Solo la resistencia de la sabiduría heredada desde antaño podría sortear los aciagos días que aguardaban a ese pueblo que salió desde Aztlán y edificó en el ombligo del mundo  México-Tenochtitlan

Con los escudos fue su resguardo,  pero ni con escudos puede
ser sostenida su soledad”.

Visión de los Vencidos

 

Aquella tarde del martes 13 de agosto de 1521, el último Señor de la Palabra, el noble y joven tlatoani Cuauhtémoc, se vio rodeado por el bergantín capitaneado por García Holguín, lo que representó para el guerrero el fin de la heroica defensa de la tierra fundada por sus ancestros y, también, que justo a partir de entonces “comenzaba la esclavitud” de su valeroso pueblo.

Militarmente, los hombres y mujeres de México-Tenochtitlán y de México-Tlatelolco enfrentaron 89 días de inhumano sitio que, sumados a la hambruna y peste desconocida para este pueblo mesoamericano, diezmaron sustantivamente el número de defensores y menguaron efectivamente sus estrategias de defensa.

Día antes, cuando el descendiente de los Tlatoanis conquistadores del Cem-Anáhuac y pueblos alejados muchas jornadas del portentoso atépetl de Tenochtitlán divisó desde su antiguo dominio en Tlatelolco ondear el “Pantli” de Castilla en el Huey Teocalli colocado ahí por la escuadra a la que Cortés encomendó la toma del recinto sagrado azteca, Cuauhtémoc consultó a los ancianos sobrevivientes del cerco y de la penurias de esa guerra aderezada en contra del pueblo del sol por sus eternos enemigos, por los pueblos otrora sojuzgados a su poder político y por aquel recién llegado grupo de seres cuyas desconocidas lengua y creencias resultaban un enigma militar para los guerreros defensores de Tenochtitlán.

La sabiduría acumulada en las vidas de aquellos ancianos externó su certeza  en el abandono de sus dioses, afirmó que el periodo de “luz” del Ollin Yoliztli había concluido, y vaticinó un periodo de oscuridad en la que solo la resistencia de la sabiduría heredada desde antaño podría sortear los aciagos días que aguardaban a ese pueblo que salió desde Aztlán y edificó en el ombligo del mundo  México-Tenochtitlan, designada por Huitzilopochtli su morada terrenal y su dominio solar aquí en las tierras de Anáhuac.

Nutrido por esa fuente de sabiduría ancestral, Cuauhtémoc expresó un último mensaje a quienes defendieron la grandeza y la gloria de México-Tenochtitlan, conminándoles a ocultar en el “centro de nuestro ser, todo lo que nuestro corazón ama, y que sabemos que es gran tesoro”.

En esa bella pieza resguardada de boca en boca, el Tlatoani asediado por la guerra e infortunio, ordena a “los papacitos y mamacitas, que nunca olviden guiar a sus jóvenes, y hacer saber a sus hijos mientras vivan cuán buena ha sido nuestra amada tierra de Anáhuac”; con esas profundas palabras gestó la resistencia que por 500 años ha permitido la existencia y la gloria de la cultura mexica en estas tierras; y sorteó el desaliento emitido por aquellas voces de los vencidos, aquellos que lamentaron la derrota militar y se hundieron en la soledad provocada al apostar a la guerra la victoria que solo la pervivencia de la cultura materna garantiza.

 

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