Agustín de Iturbide y Benito Juárez son dos figuras señeras en la historia política de México. Eso es lo que afirmaba mi Maestro don Arturo Arnáiz y Freg, en el curso de Centralismo y federalismo, que impartía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, allá por el año de 1966.

El gran historiador del siglo XIX que era don Arturo, con la fina ironía que lo caracterizaba, nos advertía: si quieren saber la tendencia política de un mexicano, pregúntele su opinión sobre Iturbide o Juárez. Si elogia a aquél y censura a éste, es conservador; por lo contrario, si alaba a Juárez y critica a Iturbide, ese es un liberal o revolucionario. Se antoja simple; lo es, pero así se presentaban las cosas hace más de cincuenta años. Ahora a pocos le importan uno y otro. ¡Qué le vamos a hacer!

Ambos personajes: Iturbide y Juárez, con sus altas y bajas; de los años que han transcurrido fueron y son elementos de definición política entre algunos mexicanos cultos.

En la actualidad al grueso de la población los tiene sin cuidado el recuerdo de ambos personajes. Ciertos sectores de la población, los mayoritarios, no tienen memoria política ni están preocupados por esa carencia. ¡Qué bueno! Pensándolo bien: ello, aparte de ser saludable, resulta ser bueno. Hay tantas cosas en que pensar en estos días, que lo que menos importa es eso que fue tema de división y de guerras fratricidas en el siglo XIX.

Independientemente de lo anterior, ni los liberales ni los conservadores tienen héroes impolutos. No se necesita buscar mucho para encontrar vicios y defectos en los héroes y anti héroes.

Ningún otro personaje de la historia de México fue tan definitorio del pensamiento político como lo fueron Iturbide y Juárez. Con esto lo digo todo: ni Antonio López de Santa Anna, Porfirio Díaz o Francisco I Madero fueron capaces de provocar una diferenciación en el pensar político del mexicano ni de provocar tanto radicalismo como lo provocaron aquellos. Ello es válido afirmarlo a pesar de que la duración del primer imperio; el encabezado por Iturbide, duró un poco más de un año.

El grueso de la información que nos llegó de Iturbide la proporciona don Lucas Alamán, que fue su contemporáneo, conoció a su familia e, incluso, lo veía como un inferior o advenedizo. Lo trató y, lo que es más, aceptó un ministerio en su administración pública. Alamán es el que casi lo elevó a los altares refiriéndonos su milagroso nacimiento, el rápido encumbramiento al poder y su precipitada caída. Nuestro Maestro Arnaiz nos refería que en alguna ocasión los suramericanos tuvieron a bien ofrecerle a Simón Bolívar la corona de emperador y que él, después de escuchar a la comisión que le hacía el ofrecimiento, se limitó a contestar: “Te conocí manzano”. Don Arturo pasó a explicarse; nos comentó que ese dicho corría también en México, sólo que con otro árbol: el guayabo.

El cuento refería que un lugareño de Venezuela tenía un manzano con un tronco recto y grueso. El cura del lugar al mirarlo, le pidió que dejara que lo cortaran y que con su tronco se tallara o hiciera una escultura con la figura y el cuerpo del santo patrono del lugar. Al inicio, por el cariño que le tenía al manzano, el dueño se negó. El cura no quitó el dedo del renglón, cada vez que veía o visitaba al lugareño le reiteraba su petición. Este, con el tiempo, cansado de tanta insistencia, accedió a que su manzano fuera cortado. Un carpintero del lugar, con su tronco, talló la figura del santo patrono del pueblo.

Pasado el tiempo, el santo representado en el tronco tallado, comenzó a obrar milagros. Los vecinos iniciaron la práctica de venerarlo y de formularle peticiones, mismas que el santo obsequiaba diligentemente. El único que no se santiguaba ni le formulaba peticiones era el antiguo dueño del manzano. Al reclamarle el cura de la razón de su indiferencia, se limito a contestar: “Lo conocí manzano.” Esa anécdota explica la razón del lo dicho por Bolívar a quienes le ofrecieron la corona.

El Maestro Arnáiz nos refería que la conseja también corría en México, sólo que el árbol era un guayabo y no un manzano.

Lo cierto es que Iturbide, a pesar de que se había “conocido guayabo o manzano”, se consideró digno de merecer la corona del imperio. Rectifico: arrebató el poder monárquico a las autoridades españolas y se autoproclamó emperador, usando como pelele al sargento Pío Marcha del antiguo regimiento de Celaya; esto sucedió en el mes de mayo de 1822. Con esa coronación dio inicio a un imperio de opereta que terminó con el fusilamiento trágico-cómico de su personaje principal en Padilla, una pequeña población del estado de Tamaulipas. Ironías de la vida, en la actualidad el lugar en donde fue fusilado se halla bajo las aguas de una presa. Ni aun ese recuerdo se conserva del efímero emperador.

iturbide

Lucas Alamán en su Historia de Méjico, cuando se refiere a Iturbide, más que un biógrafo es un hagiógrafo, como se sabe éstos son los que refieren las vidas y milagros de los santos. Ese autor, respecto de su nacimiento milagroso, refiere lo siguiente:

“Un incidente particular y que en su casa se consideraba como milagroso, señaló su nacimiento, que se verificó el 27 de septiembre de 1783, día que en el curso de los sucesos había de ser tan glorioso para él.

Habiendo sido muy laborioso el parto, al cuarto día, cuando ya se esperaba poco de la vida de la madre y se daba por perdida la del feto, la señora, por consejo de personas piadosas, imploró la intercesión del fray padre Diego Baselenque, uno de los fundadores de la provincia de agustinos de Michoacán, venerado por santo, y cuyo cadáver incorrupto se conserva en un nicho en el presbiterio de la Iglesia de San Agustín de Valladolid.

Trájosele además, la capa que el padre usaba, que se guarda como reliquia en el mismo convento, y entonces dio a luz un niño, al que por esta circunstancia, se le puso el nombre de Agustín.”

De la vida milagrosa de Iturbide, el mismo don Lucas Alamán refiere otra historia, igualmente asombrosa, que si bien es digna de ser referida no es merecedora de mucho crédito:

“Pocos meses después de nacido, el descuido de una criada estuvo a punto de causarle la muerte. Habiendo puesto indiscretamente una luz cerca del pabellón que cubría la cuna en que el niño dormía, se encendió aquél y se quemaron también tres de los cordones que sostenían la cuna, habiéndose asido, según se cuenta el niño de once meses, del cuarto, que quedó ileso, lo que le impidió caer.” (Lucas Alamán, Semblanzas e ideario, prólogo y selección de Arturo Arnáiz y Freg, UNAM, 1963, ps. 103).

El mismo autor, que conoció personalmente a Iturbide, que lo veía como un inferior, pero que aceptó ser su ministro, cuenta otras historias; también hizo referencia a su carácter: vicios, virtudes y méritos. Hay imparcialidad en sus juicios, verdad en su relato y decepción en el personaje.

Don Emilio Rabasa, que estuvo muy lejos de ser partidario de Iturbide, habla pestes de él. Lo hace responsable del fracaso democrático con el que México inicio su vida independiente:

“… el golpe de Estado de Iturbide, no sólo tuvo el efecto inmediato y pasajero de disolver un congreso, sino el trascendental y duradero de destruir en la conciencia pública el principio fundamental en que había de sustentarse la organización política de la Nación.

Como si esto no bastara para prostituir la idea de la representación nacional y hacerla despreciable á los ojos de los pueblos, Iturbide creo de propia autoridad la Junta Instituyente, reunión de representantes de las provincias que él mismo  designó de entre sus adictos, asamblea que debería llenar ciertas funciones legislativas mientras ser reunía un nuevo Congreso; pero que de hecho iba á constituir al país, y que llegó a formar el proyecto de una constitución provisional Así fué cómo por dos actos por dos actos sucesivos y cuando se iniciaba en el espíritu público el respeto á la autoridad investida de los poderes de la Nación, Iturbide destruyó todo principio de autoridad suprema, y quitó los fundamentos de la suya propia, primero atentando contra la representación investida del poder nacional y después usurpando ese poder para la investidura de una asamblea sin origen legal ni autoridad alguna. La idea democrática fué así destruida en germen; la fe en os principios que la alimentan vaciló desde entonces.” (La constitución y la dictadura, México, 1912, ps. 12 y 13).

Iturbide, al inicio de la vida independiente del país, destruyó las instituciones públicas y la confianza de los mexicanos en las instituciones, tanto jurídicas como políticas. Los cargos que le formuló el Maestro Rabasa no son leves; la responsabilidad en el fracaso político de México en sus inicios que le atribuye es directa; y las consecuencias nocivas han sido duraderas y graves. Iturbide, históricamente es un antihéroe.

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