Después de la angustia social en el orbe causada por la pandemia del Covid-19, lo que nos faltaba era una guerra. El 24 de febrero tropas rusas invadieron Ucrania, ríos de tinta han corrido para condenarla. La última resolución de la ONU muestra un rechazo generalizado a la agresión, que se suma a las sanciones económicas impuestas por Europa, Estados Unidos y Canadá. A la par se ha desatado una campaña mediática en contra de Rusia y, en particular contra Vladimir Putin, su presidente, comparándolo con Iván el Terrible hasta con Hitler y tildándolo de loco.

Las opiniones condenando la invasión son una avalancha incontenible que minimiza las reflexiones que intentan desentrañar las causas profundas de una situación compleja que ha desembocado en una guerra de consecuencias impredecibles, no sólo para la región, sino para el mundo. Para intentar entender este conflicto se deben de considerar las relaciones históricas en la región, la geopolítica de la guerra fría y la posterior a la desaparición de la Unión Soviética y el hegemonismo estadounidense.

Sólo mencionaremos que, a partir del siglo XVIII, Ucrania se convirtió en botín territorial de Polonia, el Imperio Austrohúngaro y la Rusia Zarista, en el siglo XX formó parte de la Unión Soviética y declaró su independencia en 1991.

La OTAN (1949) fue fundada como una alianza militar “defensiva”. En ese momento el enemigo era el comunismo encarnado en la Unión Soviética. Como contrapeso se creó el Pacto de Varsovia (1955), conformado por los países de Europa del este y la Unión Soviética y desapareció en 1991.

Al extinguirse el Pacto de Varsovia, se hubiese pensado que la OTAN no tenía sentido alguno de sobrevivir. La fundaron doce países, entre 1949 y 1952 se afiliaron Turquía, Grecia, Alemania y España. Desde 1999 se asociaron catorce países de Europa de Este. Al mirar el mapa de Europa se observa un anillo de países miembros de la OTAN en la frontera occidental de Rusia.

Hitler fue el primero en plantear, en “Mein Kampf” la idea, no sólo de subyugar, sino de fraccionar a la Unión Soviética. Esa idea renació entre los estrategas del hegemonismo estadounidenses después de la implosión de la URSS, buscando debilitar al nuevo Estado Ruso. Una acción fue la integración a la OTAN de los países de Europa del Este, la segunda es la inclusión de las repúblicas exsoviéticas.

Las relaciones entre la OTAN, Georgia y Ucrania se iniciaron desde 1991, pero se intensificaron en la última década y ambos países están en proceso de integrarse a esa alianza. La Cumbre de la OTAN en Varsovia en julio de 2016, acordó un Paquete de Asistencia Integral (PAC) para Ucrania. En junio de 2017, el Parlamento ucraniano aprobó una legislación que restableció como un objetivo estratégico de política exterior y de seguridad integrarse a la OTAN. En 2019, entró en vigor la enmienda correspondiente a la Constitución de Ucrania. En marzo de 2018, la OTAN había reconocido a Ucrania como un país aspirante a integrarse a la organización.

La otra cara de la moneda geopolítica son las acciones rusas ante la desaparición de la URSS. Yeltsin pudo contener en alguna medida la desintegración de Rusia, pactando la creación de la Federación de Rusia, reconocida como la heredera de la personalidad legal de la URSS, y la Comunidad de Estados Independientes. Inicialmente Ucrania participó en el nacimiento de esta última organización, pero no ratificó su pertenencia.  Cuyo fin esencial es “…la cooperación en materia de creación y desarrollo de un espacio económico común y de mercados pan-europeo y euroasiático.”

Ante la caída de la URSS, el gobierno ruso buscó acercamientos con los países occidentales, pues requería de su apoyo para la transformación capitalista del país. Al no encontrar eco sus solicitudes de colaboración, en Rusia se desenvolvió un “capitalismo oligárquico” que trajo aparejada a una gran concentración de la riqueza, altos niveles de desigualdad.

Las grandes potencias consideran, con diferentes argumentos, zonas de influencia territorios cercanos o lejanos estratégicos para su seguridad. Los Estados Unidos, históricamente han contemplado a América Latina como su zona de influencia, Francia en África a sus excolonias. Bielorrusia y Ucrania son parte de la historia de Rusia y, aun siendo naciones independientes, las considera parte de su “zona de influencia”.

Ucrania heredó de la URSS 3 mil armas nucleares, que le fueron devueltas a Rusia, también firmó (1994) el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares. Ante las gestiones de Ucrania para ingresar a la OTAN, el gobierno ruso elevó su preocupación por la posible instalación de bases militares extranjeras o armamento nuclear en su frontera e inició una ofensiva diplomática y al fracasar, optó por la   militar para evitar ese riesgo en su frontera.

La anexión de Crimea a Rusia tiene una sinuosa historia. Crimea fue anexada a Ucrania en 1954 por voluntad de Nikita Jrushchov (ucraniano) dirigente máximo de la URSS. A raíz de la disolución de la URSS (1991) se creó la República de Crimea (1992) como parte de Ucrania. La relación entre Ucrania y Crimea estuvo llena de tensiones. Ante el derrocamiento del presidente ucraniano Viktor Yanukóvich por un movimiento europeísta, que tomó medidas restrictivas para las minorías lingüísticas (rusa, húngara y rumana) hasta llegar al punto de suprimir el uso de sus idiomas. Eso favoreció en Crimea las manifestaciones prorrusas, que culminaron con la intervención militar rusa (2014). Es necesario agregar los conflictos en las secesionista repúblicas de Donest y Lugansk.

La construcción del gasoducto Nord Stream 2, que va de Rusia a Alemania, encontró la oposición de Estados Unidos, por considerarlo una amenaza a su predominio en Europa. El gobierno de Angela Merkel resistió todas las presiones, el gasoducto está terminado, para entrar en operación sólo falta la autorización de las autoridades reguladoras de energía alemanas. El beneficio sería mutuo Alemania, tal vez Europa, garantizarían un suministro de energía a precio razonable y Rusia recibiría importantes ingresos para impulsar su desarrollo, porque la empresa Gazprom es estatal. Estados Unidos ve el acercamiento comercial entre Alemania y Rusia como un peligro para su hegemonía.

El 40% del consumo de gas de Europa proviene de Rusia. Hasta el momento no se ha interrumpido el suministro y no se encuentra en el catálogo de sanciones suspender la compra de gas. En caso de prolongarse el conflicto esta situación puede cambiar, los Estados Unidos presionaran a Europa para que interrumpa la compra del gas ruso. Lo cual beneficiaría a las gaseras estadounidenses que venderían el gas licuado, al menos, a un precio 40% superior al del gas ruso.

Otro actor muy poderoso y con grandes intereses es la industria armamentista norteamericana. Sus acciones incrementaron un 85% su valor. Alemania ya incrementó su presupuesto militar al doble y, con seguridad el resto de los países europeos lo harán.

Detrás de la invasión a rusa a Ucrania existe un complejo juego de intereses políticos y económicos. En primer lugar, está el afán hegemónico de los Estados Unidos, los intereses de las empresas energética y armamentista; la aspiración rusa de detener la ampliación de la OTAN y de recuperar territorios que considera son parte histórica de su territorio.

Como siempre los conflictos entre las potencias las pagan los pueblos. Si se interrumpe el flujo del gas ruso a Europa su costo se elevará enormemente, además afectará a otros países del mundo: México depende del gas estadounidense. La sangre derramada es la de los pueblos ucraniano y ruso. México además de rechazar el uso de la fuerza en la solución de los diferendos entre naciones, debe demandar la desaparición de las alianzas militares, porque son una amenaza a la paz. En esta coyuntura es lo congruente con los principios constitucionales en política exterior.

 

Nota al pie

Seguiremos analizando a la UAM

Profesor UAM-I

@jsc_santiago

www.javiersantiagocastillo.com