Por Mario Duarte Villarello

 

En la actualidad el mundo entero está inmerso en la búsqueda de una solución eficaz contra la pandemia de la COVID-19, que ha puesto al mundo contra las cuerdas. Esto nos recuerda que las amenazas provienen de lugares insospechados y pueden modificar las nociones de seguridad internacional.

Por décadas, la visión “tradicional” de seguridad internacional abarcó la amenaza que provenía de un Estado a otro en términos militares, por lo tanto, la respuesta natural era la escalada armamentista. Así funcionó durante gran parte de la Guerra Fría. Cuando ésta terminó, y ya no hubo justificación del costo de una carrera belicista, surgieron “nuevos temas” que fueron incluidos bajo una visión de seguridad internacional “no tradicional” o más amplia. Me refiero en particular a la Agenda para el Desarrollo, impulsada por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en la década de los noventa del siglo pasado, que demandaba redirigir los flujos financieros que antes de destinaban al armamentismo, a las carteras de combate a la pobreza, salud, género, alimentación y ambiente, entre otros, bajo el supuesto de que la seguridad internacional mejoraría de ese modo, erigiendo el binomio desarrollo-seguridad.

Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, la visión tradicional pareció recobrar fuerza, colocando ahora al terrorismo como el enemigo que justificaba nuevamente una escalada militar, soslayando con ello a la iniciativa del PNUD. La diferencia radica en que la fuerza inherente de los “nuevos temas” ya era tal que era imposible minimizarlos, como el cambio climático, la pérdida de la biodiversidad, el agujero en la capa de ozono, desertificación, entre otros, por centrarme únicamente en la agenda ambiental. Todos ellos entraron en los cálculos de la seguridad internacional por el potencial que tienen para generar inseguridad y conflictos. Merece aclarar que los así llamados “nuevos temas” no eran para nada nuevos, sino que estuvieron eclipsados durante décadas por la visión tradicional, es decir, la militarista. Las aportaciones teóricas de la Escuela de Copenhague son un ejemplo de que la academia proponía, ya desde inicios de los años ochenta, una revisión de los aspectos no militares de la seguridad.

Al abrir la gama de elementos que podrían constituir amenazas a la seguridad, los temas ambientales ganaron terreno en esferas no usuales a su ámbito de estudio, sino también en las áreas clásicas de la seguridad, que reconocían por fin que los efectos del cambio climático, la pérdida de la biodiversidad, entre otros fenómenos, representaban una amenaza directa a la seguridad, todo esto a partir del inicio de la segunda década del presente siglo.

Sin embargo, este avance no ha sido suficiente. Si bien es reconocida la correlación entre los problemas ambientales y la inseguridad internacional, la voluntad política no ha estado a la altura: los magros avances en cambio climático a pesar del acierto que representa el Acuerdo de París y las extenuantes negociaciones del Marco Global para la Biodiversidad post-2020 constituyen ejemplos de victorias pírricas frente a las aún altas emisiones de gases de efecto invernadero o el ritmo de extinción de especies. Recordemos que, por ejemplo, el incremento del nivel promedio del mar por el derretimiento de los casquetes polares provoca la pérdida de territorios y puede forzar la migración masiva e incontrolada de personas; o bien, la desaparición de especies pone en peligro la producción alimentaria o el acceso a componentes necesarios para la industria farmacéutica.

Los problemas ambientales son quizás el mayor reto al que se han enfrentado las ciencias políticas, en particular las Relaciones Internacionales, por su carácter intrínsecamente vinculado con la configuración de la estructura mundial, en el cual la base del sistema económico es el ambiente que, paradójicamente, es afectado de manera directa por el propio sistema. Debemos, pues, apelar a la generación de escenarios futuros en los que el panorama no es nada alentador para que ocurra la acción política. Al fin y al cabo, estos meses de confinamiento por la pandemia nos han demostrado que las amenazas no tradicionales a la seguridad internacional están presentes y el sistema mundial parece no contar con la mejor preparación para enfrentarlas.

Hoy es un virus el que nos tiene de cabeza. Mañana puede ser el cambio climático o la extinción de especies necesarias para nuestra supervivencia. Pensémoslo bien y actuemos mejor.

 

El autor es profesor de la Facultad de Estudios Globales, Universidad Anáhuac México, @MarDuVill, mdv@inbox.com