A sus ochenta y un años, Óscar Oliva ingresa a la Academia Mexicana de la Lengua como miembro correspondiente. En solemne ceremonia, realizada en el Centro de Convenciones de la Universidad Autónoma de Chiapas, el viernes 17 de agosto en Tuxtla Gutiérrez, el autor de Estado de sitio (Premio Nacional de Poesía 1971), recibió de manos del Dr. en Filosofía Jaime Labastida, presidente de la institución, el documento que lo designa como nuevo académico. En su intervención, Labastida evocó los 58 años que los separa de aquellos poemas iniciales de La espiga amotinada (1960) cuando ambos autores se dieron a conocer junto con Jaime Augusto Shelley y los chiapanecos —ya desaparecidos— Juan Bañuelos y Eraclio Zepeda, a quien el propio Oliva sucede como Miembro Correspondiente.

En su discurso de ingreso, titulado “Poesía de la perseverancia”, el autor de Trabajo ilegal, poesía 1960-1984 (1985), precisó de manera contundente: “He sido y soy un hombre que día a día está aprendiendo a escribir poesía, a deletrearlas. La poesía es conocimiento, como la ciencia o la filosofía, porque siempre está construyendo y siempre se está interpretando”. En este vital quehacer, propio del oficio lírico, el nuevo académico se considera un lector experimentado, atento a los acontecimientos del mundo.

Atento a la realidad circundante y en virtud de su conciencia social, en su poemario más reciente, denominado Lasca (2017), el poeta hace un virtual homenaje a Salvador Díaz Mirón. Su ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, permite hacer una nueva lectura sobre su función lírica, tan singular, renovada siempre. Irreverente y coloquial, la obra poética de Óscar Oliva va más allá de la vitalidad cotidiana (Cf. Poesía en movimiento, Siglo XXI Editores, México, 1966; 60 pp.). Sus poemarios anteriores: Escuchar el mundo (2000), Lienzos transparentes (2003) y Estratos (2011) lo confirman, puesto que busca un replanteamiento de su expresión.

En otra oportunidad señalé que a un poeta como Oliva es imposible marcarle límites, determinarle un cauce lírico, definirlo. Por lo consiguiente, vale la pena observar sobre su obra completa, compilada en dos volúmenes —donde busca conciliar el rito de la iniciación con el del renacimiento en una especie de oroburos— denominada Iniciamiento. Poesía reunida (2015). Aquí se pueden detectar algunos registros de su voz, matices peculiares. Su universo lírico es de tal densidad que la lírica de Oliva deviene de la zozobra cotidiana y que marcha abruptamente en un discurso pleno de libertad metafórica, es tanto como pretender encerrar su corriente emotiva en un río que, desde la razón heracliteana, no es el mismo.

Oliva recopiló, previamente, su obra en un libro denominado Trabajo ilegal (1960-1982) (Editorial Katún, México, 1985; 328 pp.), cuyo trabajo está marcado por algunas mojoneras que pretenden circunscribir sus intenciones, pero que de ninguna manera lo limitan. La voz desbocada (en La espiga amotinada, FCE, México, 1960), Áspera cicatriz (En Ocupación de la palabra, FCE, México, 1965) y Estado de sitio, (Premio Nacional de Poesía 1971, Joaquín Mortiz, México, 1972), se fusionan ahora para dar paso en una nueva relación poética —no de manera cronológica— a este poemario, como el propio autor la advierte en el epílogo, que se consume y recomienza en un eterno derrumbarse para de nuevo volcar sobre la página. No es gratuito, en este sentido, ese epígrafe (“oye nacer el trueno del derrumbe”) con que abre sus páginas, tomado del tercer canto de la segunda parte de ese poema monumental, Muerte sin fin, de Gorostiza.

El estruendo es total. Evolución e involución poéticas, a la que sigue el expirar y renacer de la palabra: “Oye nacer el trueno del derrumbe,/ óyelo arrastrarse del otro lado de la palabra,/ de aquella que no se ha escrito ni pronunciado,/ la que nos duele antes de pensarse,/ la que no tendremos jamás./ Oye mi nacimiento en esa palabra,/ óyeme sin piel tratando de hablar,/ golpeando los dientes desde adentro,/ abriendo las quijadas con un palo/ para caer de cabeza con un alarido/ a los pies de estas palabras maltratadas./ Tus manos reciben ese nacimiento./ Daremos esa luz que nadie ha dado”.

Pero Iniciamiento. Poesía reunida, va desde La voz debocada hasta Estratos (2010), pasando por Lienzos transparentes (2003). Trazos fulgurantes, frente al épico versículo como “úlceras endurecidas” (Véase Lienzos transparentes) hasta llegar al verso corrido alternado con el verso breve, donde las circunstancias sociopolíticas e históricas integran “el olor de la memoria” (Cf. Estratos). Su intencionalidad expresiva lo lleva a desembocar en el ritmo de la prosa, sin soslayar el ámbito metonímico. Es decir, la poesía de Óscar Oliva deviene de la zozobra cotidiana y marcha abruptamente en un discurso pleno de libertad metafórica, de ahí el uso del verso largo, para articular su densa respiración. El recorrido va desde la iracundia verbal hasta la ternura.

Erótico y sensual, este autor vuelve una y otra vez a la posesión del lenguaje, donde la función expresiva y comunicadora cobra nuevo sentido. De esta manera forja una voz que se vuelca sobre sí misma. Evolución e involución lírica, a la que sigue el expirar y renacer de la palabra. Siento que en este volumen hay mucha mayor “violencia organizada”, como refería Juan Bañuelos en esa declaración de principios de su obra inicial, que en la propia tarea lírica del citado Bañuelos. Y es que la iracundia verbal de Oliva da paso a la ternura, a las circunstancias sociopolíticas e históricas. Oliva es un cronista que describe recuerdos e invocaciones, pero también observa, muy de cerca, el propio oficio poético, lo cual me interesa destacar. Ya en La voz desbocada se palpa ese sentimiento que se desgarra en el afán de expresión y comunicación (y comunión si se quiere) con los seres y las cosas. Si Áspera cicatriz, en tanto libro independiente constituye el dialogar de los sentidos con los sucesos y acontecimientos sociales, como dije ya en otra oportunidad en el suplemento cultural que dirigía Luis Spota (V. “Oscar Oliva: un poeta que se avizora a sí mismo”, diciembre 14 de 1980), Estado de sitio es poesía volcada sobre el espacio literario.

A pesar de su enorme contenido político y su intencionalidad amorosa, constituye una constante introversión sobre la problemática de la palabra, de su función y ejecución. Poemas reflexionados. Poesía refleja que marcha a la par —en su propio corpus semántico— de su proyección y concreción. De esta manera en Estado de sitio, incorporado en forma temática a este recuento, la imagen se multiplica en su propio reflejo, frente a la realidad histórica. Erótico y sensual, Oliva vuelve una y otra vez a la posesión del lenguaje, donde la función expresiva y comunicadora cobra nuevo sentido al incorporar al poema el empleo de flechas, círculos y otros símbolos comunicativos, pictóricos y tipográficos. Su intencionalidad expresiva lo lleva a desembocar en el ritmo de la prosa, sacrificando muchas veces la imagen. El verso es largo, cual versículos; de esta manera, su respiración se vuelve más densa. Las enumeraciones, por otra parte, son golpes, peñascos que caen y golpean con violencia.

En su conjunto, Iniciamiento. Poesía reunida, es demostrativo de lo anterior. Lo novedoso, aparte de agregar nuevos poemas, como el referido a los muchachos de Ayotzinapa, es la relación que adoptan sus libros anteriores, esfumados prácticamente en ese hermoso objeto que es este libro. Independientemente de sus contenidos sociopolíticos, insisto, estos dos volúmenes destacan a un poeta joven aún, con una poesía que se vuelve hacia sí misma.