El laicismo mexicano está siendo abandonado. Separada del poder público desde la revolución de Ayutla, la Iglesia católica promovió y apoyó la imposición de un monarca por los ejércitos franceses, readquirió poder en el porfiriato y por orden papal se negó a reconocer la Constitución de 1917 y el poder civil, para lo cual organizó y dirigió la rebelión cristera, la misma que Juan Pablo II pretendió legitimar haciendo santos a decenas de fanáticos que mataban a quien no comulgaba con ellos.

Los crímenes de Gustavo Díaz Ordaz fueron vistos con disimulo por una parte de la jerarquía eclesiástica e incluso con el apoyo abierto de no pocos obispos y sacerdotes, quienes cegados por su anticomunismo elemental veían en cada estudiante a un enemigo de la religión. De ahí que el archirreaccionario Octaviano Márquez y Toriz, arzoobispo de Puebla, le llamara a Díaz Ordaz para respaldar sus medidas criminales, mientras en la población de Canoa, en la misma arquidiócesis, azuzados por el cura del lugar, los fieles linchaban estudiantes.

Con Carlos Salinas de Gortari se reformó la Constitución para que las Iglesias tuvieran personalidad jurídica y pudieran adquirir bienes legalmente —antes lo hacían de manera ilegal—, mientras que se establecían relaciones diplomáticas con el Estado Vaticano, lo que implicaba una seria contradicción, pues el clero local recibe órdenes directas del pontífice romano, y no solo en asuntos religiosos, lo que representa una injerencia inaceptable.

Desde entonces, Estado e iglesia católica viven en feliz concubinato aunque, como en toda pareja, no faltan pequeños conflictos que generalmente se resuelven en lo oscurito. El idilio, por supuesto aplaudido por el PAN, partido católico tradicional, ahora cuenta con el aberrante apoyo de Morena, partido que se supone de izquierda.

El presidente electo, emulando a los gobernantes conservadores del siglo XIX, escribió al Papa pidiéndole su intervención en asuntos internos que solo competen a los mexicanos. En esa línea, el exfutbolista Cuauhtémoc Blanco, llegado a la gubernatura de Morelos con el apoyo de Morena, antes de asumir el cargo asistió a un Te Deum ofrecido en la Catedral de Cuernavaca, como en los felices tiempos de Iturbide y Maximiliano.

Lo paradójico es que el hombre que gobernará México a partir del primero de diciembre repetidamente se ha declarado juarista, aunque el luminoso ejemplo del Benemérito esté siendo relegado al rincón de los trebejos como algo inútil e incluso perjudicial para el futuro gobierno. Cuidado.