El pasado 25 de mayo se cumplió el 94 aniversario del natalicio de Rosario Castellanos, precursora del feminismo en México. Un buen motivo para rendirle homenaje a través de la memoria de sus obras, en el que trasluce, aún hoy, la vigencia de su pensamiento.

Aunque nació en la hoy Ciudad de México, en el año de 1925, Rosario Castellanos se decía chiapaneca, si no por nacimiento, sí por una raíz más profunda, la del inconmensurable amor y devoción que profesó por esa tierra y por su gente. Tanto que afirmó: “yo no soy mexicana, soy chiapaneca, comiteca y mi nacimiento en el Distrito Federal fue un error geográfico”.

Su infancia y adolescencia transcurrieron en la ciudad de Comitán, de donde eran oriundos sus padres, cuyo entorno y las vivencias que ahí tuvo, habría de volcar, en un tono casi autobiográfico, en varias de sus obras.

Filósofa, narradora, poetisa, periodista y diplomática, reconocida por muchos como la escritora mexicana más importante del siglo XX y sin duda una de las figuras más representativas del feminismo latinoamericano, sin dejar de lado otro de sus grandes temas, la discriminación de los indígenas.

Poseedora de gran intuición, descubrió desde su temprana infancia el significado de nacer mujer, como nos lo revela en su ensayo Despertar de la Conciencia Feminista: “yo pertenecía a este tipo de niños que usan prematuramente anteojos, son precoces, aman las palabras y la sinceridad, con un último agravante: era niña. Y tal vez consciente de mi culpabilidad doble, pedía constantemente perdón por mi presencia escondiendo las manos detrás de la espalda y los pies debajo de la silla.”

O cuando en el artículo que titula Entre Pedir y Dar: Los Caminos de la Providencia, escribe: “No olvide usted, ni por un momento, dos circunstancias: yo era niña y vivía en Comitán, Chiapas… Lo que daba por resultado que en mi futuro no había más que una sopa. Cuando yo fuera grande yo iba a ser mujer.”

 La claridad de esta percepción la acompañó a lo largo de su vida, al escribir años más tarde: “yo soy señora: tratamiento arduo de conseguir, en mi caso, y más útil para alternar con los demás que un título extendido a mi nombre en cualquier academia.”

Rosario no se convirtió al feminismo, simplemente, ése era su espíritu. Sus vivencias y experiencias, aunadas a su agudeza y penetrante observación, alimentaron ese espíritu hasta tornarse en honda convicción, la que mantuvo y orientó a lo largo de su vida e impregnó toda su obra, desde su tesis para obtener el grado de maestría en filosofía bajo el título de “Sobre Cultura Femenina”, a la que siguieron múltiples escritos en los que hace de la mujer y el feminismo su tema central.

Es a propósito de esta obra que Marta Lamas (en “Rosario Castellanos, feminista a partir de sus propias palabras”) señala: “esa tarea que Castellanos emprende con eso que califica de ‘intuición’, la acompaña de un ejercicio irónico de erudición, y así coincide con lo que también señala Simone de Beauvoir: la diferencia que vemos socialmente entre las mujeres y los hombres no se deriva de la biología o de una incapacidad congénita, sino de un encauzamiento distinto de la energía y el espíritu. Para los varones, la producción de cultura es la vía para trascender en el mundo, mientras que la maternidad lo es para las mujeres. Su perspicacia feminista guía su pluma y la lleva a elaborar una reflexión que gira principalmente en torno a los efectos del mandato cultural de la feminidad en las mujeres”.

Una mujer de excepcional lucidez, fluidez de pensamiento y de palabra para interpretar la realidad, desde los hechos cotidianos hasta la complejidad del México en el que le tocó vivir. Dibuja las circunstancias de la mujer mexicana con un lenguaje llano, con esa perspicacia e ironía que le caracterizaron.

Son casi 100 años desde su nacimiento y ha transcurrido casi medio siglo desde su trágico fallecimiento y la lectura de su obra sigue impactando por su vigencia; aún nos sorprende reflejarnos como en un espejo en alguna de sus geniales descripciones o descubrir en ellas una realidad que todavía es presente.

Como por ejemplo, el tema que hoy llamamos “conciliación de la vida laboral y familiar” y que Rosario nos plantea a propósito del relato de la señora Golda Meir en una reunión a la que nos dice asistieron únicamente mujeres y en el que apunta a dos formas de vida que parece que se excluyen: la del “hada de hogar” (expresión que tomó de Virginia Woolf) y la del ser humano libre que elige una carrera para realizarse y cumplirse (en Feminismo en Israel: Las golondrinas y el verano).

Uno de los ensayos más ilustrativos de su pensamiento en torno al feminismo, es ese emblemático discurso que pronunció con motivo del Día de la Mujer en 1971: “La abnegación: una virtud loca”, en el que Marta Lamas refiere encontramos a una feminista que ha madurado y pulido ideas que venía germinando desde los años cincuenta y que luego de cuatro lustros de aguda observación, de intensa reflexión y una abundante producción literaria, “cuajaron en unas palabras que conmovieron o irritaron profundamente a las presentes

De este escrito, vale la pena transcribir algunos fragmentos: “…el sexo, lo mismo que la raza, no constituye ninguna fatalidad biológica, histórica o social. Es sólo un conjunto de condiciones, un marco de referencias concretas dentro de las cuales el género humano se esfuerza por alcanzar la plenitud en el desarrollo de sus potencialidades creadoras… Si nos proponemos construir un feminismo auténtico pero, sobre todo, eficaz, tenemos que partir de otros postulados, el primero de los cuales sería la investigación acuciosa, el conocimiento lo más exacto y puro que pueda alcanzarse del complejo de cualidades y defectos, de carencias y de atributos, de aspiraciones y limitaciones que definen a la mujer… Cada día una mujer —o muchas mujeres— (¿quién puede saberlo puesto que lo que ocurre, ocurre en el anonimato, en la falta de ostentación, en la modestia?) gana una batalla para la adquisición y conservación de su personalidad. Una batalla que para ser ganada, requiere no solo de lucidez de la inteligencia, determinación en el carácter, temple moral, que son palabras mayores, sino también de otros expedientes como la astucia y, sobre todo, la constancia. Una batalla que al ganarse está gestando seres humanos más completos, uniones más felices, familias más armoniosas y una patria integrada por ciudadanos conscientes para quienes la libertad es la única atmósfera respirable y la justicia el suelo en el que arraigan y prosperan, y el amor el vínculo indestructible que los une.”

Es mucho lo que queda por decir de la obra de Rosario Castellanos, sea este modesto homenaje una invitación a leer o releer sus obras, y una nueva oportunidad de reflexión.

Ministra en Retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

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