El odio metió al tirano en un hoyo. López Obrador acaba de admitir que el pueblo es su enemigo y que necesita vengarse. La marcha a la que convoca es un acto de locura, pero también de soberbia y desesperación.

El presidente decidió declarar la guerra a los ciudadanos. Para los criminales sólo hay abrazos, para los demás insultos, amenazas y el desquite. Ha decidido utilizar su poder contra millones de hombres y mujeres que decidieron ejercer su derecho a manifestarse libremente.

El presidente tiene miedo a perder su liderazgo. Después de la exitosa marcha ciudadana del 13 de noviembre, siente que el arrastre con las masas se le escurre entre las manos.

Esa es la razón por la que ahora convoca a una caminata para el próximo 27 de noviembre. Quiere demostrar que su popularidad sigue intacta, que su gobierno sigue siendo fuerte y que tiene más seguidores que sus adversarios.

También busca llevar su reforma electoral a una especie de plebiscito en las calles.  Aunque el pretexto de la marcha es el Cuarto Informe de Gobierno, lo que quiere es que sus acarreados griten consignas contra los consejeros y denigren al INE para legitimar la desaparición del órgano electoral.

López quiere ganar con una contramarcha lo que no puede obtener por la vía constitucional.  No quiere que su mercado electoral lo vea débil y derrotado por el Congreso. Al darse cuenta que su propuesta electoral está muerta, que ni siquiera a través de un Plan B tiene futuro, intenta ganar la batalla incitando a las masas.

El llamado del presidente a tomar las calles es el delirio de un político fracasado. Seguramente desde el domingo en que más de 3 millones de mexicanos se manifestaron en más de 60 ciudades del país para defender al INE, no ha podido dormir.

Su intento por negar la realidad y mentirse a sí mismo ya no le surte efecto. Las imágenes de la marea rosa, del río humano abarrotando plazas y avenidas para exigir respeto a la democracia e impedir la consolidación de un régimen autocrático, le han provocado un fuerte dolor en su amargado corazón.

Inventar una contramarcha es la reacción de un tirano. Un verdadero jefe de Estado habría escuchado la demanda de millones de ciudadanos y ordenado el mismo día a su partido retirar una reforma regresiva que busca llevar al país a una dictadura.

López Obrador ya no sabe qué hacer para quedarse en la presidencia después del 2024. La reforma electoral es o era su última esperanza. Por eso anunció con todo cinismo que ordenaría a sus sicarios en la Cámara de Diputados recurrir a un Plan B para violar la Constitución e imponer como fuera y al costo que fuera una ley que le permitiera garantizar el triunfo de Morena en el 24.

Con la contramarcha el régimen también intenta acotar los efectos de la “ola rosa”. El 13 de noviembre surgió una nueva ciudadanía que comienza a expresarse libremente y que puede derrotar a Morena en las elecciones del Estado de México, en Coahuila y a nivel nacional.

López podrá hacer una y mil marchas, pero no podrá borrar el triunfo democrático de millones de mexicanos. Por primera vez en la historia moderna la ciudadanía logró llevar a los partidos políticos a las calles para que se comprometieran a no votar contra el interés de la nación.

¡Que venga la contramarcha! porque vamos a ver cómo López trata de legitimar sus arbitrariedades con el hambre de los más pobres. El 27-N llevará a su clientela política, a los que paga para que voten por su partido, a los que quita trabajo y salud para que sigan dependiendo de él.

La apuesta de AMLO es ganar las calles y recuperar fuerza con el hambre de la gente. Mientras que el 13-N fue un acto cívico, de valor y heroísmo, sin manipulación ni acarreo, la contramarcha será la imposición de un demagogo aterrado al presentir su final.

@PagesBeatriz

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