La idea surgió después de haber visto las películas El Padre Morelos (México, 1942) y El Rayo del Sur (México, 1943) de Miguel Contreras Torres (16 de septiembre de 1889, Cd. Hidalgo o en Tajimarca, o en Cotija, Michoacán, México-5 de junio de 1981, Ciudad de México).
Viernes 19 de octubre de 1810. Hidalgo y su ejército salen de Valladolid rumbo a la capital del Virreinato de la Nueva España
El ejército, aumentado considerablemente en los últimos días, se componía, a la sazón, de ochenta mil hombres, tanto de caballería, como de infantería, malísimamente armados en su mayor parte y en alto grado indisciplinados.
Entrevista de Hidalgo y Morelos en Indaparapeo, a leguas de Valladolid
Se le presentó a Hidalgo un clérigo, pidiéndole servir en el ejército con calidad de Capellán. Díjole que él amaba, también, a su Patria y que estaba pronto a dar su sangre por ella; que desde algunos meses atrás se preparaba a la lucha, fortificando su curato de Carácuaro; que había llegado a sus oídos la proclamación de Independencia en Dolores, saludándola como el principio de una era feliz para la Patria, y que le permitiera marchar con las tropas.
La voz de aqul hombre se animaba gradualmente y, al concluir su corta y ardiente relación, su acento era tempestuoso y terrible
Los principales jefes del ejército, presentes a esta entrevista, escucháronle con silencioso respeto. Hidalgo, que había reconocido en su interlocutor a un antiguo discípulo suyo, en la época de su rectorado en el Colegio de San Nicolás de Valladolid, pidió recado de escribir y, después de trazar algunas líneas, entregó un papel a aquel hombre, diciéndole: -Seréis un mejor General que Capellán; ahí tenéis vuestro nombramiento-.
Ese papel contenía lo siguiente:
“Por el presente comisiono en toda forma a mi lugar-teniente el Br. Don José María Morelos, cura de Carácuaro, para que en las costas del sur levante tropas, procediendo con arreglo a las instrucciones verbales que le he comunicado. Miguel Hidalgo y Costilla”.
Las instrucciones verbales se referían a la organización del gobierno en los lugares que se ocuparan en lo sucesivo, a la aprehensión de los españoles y secuestro de sus bienes, para mantener la tropa y al ataque de la plaza de Acapulco. Morelos no pidió armas, ni hombres, ni dinero, y sólo admitió el nombramiento que Hidalgo acababa de poner en sus manos. En seguida, se separaron aquellos dos ilustres defensores de la Independencia, para no volverse a ver más. Morelos se fue resuelto a cumplir las órdenes que Hidalgo acababa de darle.
Campaña de Morelos en el sur de la Intendencia, durante los últimos meses de 1810. Origen de Morelos , su niñez, su juventud, sus estudios. Es nombrado cura de Carácuaro, se adhiere a la Revolución. Sus primeros movimientos
Morelos traía encendida la vasta y montuosa comarca que se extendía desde el monte Mexcala hasta las costas del Grande Océano y cuando el gobierno virreinal, más tarde, quiso destruirlo, hallóse frente a frente con el más temible y hábil de sus enemigos. La ciudad de Valladolid, que hoy se llama Morelia en honor del héroe, fue la cuna de don José María Morelos y Pavón, quien nació el 30 de septiembre de 1765. Humilde de condición, fue su padre Manuel Morelos que ejerció el oficio de carpintero en Valladolid, primero, y luego en San Luis; su madre, Juana Pavón, era hija de un maestro de escuela de la primaria de esta ciudad, en la que se conserva la casa en que nació el insigne caudillo y en la que se deslizaron sus primeros años (situada en la cuadra siguiente a la capilla del Prendimiento. Una lápida que en ella mandó colocar el ayuntamiento de 1881 recuerda el acontecimiento). La niñez de Morelos transcurrió en medio de las privaciones de la clase desvalida. Su juventud se consumió en un trabajo corporal y rudísimo para proveer a su subsistencia y a la de su madre, a la que siempre consagró infinita ternura.
Muerto el padre de Morelos desvanecióse la ilusión que la pobre viuda había abrigado de dedicar a su hijo a la carrera eclesiástica y le confió al cuidado de su tío Felipe Morelos que era dueño de una recua con la que trajinaba entre México y el puerto de Acapulco. Hasta los 30 años de edad recorrió el camino que liga a estas dos ciudades dedicado a la arriería, sin que haya noticia de que en su niñez ni en su juventud hubiese adquirido instrucción ninguna; por eso es admirable la fuerza de voluntad que demostró abandonando su antiguo y humilde ejercicio para dedicarse al estudio, cumpliendo 30 años, en el colegio de San Nicolás de Valladolid bajo la dirección del cura Hidalgo que era entonces rector del establecimiento. En 1799 se ordenó presbítero y, sucesivamente, los curatos de Churumuco y la Huacana, recibiendo a poco el nombramiento de cura propietario y juez eclesiástico de Nucupétaro y de su agregado Carácuaro, en este último lugar edificó la iglesia y trabajó personalmente en la obra.
En 1801, con los ahorros de su beneficio compró una casa en Valladolid (El señor Morelos, siendo cura de Carácuaro, la compró a don Juan José Martínez el 17 de agosto de 1801, en precio de 1830 pesos. Dicha finca, dice la escritura primitiva, está situada en la calle que baja de la plazuela del Real Hospital (San Juan de Dios) para el río Chico, fabricada en sitio de 33 varas de frente por 42 de fondo con tres accesorios, etc. Al comprarla el señor Morelos era de un solo piso, pero después la reedificó el año de 1809, según no lo ha informado el señor Lic. Francisco Pérez Morelos, pariente de aquel héroe (…), la que vendió más tarde y cuando ya combatía por la Independencia, para aliviar con el producto de la venta las penalidades de sus hambrientos y desnudos soldados.
Era Morelos de mediana estatura, robusta complexión y color moreno. Sus ojos negros, limpios, rasgados y brillantes, tenían una mirada profunda e imponente y unas cejas pobladas y unidas daban a su rostro la expresión de incontrastable energía que acentuaba más una barba vigorosamente redondeada. Su aspecto grave y hasta sañudo se modificaba, sin embargo, por una boca franca y risueña, resultando del conjunto de sus facciones ese equilibrio armónico, propio y digno de los grandes caracteres. A hora del combate, según los que de cerca lo observaron, sus ojos relampagueaban siniestros y su voz adquiría tonante inflexión para animar a las tropas; en los demás lances de la vida mostraba grande impasibilidad y su rostro sereno no rebelaba los afectos del ánimo; la prosperidad no le ensoberbecía, ni el infortunio quebrantaba su altiva y digna entereza.


