Así como una muerte recuerda otra muerte y esta muerte otras muertes, la muerte de Óscar Chávez (20 de marzo de 1935, Ciudad de México-30 de abril de 2020, Ciudad de México), fallecido por complicaciones de Covid-19, me recuerda la muerte de Juan Ibáñez (1938-2000) y esta muerte las muertes de Manolo Martínez (1946-1996) y de José “Negro” Muñoz (1909-1997), quien me comentó (me lo había dicho antes Julio Téllez García) que le brindó la muerte de un toro, en una Plaza de Toros de Mérida, a Fred Niblo, realizador de la película Sangre y arena (Blood and Sand, Estados Unidos, 1922), con Rodolfo Valentino.

Óscar Chávez fue invitado por el  realizador Juan Ibáñez para actuar en la película Los Caifanes (México, 1966-1967), al lado de Julissa, Enrique Álvarez Félix, Sergio Jiménez, Ernesto Gómez Cruz y Eduardo López Rojas. La película le sirvió para saltar a la fama, sobre todo, como compositor e intérprete musical. Pedro Candor me lo dijo, cuando laborábamos en el Canal Once: “Murió Juan Ibáñez”. En el acto pensé en su película Los Caifanes. También pensé en su película Los caprichos de la agonía (México, 1972), con Manolo Martínez. Eduardo de la Vega Alfaro, en su fichero de cineastas nacionales (Revista Dicine No. 46, página, 17, julio de 1992), comentó: “A principios de los setenta filma… un documental independiente (solo exhibido en la TV) acerca del torero regiomontano Manolo Martínez”.

Mi amigo, maestro y querido papá Julio Téllez García también comentó: “Nos presenta a un Manolo Martínez desafiando permanentemente la muerte dentro y fuera del ruedo. Obra onírica, representa la incorporación al cine del intelecto más sofisticado, casi siempre adverso a la fiesta brava.”

Emilio García Riera había escrito: “El director Ibáñez trata de huir de los lugares comunes de las películas taurinas, al grado de evitar en la banda musical (A CARGO DE ÓSCAR CHÁVEZ, lo pongo con mayúsculas) los esperados pasodobles.”

Por su parte, en su libro Los toros en el cine mexicano, Paco Ignacio Taibo I da cuenta que en la película de Juan Ibáñez, Divina palabras (México, 1977), “se ofrece una breve secuencia de dos toros peleando entre sí.”

Vale la pena trascribir la opinión de Julio Téllez García, productor y conductor de la Serie de Programas Toros y Toreros, de 1974 a 2014, aparecida en el No. 5 de la Revista ipn ciencia, arte: cultura, en el año 1967 sobre “Los Caifanes o la intelectualización de los ‘peladitos’, es un intento de llevar, renovados, a la pantalla viejos temas y viejos personajes populacheros que encontraron en Alejandro Galindo e Ismael Rodríguez sus máximos creadores.

Aderezada con ribetes filosóficos y reminiscencias de juergas cabareteras en el ámbito nocturno del México de los años 50 y marcada por una notable influencia felliniana, Juan Ibáñez ha logrado una obra que se destaca por su modernismo, en contraste con nuestro cine tradicional que se basa en el abuso continuo del peor teatro filmado. Creo sin embargo que lo más importante de la película (además del buen manejo de los actores, sobre todo Sergio Jiménez [¡no menciona a Óscar Chávez!], una gran presencia), es el propio director, quien llegó al cine con verdadera presencia cultural y oficio cinematográfico, después de pasar largas jornadas en cinematecas, cineclubes, filmando comerciales y en tertulias de gente culta. La llegada de Juan Ibáñez al cine significa el triunfo de una nueva generación de intelectuales que se han formado en la práctica constante del teatro universitario.”

 

Las alusiones a la muerte, en Los Caifanes, es anticipo de la que fue una de las temáticas preferidas del realizador: lo macabro. Déjenme decirles que la fiesta brava tiene su parte macabra, por mucho de colorido y de alegría que se le quiera llenar. En Los caprichos de la agonía, la muerte invisible ronda siniestramente al matador. Volviendo a Los Caifanes, el Santa Claus Borracho (Carlos Monsiváis) es un personaje delirante y patético que causa risa y, después, inevitable compasión. Un marginado muerto en vida.

Sí, la muerte de Óscar Chávez me hizo recordar la muerte de Juan Ibáñez, de Manolo Martínez y de José “Negro” Muñoz. Aquí le rindo culto y pleitesía al “Negro”, con alegría. Viéndote ahí, vendiendo fritangas fuera de la Monumental, ¿quién sabía de tu inmensa torería? Lo supe por Julio Téllez García, antes de que nos ofrecieras preparada ambrosía. Bordaste el toreo ante Fred Niblo y aficionados y, ¿quién sabe ante cuanta más cristiandad y morería? Interpretaste a poetas, con tu propio estilo, haciendo retumbar los talleres de la prosa enerva de antiguos Quevedinos y gongorinos. Escuchaste el cante de aquí, tierra novohispana, en la que juglares y toreros siguen danzando al son de la guitarra y al embiste de los toros bravos.

Leyendo, aprendiste la poética romancera, agolpada por tu potente voz, reconstruida en mi memoria, formando una galaxia de estruendosa glosa. Mascullando, repetías los versos en soplos elevados, invocando a Lorca, Alberti, Hernández, Leduc… Tu larga vida, no exenta de flamenquería, viajes,  corridas tropicales, santo y seña de revolucionarios tumultos, cultivando el toreo y la poesía, huele a sangre de toros, perfumando el recinto en que la Diosa Arte aposenta delirante, rodeada de liturgia febril y rutilante.

 

Fuiste ‘condenao’ a vivir en el ‘sertao’, mas tu inconfundible figura salamantina, del bajío mexicano, de origen criollo hispano, piel canela y blanca cabellera, te ayudó a volver a la vitrina y quien te escuchaba y preguntaba por ti se le decía: Es la voz del “Negro” Muñoz, torero de leyenda, oficiante de misas, con cante jondo y sesión ritualizante. Es la voz del pueblo, la potente, espirituante, la torera de la brega, policromante, la esparcidora de poesías castizas y criollas que, al unísono de ella misma, es bohemia y tronante, por hacer retumbar las conciencias dormidas.

No sabía que Manuel Rodríguez Lozano dibujó tu vigoroso cuerpo, en línea o a medio tono, con clásica armonía y rigurosa proporción. Así te describió Antonio Rodríguez. Entrando a matar a un toro imaginario, se te ve “Negro”, con clásica armonía y rigurosa simetría, sin rostro. La última vez que te vi vivo, nos acompañaba otro gran amigo, ya muerto: Efrén Núñez. Habíamos ido a ver torear al Glison. Se hablaba o, mejor dicho, te escuchábamos hablar de toros. Ahí me inspiré o, mejor dicho, ustedes me inspiraron, para escribir un guion cinematográfico que tengo guardado en cajón cerrado y que algún día filmaré. Se llama Bataclán. Es un viaje que emprendemos al pasado, años veinte del siglo XX, ustedes y yo, después de que se hubieran tomado un elixir para rejuvenecer, preparado con humus de vírgenes doncellas. Te recuerdo “Negro” recitando a Alberti y te imagino banderilleando, como un duende, en un cromo barroco surrealista.

Sí, la muerte de Óscar Chávez me hizo recordar otras muertes y, también, me hizo recordar canciones como “Fuera del mundo” “La Niña de Guatemala”, “Por ti” y a la bella Julissa.