No tengo duda de que cuando Carlos nació, reunidas las hadas buenas decidieron otorgarle tres preciosos dones: un talento literario excepcional, el sentido del humor y una curiosidad inagotable, mucho más grande que la que, dicen, mató al gato.

Creo que esos tres dones son los que rigen su Autobiografía.  En este su primer libro (Sé perfectamente que antes publicó su antología de la poesía mexicana del siglo XX, pero, aunque las antologías han constituido en México una suerte de carta de presentación de una generación y de ruptura con el árbol genealógico de la cultura, en esa obra apenas podemos disfrutar atisbos de la escritura de Monsiváis). En este su primer libro, pues, escrito a los 28 años, según deja constancia él mismo, ya está presente la habilidad para la paradoja de tres bandas, a la manera de Wilde, o mejor sería decir que las palabras dan tres vueltas en el aire para caer de pie en la frase y provocar la sorpresa del lector, o más exactamente, del público. Porque, hay que decirlo, sus lectores se convierten, sin sentirlo, rápidamente en público, dispuesto a aplaudir, a asombrarse, a estallar en la carcajada multitudinaria, a comentar a la salida con el vecino los aciertos que más le gustaron. Y es que de alguna manera el lector no siente que esté leyendo un texto, sino que asiste a un espectáculo literario.

Yo no diría que Monsiváis es un humorista, porque esa clasificación alude sólo a la voluntad de construir un chiste o provocar una sonrisa, y en Carlos el humor va más allá del texto, para convertirse en un estilo de vida, en una visión del mundo. Si bien recuerdo muchas conversaciones en que Carlos enjuiciaba con seriedad y hasta con dramatismo, a personajes o hechos de la realidad, en especial cuando hablaba de política, nunca dejaba de romper esa tensión con un toque de humor, sea sobre sí mismo o sobre los demás, y es que tenía una aversión, una verdadera fobia por tomar las cosas en serio, por la solemnidad.

De la curiosidad como obsesión, qué más se puede decir a la vista del Estanquillo, que reúne por miles, las expresiones, o si se quiere las concreciones, la transformación en objetos de esa curiosidad inacabable que lo mismo se interesa por obras de arte, que por raras ediciones, que por carteles, fotografías, maquetas, filmes, músicas de todos tipos. Una curiosidad, además, que se extiende a conocer toda nueva discoteque, todo artista popular, todo espectáculo de masas, a asistir a las marchas políticas a codearse con los líderes, a conversar con los políticos. Solo para recordar una exageración que compartimos, hay que mencionar que en un viaje a Nueva York en el que estuvimos juntos, en sólo 7 días de estancia, vimos 5 películas, asistimos a 2 obras de teatro, visitamos 4 museos (entre ellos el gigantesco de Arte Moderno) y, por supuesto, todas las noches cenamos en Greenwich Village.

Por cierto olvidé mencionar otro suntuoso regalo de las hadas que es la monumental memoria de Carlos, que se divertía en mostrar en improvisados concursos con los amigos, lo mismo sobre poemas de escritores mexicanos, españoles, latinoamericanos o ingleses, que en canciones también en inglés y español, que en directores y repartos de películas, que en autores de distintas latitudes, que en versículos de la Biblia, que en, como cuenta en su autobiografía, los libros de la Biblia en orden inverso y reverso, y todo lo demás que a usted se le ocurra.

No he dicho, en esta presentación, que en su autobiografía precoz, como se conocieron los libros de esta pequeña colección, por cierto hoy publicada en una bella edición cuidada por Rubén Sánchez Monsiváis (editor de profesión), Carlos cuenta en general su verdadera historia, sin embargo, precisamente por el imprescindible humor, introduce algunas falsedades. Por ejemplo, nunca le dimos el chocolate con el que supuestamente interrumpió la huelga de hambre por los presos políticos, tampoco es cierta la imagen de que huye despavorido en varias ocasiones ante los amagos de violencia por su participación política. En realidad, se sobreponía a sus miedos, y no sólo en la política, sino en la vida cotidiana, era un hombre valiente, aunque, eso sí, se trataba de una valentía subrepticia, que siempre escondía, como en la autobiografía, con una apariencia pusilánime.

En su Autobiografía, ya está, no en ciernes, sino de cuerpo entero, el cronista, el crítico literario, el ensayista político, el crítico de cine, su humor y sus hallazgos literarios.

(Presentación del libro en el Museo del Estanquillo).