“Viví, medité, me apasioné”
Serguéi Mijáilovich Eisenstein
En una conferencia, dada el 25 de octubre de 2000, en la Cineteca Nacional, Olivier Debroise (26 de julio de 1952, Jerusalén, Israel-6 de mayo de 2008, Ciudad de México) habló sobre el rodaje inconcluso, sobre el imposible montaje (el montaje fue para S. M. Eisenstein el elemento fundamental dentro de la concepción estética del lenguaje cinematográfico) y sobre los posteriores montajes del material rodado de ¡Que viva México! (Estados Unidos, 1931), poniendo, nuevamente, en boga uno de los temas favoritos de los historiadores del cine mexicano y del cine mundial, respecto a la vida y obra del célebre realizador (1898, Riga, Letonia-1948, Moscú, Rusia)): “La felicidad será la mayor causa de la desgracia, y la perfección de la sabiduría será la ocasión de la locura”, palabras de Leonardo da Vinci.
La idea de Eisenstein fue montar, como lo había establecido en su guión original, estructurado por un Prólogo y un Epílogo, cuatro historias, dialécticamente vinculadas entre sí: Sandunga, Maguey, Fiesta y Soldadera. ¡Que viva México! iba a ser una historia general de cambios de cultura, dada no verticalmente, en años y siglos, sino horizontalmente, en forma de la convivencia geográfica de los más distintos estadios de cultura, como él mismo escribió. Como sabemos, no logró rodar un solo metro de Soldadera, de los 71 500 rodados.
La cronología de su paso por México fue así: A finales de noviembre de 1930, el trío de cineastas (Grigori Alexándrov, Eduard Tissé y Serguéi Eisenstein), de acuerdo con Soyus-Kino y la compañía ruso-americana Amkino, deciden filmar una película sobre México. Upton Sinclair se ofreció producirla. El 5 de diciembre cruzan la frontera Estados Unidos-México. El 11, el gobierno mexicano autoriza el rodaje y el 14 filman una corrida de toros. El 16 de enero de 1931, vuelan de la Ciudad de México a Oaxaca para filmar los estragos de un terremoto. De paso, filman el Popocatépetl, desde el aire. De febrero a diciembre filman por todo el país. El 16 de marzo de 1932, cruzan la frontera México-Estados Unidos.
Todas las ediciones, habidas y por haber, del material rodado, desbordan la imaginación, suponen, deducen, conjeturan, formulan hipótesis, hacen soñar, pero nada le dará vida a la película, tal como la concibió su genial pasión artística, prendida por “el enervante olor del jugo fermentado de los magueyes”.
Un banquete en Tetlapayac (México, 2000) de Olivier Debroise
En el prefacio es el “despertar de pies”; pies de peones, parados o acuclillados, esperando el alba; pies acariciándose, como elipsis directa y evidente del acto sexual; pies del realizador Eisenstein, sumergiéndolos en agua para baño y, posteriormente, ceñidos en botas. Toda una apología del fetichismo escondido y, lo más seguro, una manera debroiseana de expresar la diferencia de clases: El contraste de maltratados pies morenos con finos pies blancos (para decepción de aficionados a películas y vídeos de vulgares temas gay); el contraste de guaraches y botas adornadas con espuelas de plata. Las breves tomas de la mujer indígena moliendo, arrodillada, el nixtamal en el metate, denotan, a lo Diego Rivera y a lo Eisenstein, la explotación y una exaltación a la oculta sensualidad pura del cuerpo y del alma de vírgenes a punto de ser víctimas de la tragedia: Crímenes por pasión incestuosa, en el rodaje, y rebelión por violación, dentro del episodio Maguey, de “el más bello de los filmes inexistentes”, como clasificó José de la Colina a ¡Qué viva México!
He aquí la Hacienda pulquera Tetlapayac, nos dice en imágenes Olivier Debroise, rodeada de magueyes y custodiada por volcanes. Les ofreceré una visión desdramatizada de la estancia de Serguéi Mijáilovich Eisenstein en tan enigmático lugar del Estado Mexicano de Hidalgo. Fue usada como locación para el rodaje del episodio Maguey, de su película inconclusa y, aprovechando el viaje, desmitificaré a quien fue un simple mortal de carne y hueso, pero genial, sin lugar a dudas. En el prefacio, también se nos anticipa que asistiremos al martirio de una abundante información, visual y dialogada. Los rápidos movimientos de cámara obligaron a un trabajo de edición un tanto anárquico y pesado. Escribe un eisensteiniano como yo: El colmo es esa majadera puesta en escena teatral en la que el mediocre narrador, aspirante a chistoso, pone en evidencia, ¡humorísticamente?, a los creadores de un nuevo arte de vanguardia revolucionario, al referirse a la participación de Eisenstein, con Grigori Alexándrov y Eduard Tissé, en el rodaje de una película titulada The storming of La Sarraz, en el Congreso Internacional de Cine Independiente, celebrado en el antiguo castillo de La Sarraz, en Lausanna, Suiza, en diciembre de 1929. Por lo demás, esa confusa interacción desarticulada (¿será que un espectador despistado como yo tiene que ver varias veces la película para entenderla?), entre actores y personajes de los actores, combinada con rápidos rushes de Maguey, desconcierta a quienes no conozcan la frustrada aventura de Eisenstein y sus dos colaboradores por el país de los mexica. Usando palabras de Eisenstein diría: “Hay tantas impresiones que es absolutamente imposible describir cualquier cosa… ¡Es sofocante!”. ¡Hay tantas impresiones en la película o video digital de Olivier Debroise! Como aquella en la que se habla y se discute sobre la conducta sexual de Eisenstein, en México. Peter Greenaway la pondría de manifiesto en su irreverente película Eisenstein en Guanajato (Francia-México, Países Bajos, Finlandia, Bélgica, 2015), En una defensa apasionada de Eisenstein, Emilio Garcia Riera escribió: “Alexándrov y Tissé, sus colaboradores de siempre, eran incapaces seguramente de entender los problemas de quien había compartido con ellos las contingencias del trabajo, pero no las del genio. Eisenstein debió sentirse muy solo y amenazado por riesgos de naturaleza opuesta. Su sincera convicción socialista le impedía pensar como un Óscar Wilde más, riesgo del que lo habían salvado, según él, Leonardo, Marx, Lenin, Freud y el cine”. Ciertamente, se acusaba a Eisenstein de la práctica de costumbres obscenas y homosexuales. Quiero decir que Eisenstein se me imagina un ser superior que supo sublimar su represión sexual por el camino de la actividad creadora. Fue un genio conocedor de las leyes de la dialéctica, aplicables a la expresión artística y, al mismo tiempo, un atormentado ser biológico con necesidades explosivas de orgasmos que supo controlar a la manera de un liberal sacerdote laico. Sea lo que fuere, considero que en el terreno de la conducta libidinal se portó como lo marcó su naturaleza genética y su conciencia social. ¡Que viva Eisenstein!