Estos días han tenido especial animación, por si hiciera falta en nuestra república jadeante, que no reposa ni desmaya. El jaleo se ha presentado en varias pistas abarcadas por el laborioso empresario de la función, que también tiene a su cargo otra encomienda mayor: la de presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos. En trance de gran animador, el primer magistrado ha provisto sus matinées con números inesperados que sorprenden (y a menudo alarman) a la nación. Vale la pena repasar la cartelera.

Vimos cómo el gran animador soslayó el drama criminal que ensombreció las elecciones de junio. De esto no hubo mucho en las matinées, aunque merecieran una reflexión estelar. En consecuencia, los partidos integrantes del bloque de contención optaron por salir de la carpa monumental y montar el asunto en otro escenario, esta vez a cargo de una instancia internacional: la Organización de los Estados Americanos. No es fácil prever la reacción de la OEA y de su Comisión Interamericana de Derechos Humanos,  pero en todo caso inquieta que la instancia política nacional  –el Gobierno de la República y quien lo encabeza–  no hubieran podido resolver a tiempo y bien un litigio político que debió quedar en el fuero interno.

En otro número de la función  –en pista colorida, con enorme sonoridad– el animador ha protagonizado una espectacular polémica con su principal adversario en las elecciones de 2018. Emergió un conflicto que nos convirtió en testigos del inédito intercambio de dicterios entre el primer mandatario y su adversario electoral. Aquél se volcó en injurias mañaneras contra el impetuoso excandidato del Partido Acción Nacional. Pregonó cargos y exhibió láminas y fotografías que ilustraran sus imputaciones. Por supuesto, el animoso panista no ha guardado silencio, como tampoco los legisladores de su partido, reunidos en torno al correligionario acosado. El novedoso lance no ha llegado a su fin, y acaso no llegará en mucho tiempo. Es parte de la cosecha que recoge quien ha sembrado vientos y recoge tempestades.

No ha faltado una ración de futurismo en la función de teatro que nos conmovió en un mes sin desperdicio. El gran animador presentó una legión de precandidatos a sucederle en el trono de la República, destacando algunos nombres y omitiendo otros, que pronto campearon por sus fueros: el líder morenista del Senado, excluido por el líder morenista de la presidencia, inscribió su pretensión en la nómina de los competidores. En todo caso, la prematura turbulencia  —que se incorporó en el programa como “número de las corcholatas”—  trajo a consideración del público un tema que modificó el calendario y generó tensiones donde no las había, o al menos no aparecían con la intensidad que les imprimió el soberano “descorchador”.

Por supuesto, no olvidamos el número estelar con el que se descorrió el telón de las novedades: la inefable revocación de mandato impulsada desde hace tiempo por el antiguo candidato morenista, que sigue siendo líder de su fracción, mejor que presidente de todos los mexicanos. El primer mandatario promueve la consulta nacional sobre la revocación, tema que dejó de ser planteamiento de los ciudadanos  —como se dijo cuando llegó al escenario constitucional—  para constituirse en exigencia de un gobernante que ha convertido la revocación en ratificación, justo en la antevíspera de la futura elección presidencial. Ya veremos cómo operan frente a esta ocurrencia los lineamientos emitidos por el INE (a falta de legislación) y la ley (será extemporánea) que en su momento dicte el Congreso de la Unión.

Hoy, en el pórtico de una nueva Legislatura federal, se elevan las novedades reclamadas por el presidente y rechazadas con firmeza —eso espero—  por los legisladores de las fuerzas políticas asociadas para oponer un dique a las ocurrencias del Ejecutivo. Se trata de los temas primordiales que éste pretende someter al Legislativo, como cuestiones mayores de su proyecto de nación, a saber: la militarización franca y clara de la Guardia Nacional (es decir, de la seguridad pública), la reversión de la reforma energética (con zonas e luz y regiones de sombra) y la reforma electoral (a modo con la voluntad del poder omnímodo, que pretende exclusividad y perpetuidad).

Llama la atención que mientras el presidente de la República anuncia que enviará al Congreso una propuesta de revisión electoral, el líder de la fracción dominante en el Senado aventure un paso adelante y someta a su Cámara un ambicioso proyecto de reformas a un sinfín de disposiciones constitucionales de materia electoral. No hemos analizado a fondo los pasos coincidentes  (¿atropellados? ¿concertados?) del Ejecutivo acerca de su inminente iniciativa y del legislador que formalizó su propia propuesta. Ésta podría operar como cabeza de playa para que ingrese la del Ejecutivo, una vez despejado el camino  —difícilmente transitable—,  o ser un nuevo reflejo de las contradicciones que despuntan en el trato entre dos fuerzas en el seno de un solo movimiento político: el morenismo, hervidero de tensiones.

En todo caso, conviene llamar la atención sobre dos puntos, entre varios, que destacan en la iniciativa del senador, y que muy probablemente descollarán en la del presidente. Dejo a salvo, por lo pronto, un sinfín de novedades (incluso en el empleo del idioma, tan averiado en los procesos legislativos) que ofrece el proyecto del senador, ampliamente difundido. Por una parte, propone la reducción drástica del número de legisladores electos a partir de listas plurinominales; y por la otra sugiere otra reducción en el número de integrantes del Consejo General del Instituto Nacional Electoral (hoy, once) y del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (en la actualidad, siete).

La idea de suprimir cien curules del conjunto plurinominal de los diputados, así como una cirugía similar en el de los senadores, tiene otras consecuencias: radicalizar la presencia del partido dominante, que irrumpiría (si persiste su abrumadora mayoría) con fuerza irresistible en la composición de las Cámaras. Así se abate la representación proporcional, que es la vía para la presencia relevante de los legisladores de oposición y que ha sido el punto de inflexión de varias reformas constitucionales a partir de la aparición de los “diputados de partido”. Este es un “tiro mayor” en la propuesta del senador y lo será en la del presidente. Pero si tal cosa prospera, la oposición habría permitido el imperio unipartidista en el seno del Congreso, con todo lo que implica en la circunstancia actual.

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Ejecutivo vs Judicial

La propuesta de reducción del número de integrantes del Consejo General del INE y del Pleno del Tribunal llega aderezada con otro planteamiento: el retiro abrupto de los actuales integrantes de ambos cuerpos, que serían sustituidos por otros de nueva designación, los ungidos por la voluntad presidencial. De esta forma, el poder omnímodo conquistaría esos cuerpos electorales y castigaría el comportamiento valeroso y democrático de los consejeros del Instituto Nacional Electoral sujetos al asedio constante, rabioso, iracundo del presidente de la República, al que incomoda la independencia que han asumido y ejercido esos funcionarios, a despecho de las arremetidas presidenciales. Para “dorar la píldora”, la iniciativa senatorial ofrece a los consejeros y magistrados defenestrados una compensación económica que mitigue las consecuencias patrimoniales de su expulsión.

Ya éramos muchos, cuando parió la abuela, reza un dicho popular. En efecto, parió. El alumbramiento trajo otros números a la pista del teatro de la nación. Por una parte, un relevo en la secretaría de Gobernación, que será desentrañado por los analistas de hoy y por los acontecimientos de mañana, y por la otra, un extraño, inquietante, insólito suceso: el asedio que un grupo de manifestantes inconformes impuso al convoy presidencial (menguado convoy de dos vehículos, desprovistos de custodia, librado a su suerte). El presidente reaccionó bien en esta pésima circunstancia que habla mal, pero muy mal, del punto al que hemos llegado precisamente cuando aquél celebra, en jubilosos spots de televisión, el primer trienio de una transformación que marcha a tumbos.

Me temo que entre el momento en que redacto estas líneas y el de su aparición en Siempre se habrán montado nuevos números en las pistas de la república. Nos distraerán de los graves problemas que aquejan al pueblo. Este es otro de los objetivos que persigue el poder omnímodo. En todo caso, los números que he mencionado bastan para revelar tanto el apetito de poder que constituye un dato central en el ejercicio de este gobierno, como el malestar que cunde en la nación. A no ser, por supuesto, que el lector tenga “otros datos”.