo conservando, mediante la selección y combinación de elementos relevantes, las esencias del ser humano y sus procesos de transformación.