…el sollozar de tus mitologías,

la Malinche, los ídolos a nado…

 Ramón López Velarde

 El 8 de octubre de 1919, López Velarde lamentaba aún la partida de su amigo, un año después de su temprana muerte, casi hermano, el joven pintor hidrocálido Saturnino Herrán Guinchard [1887-1918]; una riesgosa cirugía segó la vida de un poeta de la policromía, del pintor cuyo trazo revolucionó el arte nacional plasmando la mexicanidad que el zacatecano supo engarzar a través de una voz autentificada por un irrefutable e íntimo amor patrio.

Hijo de don José Herrán y Bolado, uno de los más conspicuos prohombres de Aguascalientes, quien fuera tesorero general del estado, profesor en teneduría de libros, inventor, dramaturgo y político, lo que garantizó una vida burguesa a la familia que formó con Josefa Guinchard Medina, descendiente de un franco-suizo que llegó a nuestro país y fundó una hacienda en esa entidad a la que uno de sus herederos, don Miguel Guinchard, llegó a gobernar de 1879 a 1881.

El destino obligó a la familia a trasladarse a la capital de la república, al ser llamado don José a desempeñarse como diputado suplente en 1902, cargo que ocupó por un año, ya que en 1903 falleció súbitamente y dejó a su familia en una difícil situación, la cual fue superada por la tenacidad de su viuda, quien facilitó en 1904 el ingreso de Saturnino en la Academia de San Carlos, en donde la destreza del joven huérfano le permitió ser integrado al grupo de avanzados que tutelaba el maestro catalán Antonio Fabrés.

Su paso por ese centro de arte le permite ir adquiriendo una personalidad característica, moldeada por la influencia de Germán Gedovius, de quien aprende el oficio, centrando su producción en retratar trabajadores humildes, agobiados por las carencias, lo que además le lleva a ejercer una velada crítica a una dictadura política cuya senectud se vanagloriaba en sí misma, reprimiendo los atisbos de modernidad que clamaban los miembros del Ateneo de la Juventud que frecuentaba el pintor.

En ocasión del centenario de la Independencia, el joven pintor es invitado a participar en dos exposiciones: la primera en febrero y la segunda en el mes de septiembre, organizada esta última por el joven socialista Gerardo Murillo, el reconocido Dr. Atl.

Desde su estudio de la calle de Mesones, el pintor será testigo desde la Decena Trágica a la revuelta carrancista, y del activismo de su amigo Murillo a la versificación lopezvelardeana; todo ello lo traduce en ese “colonialismo vernáculo” que tanto el poeta como el pintor comenzaron a expresar en sus obras.

En este contexto se ubica la creación más representativa de Herrán: su tríptico Nuestros dioses, en cuyo panel central, ese “sollozar de las mitologías” al que se referirá López Velarde, se plasma en la fusión pictórica de Cristo sobre “un ídolo a nado”, la Coatlicue, inspiración que también literariamente habría expresado el poeta zacatecano en una obra casi póstuma: La suave patria, a la que ambos artistas amaron “no cual mito, sino por tu verdad de pan bendito”.