El presidente López Obrador desliza, cada vez con más frecuencia, que se prepara un golpe de Estado contra él. “Si dejo de dar las mañaneras”, —afirmó recientemente— los medios a los que no damos publicidad “nos tumban”.

Se siente perturbado por el fracaso de su gobierno, perseguido por  enemigos que él mismo ha inventado, acosado por los errores de un gabinete soberbio, inexperto e ineficaz.

Los espectros de Palacio son los muertos y los enfermos que caen desmayados en las filas de los hospitales públicos por falta de medicamentos o fallecen por el suministro de fármacos contaminados por médicos improvisados.

Retumba en los muros de la residencia presidencial el lamento de los moribundos:  ¡Nunca jamás, y nunca es nunca!, un gobierno había sido el causante de esta especie de holocausto.

Nunca se había supeditado la vida y  la salud de millones de mexicanos a los cálculos fantasiosos de un presidente poseído por la posverdad, por el engaño.

A la “austeridad franciscana” ya se le cayó el hábito. El histórico subejercicio de 2019-2020 comienza a matar hombres, mujeres y niños enfermos. Esos son los espectros que podrían cobrar vida para dar un golpe de Estado.

En el despacho presidencial ya apareció el “Cisne Negro”, lo inesperado, y su inquilino ha comenzado a ver en el centro de la sala un cadáver que se parece a él.

El “Cisne Negro” –concepto del escritor Nassim Nicholas Taleb– empieza a tomar forma de insurgencia. López Obrador, como en la obra sobre el tirano Macbeth, siente que el peligro está cerca porque, como le dijeron las brujas al personaje de Shakespeare, si el bosque  se mueve es que ha llegado el fin.

El paro nacional #UnDíaSinNosotras es visto como el bosque. La alucinación persecutoria ha convertido, sin embargo, una causa justa, remediable, en ataque. El mesías, el que ganó con 30 millones de votos, el autócrata no puede aceptar que un movimiento de género esté fuera de su control y voluntad.

Pero hay otros “cisnes negros”. Son los cientos y ya miles de estudiantes de medicina, solidarios con sus compañeros asesinados, que se van sumando a los largo y ancho del país para gritar: “¡Ni una bata menos!” “¿¡Por qué nos asesinan!?”

Apariciones que hacen regurgitar en la garganta del cerebro presidencial el movimiento del 68.

Así empezaron las cosas, tú lo sabes, Andrés, le dicen los espectros. Unos cuantos jóvenes que protestaban contra el autoritarismo del régimen llevaron a Díaz Ordaz a concluir su mandato bajo el signo ominoso de la matanza de Talteloco.

“¡Yo no soy igual a ellos, a los corruptos y represores de antes!”, acostumbra repetir. Pero, los jóvenes –como hace 52 años– han vuelto a salir a las calles y esta vez para decirle a las autoridades que ellos son las principales víctimas de una estrategia de seguridad engañosa, fracasada e inexistente.

Una extraña y oscura estrategia que perdona delincuentes y castiga, con su indiferencia, a las víctimas.

Si hace cinco décadas los estudiantes pusieron una carga explosiva y letal en el viejo sistema, hoy jóvenes y mujeres han logrado tirar 20 puntos a la “invencible” popularidad del presidente.

Entonces, ante la descarnada realidad, lo mejor es  evadirse, hacer como que no existe, mentir  o culpar a otros de lo que ocurre.

Por eso acusa al neoliberalismo de asesinar mujeres. Por eso obliga a su obsecuente subsecretario de Salud, Héctor López-Gatell, a que declare –con todo cinismo e irresponsabilidad– que hay medicamentos, cuando el desabasto está por hacer crisis.

Por eso culpa, sin pruebas, a los laboratorios de haber intoxicado a 52 pacientes y provocado la muerte a dos de ellos en el hospital regional Pemex Tabasco, cuando la “austeridad republicana y franciscana” ha dejado en la pobreza extrema a los centros médicos del país.

Por eso organiza rifas, como si gobernar fuera parecido a montar el sketch de “Manolín y Shilinsky” o el “sube Pelayo sube” en un claro desprecio por la inteligencia de los más pobres a los que ya comparó con mascotas.

Por eso escoge como “gran reto” sembrar una ceiba tropical en Palacio Nacional mientras, afuera, en las ciudades y en los pueblos, empiezan a aparecer brotes de sarampión en la población infantil por haber cero existencia de vacunas.

¿Qué más? ¿Cuántas engaños y acusaciones más para callar a los espectros? ¿Callarán? ¿Cuánto tiempo más aguantará México?