“La dignidad no puede describirse;
pero su rostro es fresco y redondo…”.
Goethe

 

Tras casi 500 años de injustificado abandono, a finales de enero de este año 2020 las y los vecinos del viejo Barrio de Santa María la Redonda pudieron obtener el espacio digno que les corresponde como entorno vivo en la historia urbana de México-Tenochtitlán.

Si bien es cierto que la suntuosidad o el boato de los barrios gobernantes nunca fincaron sus reales en este espacio destinado al asentamiento de los pescadores y cesteros que habitaron una de las márgenes del islote con la Lagunilla, no es menos cierto que su decoro y dignidad sí llamó la atención de Pedro de Gante, quien en 1524 funda ahí el templo de Santa María, dependiente del Convento Grande de San Francisco.

Otro dato que llama la atención es la decisión del conquistador, Hernán Cortés, a efecto de asentar entre sus calles la Cofradía de la Santa Cruz y otorgar solares para edificar su templo, precisamente en ese barrio, parroquia que, además de competir con la asentada por los franciscanos, se convirtió en un estandarte de legitimidad conquistadora entre quienes formaron parte de dicha corporación seglar.

Pese a esos destellos novohispanos, a los que se sumaron el convento luego transformado en Hotel de Cortés, la Rectoría de San Juan de Dios, y la asignación a la parroquia de Santa María de los servicios fúnebres del popular panteón de Santa Paula, el interior del barrio fue lamentablemente olvidado y transformado en una de las zonas más abandonadas de los ayuntamientos coloniales, independientes y revolucionarios.

A pesar de los pálidos intentos del porfiriato por transformar la vida vecinal con la construcción del primer mercado público con estructura en acero, el 2 de abril, el barrio se diluyó con su integración a la colonia Guerrero y se transformó en un espacio en el que pulularon antros y salones de baile (como el mítico Salón México) o el traspatio del Teatro Blanquita y así, ya en los años 60 del pasado siglo, quedó aislado con sus penurias y abandono  entre la prolongación del Paseo de la Reforma, el Eje Central y la Avenida Hidalgo.

Pese a su riqueza urbana y social, el DDF despreció la integración de este barrio a alguno de los perímetros del llamado Centro Histórico, lo que lo sumió más en la incuria y en procesos de desintegración vecinal, mismos que motivaron aisladas acciones de particulares –Museo Franz Mayer, Museo de la Estampa, Centro Cultural La Nana, y un anhelado proyecto de recuperación del Teatro Blanquita) cuyo impacto no logró aminorar su decadencia.

Su transformación requirió de “cirugía mayor” y ésta al fin fue practicada por el actual gobierno de la Ciudad, con el programa integral de revitalización de la zona y la decisión de ampliar las banquetas de Av. Hidalgo a efecto de propiciar el placer de recorrer este perímetro de la Ciudad, cuya dignidad recuperada puede describirse parafraseando a Goethe, pues es un rostro urbano fresco el que hoy refleja el barrio de Santa María la Redonda.