Al comenzar la ceremonia de posesión del nuevo presidente de Colombia, el domingo 7 de agosto –fecha histórica como ninguna en el país sudamericano para recordar su lucha de independencia que coincide con el aniversario triunfal de la batalla de Boyacá, la gesta de Simón Bolívar el 7 de agosto de 1819), Gustavo Francisco Petro Urrego demostró a sus gobernados que “el poder es para poder, pues si no es así entonces no es poder”.

El nuevo mandatario colombiano, con plenos poderes, pidió que en el acto –que tenía lugar al aire libre, en la plaza Bolívar de la capital nacional– debería estar presente la bicentenaria espada del libertador sudamericano que se guarda en la residencia  presidencial, el llamado Palacio de Nariño. El Presidente saliente, Iván Duque, había negado la autorización para mover de su lugar la reliquia bolivariana. De otra forma, la ceremonia no continuaría. Petro Urrego ganó la partida. Y cuatro militares, uniformados como en los tiempos de Bolívar, trasladaron el disputado símbolo. No importaban los tres cuartos de hora de retraso. El poder es para poder. El de Gustavo Petro fue un acto lleno de símbolos. “Una nueva era”, dijo uno de los cancilleres extranjeros.

Pero, siempre hay un pero, al paso de la vitrina que guarda el recuerdo de Bolívar, dos invitados extranjeros, por lo menos, no se unieron a los honores que otros le rendían. Uno fue el presidente de Argentina, Alberto Ángel Fernández, y el otro fue el rey de España, Felipe VI. El primero, somnoliento, ni se percató de lo que sucedía a su alrededor, el segundo, permaneció sentado, ni tampoco aplaudió. Al fin y al cabo la espada no es uno de los símbolos patrios de Colombia: la bandera, el escudo y el himno nacional. Pero, el incidente sirvió para avivar el escándalo de las “benditas redes sociales”: “¡Qué irrespetuoso es el monarca español que no lo eligieron popularmente!”, además que al mencionar su presencia, hubo abucheos. Propios de los tiempos anti españoles que algunos populistas aprovechan para lucirse ante sus simpatizantes. Sin olvidar que la Plaza de Bolívar ese día estaba dividida en dos bandos: en los primeros estaban los invitados de lujo, entre otros los ya mencionados y sus  simpatizantes cautivos. Que siempre apoyarán a los mesías, hasta que los hartan. Lo curioso del caso es que ni Petro, ni otros colombianos reclamaron airadamente al monarca ibero. Fueron voces españolas las que lo hicieron. Antimonárquicos como las  meigas (brujas) gallegas, de “haberlas, haylas”.

El gesto de Petro al ordenar el traslado de la espada bolivariana a su toma de posesión, despertó el temor de muchos colombianos sobre el gen autoritario del ahora presidente, que desde la campaña electoral buscó suavizar su imagen como hombre de izquierda de ideas radicales. Sin embargo, su discurso inaugural fue en tono conciliador, reivindicativo, con mensajes que pocos podrían condenar y hasta citó a figuras emblemáticas de la historia colombiana, como el Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez.

Lo cierto es que con la asunción de Gustavo Petro, como el primer presidente de izquierda de Colombia, finaliza –por el momento–, el dominio absoluto de los partidos de derecha en el país más conservador de Hispanoamérica, ratificando el giro de la región  hacia  una nueva izquierda identificada en la pluralidad, el feminismo y la preocupación por el medio ambiente.

En tales circunstancias, Petro juró ponerle fin definitivo a la violencia interna y buscar una estrategia innovadora en el combate contra el narcotráfico, así como defender la Constitución y las leyes en consuno con Francia Márquez, quien también ha hecho lo suyo como la primera afrodescendiente en ocupar  la vicepresidencia colombiana.

La banda presidencial que recibió el economista de 62 años de edad, fue de manos de María José Pizarro,  congresista e hija del principal comandante de la desaparecida guerrilla el Movimiento 19 de Abril, mejor conocido por el acrónimo M-19, o simplemente “El Eme”, (asesinado cuando pretendía ser el Ejecutivo del país), al que perteneció Petro.

Orador reconocido, el nuevo mandatario hizo uso de todas sus artes, sin dejar de perder el foco en la simbología de montar un acto de tal magnitud en presencia multitudinaria popular, los “nadie” como se les llamó en la campaña a los que ahora, por fin, “llegaron al Gobierno”. No obstante, Colombia se polarizó aún más de lo que ya estaba, y en la ceremonia dominical se abucheó a los representantes de la gestión que salía, así como a los medios de comunicación tradicionales, incluso con insultos.

Petro y la vicepresidenta, Francia Márquez,  cambian la historia de Colombia. Ahora, se verá si los recién llegados cumplen con las promesas. Esto en un país donde el descontento social se palpa en las calles, donde han menudeado severas protestas en los dos últimos años.

El primer gobierno de izquierda de Colombia contará con una oposición que también se redefine  a sí misma, con partidos que han decidido ubicarse como independientes para poder negociar con el Ejecutivo de Gustavo Petro y no sólo llevarle la contra. Los aliados del uribismo ya se han declarado opositores, pero incluso los cercanos al partido de la Unión por la Gente, popularmente llamado de la U, del ex Presidente Juan Manuel Santos, ha mostrado su apertura para lograr  consensos con la nueva administración en materia política y legislativa. Una oferta clave ante la larga lista de reformas que promete el sucesor de Iván Duque.

La nueva gestión ratifica compromiso con la justicia social y romper con los beneficios de unos cuantos; imponer mayores impuestos con los que ganen más de 10 millones mensuales; así como más impuestos para el sector petrolero, del carbón y para algunas empresas; desaparecerán los llamados días sin IVA; reforzar la lucha contra la evasión y elusión de impuestos; reducir beneficios tributarios para unos cuantos y redistribuir los beneficios; y, disponer gravámenes para las bebidas azucaradas.

En su discurso inaugural, Petro hizo un llamamiento a la unidad de todos los colombianos, y afirmó: “Hoy necesitamos estar más juntos y unidos que nunca. Como dijo alguna vez Simón Bolívar: “La unión debe salvarnos, como nos destruirá la división si llega a introducirse entre nosotros”. Asimismo, el antiguo guerrillero extendió su deseo a la unidad de toda América Latina, aunque advirtió que la unidad hispanoamericana no puede ser una retórica, un mero discurso”.

Por lo mismo, consideró que la región debe juntar su “poder de conocimiento, de la economía y de la vida”, pues si los países actúan juntos “la voz de América Latina se escuchará en el concierto de los pueblos del mundo”. Por otra parte, en el mismo discurso  convocó a los grupos armados que persisten en la ilegalidad en Colombia a “dejar las armas en las nebulosas del pasado” para que ” la paz sea posible” y así ” terminar de una vez y para siempre, con seis décadas de violencia y conflicto armado”. Solo le faltó recordar los tiempos de Tiro Fijo, el legendario Pedro Antonio Marín Marín, mejor conocido  por su alias de Manuel Marulanda Vélez. Como presidente, Petro reiteró lo que ya había dicho como candidato y como mandatario electo: “Para que la paz sea posible en Colombia, necesitamos dialogar, dialogar mucho, entendernos, buscar los caminos comunes, producir cambios”.

Como algo crucial, el nuevo mandatario aseguró que la guerra contra las drogas ha fracasado e incluso ha llevado a Estados como el suyo a cometer crímenes y “ha evaporado el horizonte de la democracia”. Por ello, abogó por cambiar “la política contra las drogas” actual por una “política de prevención fuera de, consumo”.

En el aspecto económico, Petro anunció que presentará al Congreso una reforma tributaria enfocada en la justicia social para conseguir más recursos para poder ayudar a la población vulnerable: “la igualdad es posible si sismos capaces de crear riqueza para todos, y si sismos capaces de distribuirla más justamente. Por eso proponemos una economía basada en la producción, el trabajo y el conocimiento, por eso proponemos una reforma tributaria que genere justicia”.

Por lo mismo, insistió en que subir los impuestos a los ricos para dar mejor educación a los niños y jóvenes “no debe ser visto como un castigo o un sacrificio” sino como un “pago solidario” a la sociedad en general.

El punto central de las preocupaciones de Petro gira alrededor de la paz: “No podemos seguridad en país de la muerte, tenemos que construir el país de la vida, por ello tenemos que cumplir con los acuerdos de paz…este es dl gobierno de la vida, de la paz y así será recordado…dese hoy empezamos a trabajar para que más imposibles sean posibles en el país. Si pudimos, podremos”. Se comprometió a buscar la paz con la guerrilla y las bandas crimínales.

El mismo día, Gustavo Petro dio posesión del cargo a la vicepresidenta Francia Márquez –cuya biografía es de antología, ejemplo de superación personal que mereció el voto de los colombianos, mujeres y hombres–, la primera afrocolombiana en ocupar ese puesto, quien juró lealtad a la Constitución, al pueblo de Colombia y a sus ancestros “hasta que la dignidad se haga costumbre” como dijo García Márquez. Asimismo, el antiguo guerrillero anunció que restablecerá negociaciones con la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional.

Además, con las disidencias de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), tratará de implementar el Acuerdo de Paz de 2016 que permitió la desmovilización de alrededor de 13,000 combatientes, en tanto busca alternativas jurídicas para las bandas criminales implicadas en el narcotráfico que recibirían beneficios como rebajas de penas a cambio de información de rutas. El peso de la guerrilla y del narcotráfico en Colombia es inocultable; el conflicto armado interno dejó al menos 450,000 muertos, la mayoría civiles, tan solo entre 1985 y 2018.

Por lo que el sucesor de Iván Duque ratificó un nueva estrategia mundial para  combatir el narcotráfico: “es hora de una nueva Convención Internacional que acepte que la guerra contra las drogas ha fracasado, que ha dejado un millón de latinoamericanos asesinados durante estos 40 años, y que deja 70,000 estadounidenses muertos por sobredosis cada año. Que la guerra contra las drogas fortaleció las mafias y debilitó los Estados”.

Como buen principio de gobierno, sobre todo tratándose de la izquierda colombiana que no había tenido el poder central en sus manos, las promesas de cambio son muchas, incluyendo pactos con otros países hispanoamericanos como México, sobre todo en cuestiones sociales como la reducción de la pobreza y el hambre. Colombia cuenta con 50 millones de habitantes y la mitad de los mismos sobrevive dentro de estos parámetros.

En sus propósitos económicos, Petro incluyó reformar el sistema de pensiones y la prohibición de nuevos proyectos de exploración petrolera en favor de las energías renovables, mismos que causaron nerviosismo en los empresarios e inversionistas, a pesar de que designó ministro de Hacienda al reconocido economista José Antonio Ocampo, en un gabinete igualitario, ocho mujeres y ocho varones.

Algo que tranquiliza a la sociedad colombiana es que aunque la izquierda no alcanzó la mayoría de las 295 curules del Congreso, Petro consolidó una coalición con las fuerza de centro y partidos tradicionales, como el Liberal, que le garantizarían la aprobación de sus reformas y la gobernabilidad.

En la Plaza Bolívar de Bogotá, los católicos colombianos y los de otras creencias, escucharon a Gustavo Petro Urrego, el domingo 7 de agosto del presente año “Jurar a Dios y prometer al pueblo”, cumplir la Constitución y las leyes del país. Aparte, el nuevo presidente necesitará suerte, mucha suerte. Que así sea. VALE.