Hoy, más que nunca, es necesario pensar en ciencia y tecnología. El desarrollo científico y tecnológico juega un papel relevante como factor del desarrollo, para prueba el hecho de que países como Suecia, Austria, Dinamarca, Alemania y Japón, aquellos con los mejores Índices de Desarrollo Humano, destinan presupuestos superiores al 2% del PIB para el desarrollo científico y tecnológico.

En este sentido, México se está quedando rezagado. La inversión que nuestro país destina a ciencia, tecnología e innovación, equivale a menos del 0.5% del PIB, una diferencia importante respecto de otros países miembros de la OCDE, que en promedio invierten el 2.4%. Y si se considera a la formación de recursos humanos, también estamos muy atrasados: hay 0.7 investigadores de ciencia por cada mil habitantes, quedando por debajo de algunos países latinoamericanos como Argentina y Brasil, con tres y dos investigadores, respectivamente.

A esto hay que sumarle la reciente aprobación para extinguir 65 fideicomisos del CONACYT, y otros 26 relacionados directamente con el sustento de centros de investigación. Esto es una salida demasiado fácil a los desafíos de la hacienda pública, pues sus beneficios serán pequeños y fugaces y sin embargo tendrá costos enormes en el mediano y largo plazo.

Por ejemplo, muchos jóvenes becarios dedicados a hacer trabajos de investigación verán reducidos sus ingresos, o bien, no podrán ingresar en alguna de las instituciones afectadas, como lo son el CIDE, el Colegio de la Frontera Norte, el Colegio de Michoacán, etc. Otra consecuencia es que se van a detener investigaciones y proyectos importantes en materias fundamentales como cambio climático, desastres naturales, defensa de derechos humanos, medicina y cultura; siendo que todos ellos podrían generar cadenas de valor con un alto impacto para la sociedad.

No hay que olvidar que los recursos de los fideicomisos permitían llevar a cabo proyectos a largo plazo, por lo que eran un mecanismo de financiamiento idóneo considerando el tiempo que requiere hacer investigación; porque éste es un trabajo que necesita una gran complejidad intelectual, personal altamente calificado y, por supuesto, muchos años de trabajo.

Esto dice mucho del tipo de política pública que se está impulsando en este país, y deja ver que la ciencia y la tecnología no son una prioridad para esta administración. Una postura lamentable, porque ante la Cuarta Revolución Industrial se necesita profesionalizar a los niños y jóvenes con los conocimientos y habilidades del futuro. En las próximas dos décadas, 9.8 millones de empleos (19%) se verán afectados por el impacto de las nuevas tecnologías y los perfiles profesionales que más se requerirán en un futuro se vincularán al área STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas). Aquello relacionado con ciencia y tecnología serán generadores de valor: expertos en Inteligencia Artificial, programadores de Internet de las Cosas, desarrolladores de aplicaciones, ciberseguridad, sustentabilidad, por mencionar algunos ejemplos, profesiones que requieren de una inversión hoy para obtener resultados en el futuro.

Definitivamente, no podemos permitir que decisiones cortoplacistas, de un gobierno que solo busca mantener los programas sociales que le brindan una sólida base de votantes, nos corte las alas. Un país liderado por personas que no comprenden la importancia de la ciencia y la tecnología, ni escuchan a su comunidad científica, es un país sin futuro. No podemos ni debemos dejar que México se convierta en un país bananero sin posibilidad de desarrollo.