“Para que un espectáculo merezca la aprobación
es preciso que se amolde a nuestras inclinaciones”.
J.J. Rousseau

 

A fines de 1906, la sociedad capitalina se agitaba ante la inminente apertura del Parque Luna, el primer centro de diversiones “a la altura de Nueva York”, signo de modernidad capitalina en contraposición al viejo concepto de parques y palacios europeos destinados al esparcimiento de sus habitantes.

Este complejo conformado por 32 “atracciones” –entre ellas una Montaña Rusa, una Teatro de Vodevil, así como restaurantes y otras atracciones mecánicas e histriónicas– se ubicó entre las avenidas Chapultepec, Paseo de la Reforma, la traza de lo que es ahora la calle de Toledo, la confluencia de la Calzada de Tacubaya y la actual avenida Veracruz, perteneciente ya en ese momento al fraccionamiento de la incipiente colonia Roma.

Tanto la concepción del espacio como el contenido de las atracciones se asemejaban al Luna Park de Coney Island, inaugurado en 1903 por Frederic Thompson y Elmer Dundy en esa isla perteneciente a la metropolitana Nueva York, empresarios que tras el éxito de su proyecto recreativo, decidieron generar una franquicia para extender su concepto a otras capitales del mundo.

A fin de competir en contra del Circo Orrin, cuyas exitosas temporadas le habían convertido en la principal distracción de los capitalinos, un grupo de inversionistas capitalinos se interesaron por crear el Parque Luna en México, centrando el espectáculo principal en el promotor de esta idea, el prestidigitador Fregoli Vargas, quien con sus juegos de manos y trucos cada domingo lograba llenos completos.

El 3 de mayo de 1907, y pese a la crisis económica que se vivía en el mundo, nadie quiso perderse el espectáculo del Gran Babcock, que a bordo de una bicicleta “desafía impertérrito al abismo y triunfa por su prodigiosa habilidad”, como afirmaban los periódicos de la época.

Con el fin de visibilizar sus lazos estadunidenses, a partir del 4 de julio de ese mismo año, la Embajada del vecino país organizaba allí las fiestas de la independencia con una Kermesse a la que acudía Díaz, su gabinete y las más connotadas familias de la capital del México porfirista.

También el Centenario de nuestra gesta independentista fue motivo para generar un “ambiente patriótico” en el famoso parque, el cual impresionó a las legaciones extranjeras que acudieron a los actos oficiales preparados para tal efecto por Díaz.

Los días de gloria del parque declinaron con la irrupción de la Revolución Mexicana, y prácticamente al finalizar la segunda década del siglo XX el Luna ya se encontraba en tal abandono que su predio se fraccionó; en 1925 se inició la construcción del edificio central de la Secretaria de Salubridad, soberbia construcción decó que hoy aún distingue al Paseo de la Reforma.

Tal y como afirmó el padre del Enciclopedismo, Jean-Jacques Rousseau, mientras que el Parque Luna se amoldó a las inclinaciones de una época, éste mereció la aprobación de la sociedad capitalina, mientras que sus generaciones futuras luego lo sumieron en el olvido.