A casi tres años de cumplir la primera cuarta parte del siglo XXI, es claro que el Talón de Aquiles de la Humanidad se encuentra en dos polos neurálgicos del mundo: en la vetusta Europa, en la zona mediterránea, lo que Tito Livio llamó Mare Nostrum (Mar Nuestro: el Mediterráneo), y a lo largo de la extensa frontera entre Estados Unidos de América (EUA) y México. En esta última, en medio de la crisis migratoria que vive la región, la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), ha registrado más de 123,187 solicitudes de refugio entre enero y noviembre del año que está por terminar, lo que excede en más de 23,000 casos los cálculos para 2021 que tenía la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Sólo en el mes de noviembre, se registraron 15,058 solicitudes, la cifra más alta que se tenga registro en los últimos tres años.

Debido a las diferentes condiciones meteorológicas que privan en una y otra zona, la de América del Norte tiene menos aspectos dramáticos que la de Europa, donde el invierno —a pocos días de empezar—, hará estragos en las oleadas migratorias. Sin embargo, ambas demuestran que la Humanidad —en general—, hace mutis ante el sufrimiento y desesperación de todos los que se ven en la necesidad de abandonar sus países de origen en busca de mejores horizontes. De los políticos, ni hablar, en su mayoría aprovechan las crisis migratorias en beneficio de sus intereses, sean de derecha o de izquierda. Incluso los que se sienten llamados a liderear “transformaciones” rimbombantes.

En la reciente gira del Papa Francisco por Chipre y Grecia, el dirigente del catolicismo mundial criticó la indiferencia de países europeos ante el incesante flujo migratorio a través del Mar Mediterráneo. En su segunda visita al campamento de migrantes en Lesbos, el pontífice que llegó al Vaticano procedente del fin de la Tierra, desesperado pronunció posiblemente uno de sus discursos más radicales en el sentido estrictamente cristiano de la palabra: “No dejemos que el Mare Nostrum se convierta en un desolador Mare Mortuum (mar de muertos) ni que este lugar de encuentro se vuelva en un escenario de conflictos. No permitamos que este “mar de los recuerdos” se transforme en el “mar del olvido”. “Les suplico detengamos el naufragio de la civilización”.

El llamamiento del obispo de Roma, tanto a las autoridades como a los migrantes, se hizo desde una carpa —el remedo de casa en los campamentos de migrantes como el de Moria en la isla de Lesbos, perteneciente a Grecia, uno de los mas grandes de la región—, desde la que se veían las aguas azules mediterráneas, un enclave que dista apenas diez kilómetros de la costa turca y que se ha convertido en uno de los principales focos de tráfico de personas del viejo continente.

El campamento de Moría ha sido calificado por los propios migrantes como el “infierno”. Hasta hace dos años 20,000 personas llegaron a “vivir” en el horripilante lugar, más de cuatro veces su capacidad oficial. Después del incendio de 2020 el centro acoge a 2,500 migrantes. En el presenta año, han llegado a Lesbos 3,500 migrantes mientras que hace un año arribaron veinte mil. De los residente en Moria, 33% de los acogidos son infantes y únicamente 150 reciben educación.

De acuerdo al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), actualmente viven en Lesbos poco menos de cuatro mil migrantes. Asimismo, menores sin compañía de sus padres —como también sucede en la fronteras sur y norte de México y Guatemala y de México y EUA—, y “personas vulnerables” fueron recibidos por otros países europeos, entre ellos Alemania (a instancias de la canciller Angela Merkel, que está a punto de terminar su último periodo de gobierno—, en el margen de un programa de reasentamiento financiado por la Unión Europea (UE). Gracias a estas medidas hay menos personas hacinadas en Lesbos, aunque los problemas fundamentales continúan: las personas siguen viviendo en tiendas de campaña, directamente junto al mar. Cuando llueve, el campamento se inunda y en verano el calor es insoportable. Y en el invierno, aquello es el “infierno”. Como dice un refrán griego, nada dura más que algo provisional. O como se acostumbra en idioma español: al perro más flaco se le acumulan las pulgas.

En tal circunstancia, el gobierno conservador del primer ministro Kyriakos Mitsotakis (cabeza de una de las tres famosas dinastías de Grecia, las otras dos son los Papandreou y los Karamanlis), después del incendio del campo de migrantes como Moria,  anunció una nueva política griega para refugiados. Esos campos, la “vergüenza de Europa”, se cerrarían y en su lugar se planificaba la construcción de nuevos centros. Al principio se estableció un campamento emergente en la playa de Mavrovuni, cerca de la capital de Lesbos, Mitilene. Pero todo no pasó de ser un anuncio.

Hasta el día de hoy, los desdichados migrantes continúan en el campamento de Mavrovuni. El campo de Kara Tepe, que ofrecía condiciones de vida un poco mejores, fue cerrado en abril de este año por órdenes del gobierno de Atenas. En su lugar se construiría un nuevo centro cerrado para varios miles de personas en la alejada zona montañosa de Plati. En un principio se informó que ese centro estaría listo en el otoño boreal de 2021. Pero eso ya no se podrá cumplir. Angeliki Dimitriadis, investigadora en migración del laboratorio de ideas ateniense ELIAMEP, dijo a la agencia Deutsche Welle (DW) que el retraso está relacionado con el descontento de la población y también con obstáculos burocráticos, como permisos para instalar el cableado eléctrico y de agua corriente, el transporte de materiales de construcción y las licitaciones que marca la ley en Grecia.

Sin embargo, la política griega tiene otras prioridades. El “control efectivo de fronteras” es su objetivo principal: a principios de julio de 2021, el ministro heleno de Migraciones, Notis Mitarakis, explicó en el Parlamento que los nuevos arribos a Lesbos y a otras islas del Egeo oriental habían disminuido un 96% en los últimos 12 meses. “Este gobierno ha recuperado el control de la crisis de refugiados”, subrayó el conservador Mitarakis, también en referencia al partido de izquierda Syriza, que gobernó hasta 2019 y reprocha a los conservadores una política “ingenua” de fronteras abiertas. Ahora, Bruselas —capital de la Unión Europea—, amenaza con bloquear las sumas de dinero entregadas para la Guardia Costera griega. La investigadora Angeliki Dimitriadis opina que retirar esas sumas de dinero es, de hecho, el único medio de presión que tiene la UE. Pero también afirma que “sin el respaldo de Europa, la política migratoria dura de Grecia no sería posible. En definitiva, los otros países europeos se alegran de que los griegos asuman esa ingrata tarea tarea en las fronteras exteriores.

Ni duda cabe que el encuentro del Papa Francisco el domingo 5 de diciembre en Lesbos, fue el epicentro del trigésimo quinto viaje del pontificado del sacerdote argentino por todo el mundo. El drama de la migración en el Planeta ha marcado la labor evangélica del obispo de Roma. El drama lo ha hecho propio, y se ha convertido en el portavoz de los que se ven obligados a huir de su tierra por culpa del hambre, la persecución o la guerra.

En el campamento de Moria la jornada empezó muy temprano, al despuntar el alba. Un día antes, todavía en Chipre, cuando ofició una misa multitudinaria y tuvo un encuentro con un grupo de extranjeros en la iglesia de la Santa Cruz de Nicosia, Francisco afirmó que el drama de la emigración es actualmente el equivalente a una guerra y que los centros de detención o de estancia que existen en algunos países del norte de África, son como los lager —que en alemán significan centros, campamentos, o peor, campos de exterminio—, establecidos por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

“Nos quejamos cuando leemos las historias de los campos de concentración del siglo pasado, de los nazis de Stalin. Esto está ocurriendo hoy en las costas cercanas”, aseveró visiblemente molesto con lo que definió como “una esclavitud universal”. Más tarde, el Pontífice aclaró que “la migración forzada no es una práctica “cuasi turística”, en relación a quienes buscan desdramatizar este exilio.

No contento con lo que ya había dicho, el Papa lamentó asimismo que la opinión pública se hayan vacunado de indiferencia ante esta tragedia humanitaria: “Acostumbrarse a la indiferencia es una enfermedad y no hay antibióticos contra este mal. Tenemos que ir  contra este vicio de acostumbrarse a estas tragedias que leemos en los periódicos o vemos en la televisión.

Antes de tomar la palabra, el Sumo Pontífice de la grey católica escuchó el testimonio de cuatro jóvenes emigrantes, procedentes de la República Democrática del Congo, Camerún, Irak y Sri Lanka. Y, a Tamara, esrilanquesa de la antigua Ceilán, le dijo: “Como tú has dicho, no somos números ni individuos que haya que catalogar: somos hermanos”.

Jorge Mario Bergoglio, el sacerdote argentino que actualmente es el Papa Francisco, desea que Chipre, la isla “marcada por un dolorosa división pueda convertirse con la gracia de Dios en taller de fraternidad”. Esa manera de decir las cosas, es el estilo personal del Pontífice para reconocer y agradecer que Chipre sea el país de la UE que recibe el mayor número de refugiados en proporción a su población. De acuerdo al último censo, en 2021 el país cuenta con 1,2 millones de  habitantes y en el año que está por terminar ha recibido 10,000 migrantes (un 38% más que el año pasado), lo que hace calcular que la nación chipriota cuenta con alrededor de 1% per cápita de emigrantes.

En la segunda jornada de su viaje a Chipre y Grecia, el encuentro de Francisco con Crisóstomos II, la principal autoridad de la Iglesia Ortodoxa chipriota, en la catedral de San Juan de ese rito, la atención la acaparó el arzobispo anfitrión, que, en contra de su acostumbrada parsimonia lanzó una diatriba anti turca clara y directa.

Así, sin algodones, el clérigo ortodoxo no desaprovechó la oportunidad y dijo lo que en su pecho  había guardado durante mucho tiempo: “han confiscado nuestras históricas iglesias bizantinas con sus preciosísimos mosaicos, los iconos que introducen al misterio y han robado a los sacerdotes con inaudita barbarie…No solo imitaron la sanguinaria barbarie de Atila, sino que incluso hicieron cosas mucho peores que él”.

Por ello, Crisóstomos II no dudó en pedir al Papa Francisco —que lo escuchaba sin pestañear—, su activo empeño para librarles de la ocupación turca y, por lo tanto de Recep Tayipp Erdogan, presidente de Turquía. “Esperamos con impaciencia —dirigiendo su mirada hacia Jorge Mario Bergoglio—, su ayuda para la protección y respeto de nuestro patrimonio cultural y para la supremacía de valores incalculables de nuestra cultura cristiana que hoy son violentamente violados por Turquía”.

El Papa Francisco regresó el lunes 6 de diciembre al Vaticano, pero realmente su gira por Grecia y Chipre finalizó después de la misa dominical que ofició un día antes en Atenas. La ceremonia religiosa tuvo lugar en el Concert Hall  de la capital griega, a la que asistieron aproximadamente unas dos mil personas, número más que relevante si se toma en cuenta el embate de la pandemia del coronavirus y la corta feligresía católica de ese país eminentemente ortodoxo.

Si su mensaje en Moria fue un grito al mundo, en la homilía de la misa su reflexión fue eminentemente de puertas para dentro, para alentar a la comunidad creyente griega en tiempo de Adviento —de preparación para la Navidad—. “Tener autoridad, ser culto y famoso no es garantía de agradar a Dios. De hecho, podría llevar al orgullo y al rechazo. En cambio, es necesario ser pobre por dentro”, compartió el Papa con los fieles en el Concert Hall. El obispo de Roma animó a la minoría católica griega a no dejarse amedrentar por las cifras: “La cuestión no es ser pequeño y pocos, sino abrirse a Dios y a los demás”. Indudablemente estamos ya en tiempo de Adviento. VALE.

 

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