Las pasiones de la lujuria son inexorables. La lujuria exige, provoca y tiraniza.

Marqués de Sade

¡Qué pobre parecen las definiciones de la RAE ante el fenómeno de la lujuria! Definir, en este caso, es empobrecer enormemente. Dice la Autoridad de la lengua: “1. Deseo y actividad sexual exacerbados. 2. Exceso o abundancia de cosas que estimulan o excitan los sentidos”. ¿Qué sacamos de esto? Que la lujuria está ligada con el deseo sexual, que es un exceso y que se amplía hasta aquello que excita los sentidos. La etimología es más precisa y muestra dos vertientes. Una relacionada con el sustantivo luxuria (abundancia, extravagancia) que viene de luxus (dislocado) en relación con las luchas greco-romanas donde los hombros se dislocaban; es decir, algo fuera de su lugar.

En la antigüedad latina no se le asoció con lo sexual, sino con el derroche y la ostentación, sólo a partir de Agustín de Hipona, en el siglo V, adquirió el sentido de lascivia o desenfreno sexual. Acotemos aquí el término de lujuria al de lascivia. El psicoanálisis, por su parte, retomó el de libido para hablar de la energía primera de tipo sexual. Para nuestro propósito aquí sólo rescato del freudismo la idea de que en el ser humano no existe el instinto, puramente natural, sino la pulsión conformada por lo cultural. En realidad, sólo tantearé este terreno movedizo para relacionarlo con la búsqueda de su exacerbación que se da en la sociedad de mercado.

Resulta indudable que la sexualidad en el ser humano no es puramente un impulso físico de sobrevivencia, sino también una fuente de placer físico y psíquico que se extiende desde las relaciones más primitivas hasta aquellas más sofisticadas; desde su cancelación hasta su exacerbación; desde lo “normal” hasta diversas aberraciones; desde la práctica solitaria hasta la grupal; desde la relación de afecto e intimidad con alguien hasta la más despersonalizada; desde el acto consentido hasta las diversas violaciones del otro.

En las diversas culturas la pulsión sexual se ha delimitado de diversas maneras. Sea a través de tabús religiosos muy primitivos hasta sistemas morales más complejos. También ha variado la rigidez y extensión de la limitación. La sexualidad también se ha encauzado a rituales de fertilidad, por ejemplo, en algunas tribus la eyaculación tiene lugar sobre la tierra. Entre los tabús más universales está el del incesto. Los límites más estrictos prohíben la masturbación o sólo permiten ciertas posiciones sexuales con el cónyuge o limitan los días en que pueden mantenerse relaciones. Entre más estrictos son los límites más pueden llevar a aberraciones de pensamiento o acción. Sin embargo, en ciertas variantes religiosas la sexualidad se utiliza para favorecer un crecimiento espiritual ya sea por una práctica según ciertas reglas como en el tantrismo o por su abstinencia como en diversos monacatos.

En la sociedad de mercado, sin embargo, los límites se han expandido. La imaginación, compañera casi ineludible de la lujuria se excita a través de anuncios comerciales en calles, televisión, revistas (basta detenerse en un puesto de periódicos), programas pornográficos por cable. Lo que antes era del dominio privado se ha vuelto público como el uso de cierta lencería como si fuera ropa externa, la exposición de los cuerpos semidesnudos (ahora también masculinos, pues hay que atraer otros segmentos de mercado), las fotos o videos pornográficos que surgen en nuestras pantallas de televisión sin haberlos solicitado para luego volverse de paga. Los límites de la sexualidad se han expandido a todo aquello que parece posible y que genera ganancias. El mercado ligado con lo sexual es muy vasto: juguetes, ropa, servicios especiales, todo el mundo ligado con la belleza corporal, operaciones, pornografía en diversos medios, y es tan rentable que conforma una de las ramas más lucrativas del crimen organizado a través de la trata de personas, que aún escandaliza a muchos, pero que otros muchos consumen y así promueven. Es como si el mundo del mercado hiciera suya la frase del Marqués de Sade que reduce la sexualidad a un acto fisiológico: “El sexo es tan importante como comer o beber, y debemos satisfacer este apetito con tan pocas restricciones y falso decoro como los otros”.

Además, opino que se cumplan los Acuerdos de San Andrés, se atienda Ayotzinapa, trabajemos por un Constituyente, recuperemos la autonomía alimentaria, revisemos las ilusiones del TLC, defendamos la democracia y no olvidemos a las víctimas.

@PatGtzOtero