Mi querido amigo Pedro Pablo Miralles Sangro, madrileño, por cierto (él dice Madri), por fin dio a la luz la obra que nos tenía prometida: Ros de Olano y los gallos (Editorial Almuzara, Córdoba, 2023). Resultó tardoncito, pero buena paga. Habíamos platicado mucho de ella, tanto que llegamos a esperarla con interés y curiosidad.

Únicamente sus amigos más cercanos sabemos las difíciles circunstancias en que realizó la investigación y, en su momento, escribió el libro. Después de la crisis de salud por la que el doctor Miralles atravesó, no es exagerado decir que resucitó; por esa razón, ella es una obra póstuma. Enhorabuena para el autor y bienvenida su nueva aventura editorial.

El doctor Miralles es conocido en México por sus aportaciones en el ámbito del derecho, concretamente, del internacional privado. En esta disciplina, tan compleja y cambiante, es tenido como una autoridad. Recordamos sus intervenciones en los congresos de la especialidad y en los seminarios de derecho internacional privado que cada año se organizan en la República mexicana.

Se conoce al doctor Miralles, también, por su obra escrita: libros, artículos especializados, colaboraciones y conferencias. En el mundo de habla hispana se le respeta y admira. También es notoria y conocida su afición por las corridas de toros y por las peleas de gallos. Todos los temas son importantes si hay alguien que los investigue, entienda y sepa desarrollarlos. También lo es el de las “riñas de gallo”, que ocupan la segunda parte de la obra del doctor Miralles.

El amor a los ancestros es algo natural y, por ello, indescriptible. Se les ama sin conocerlos y sin necesidad de haberlos tratado. El amor que uno observa en sus padres y abuelos hacía quienes los antecedieron es la mejor escuela para aprender a quererlos. En la obra del doctor Miralles se ve el cariño que tiene por quien fue su bisabuelo y al que nunca conoció, pues éste nació en 1808 y murió en 1886, es decir, setenta y tres años antes de que el autor naciera. Aún así ama a su ancestro. No necesita decirlo expresamente: se desprende de su obra.

 

La obra y su contexto

El nuevo libro del doctor Miralles: Ros de Olano y los gallos, es el resultado de una larga y acuciosa investigación; es un erudito. Nos da razón del nacimiento del general don Antonio Ros de Olano, lugar, época, contexto familiar y político. Por él sabemos que nació en Caracas, Venezuela, cuando todavía era parte del imperio español. Da cuenta de sus estudios iniciales y de su ingreso al ejército de Su Majestad el rey Fernando VII en 1826, con el grado de alférez. También incluye su hoja de servicios; de ella se desprende la relación de grados que fue obteniendo hasta ascender, en el año de 1847, antes de los 39 años, al grado de teniente general.

El autor refiere el contexto familiar: hijos, descendientes y parientes; los bienes, tanto inmuebles como muebles, que fueron propiedad del general, su ubicación y adquisición, característica y destino actual.

En su obra nos entera de que en España y, concretamente, en Madrid, había circos de gallos, en los que se realizaban peleas de esas aves. Se da su ubicación y características. El doctor Miralles dedica la parte segunda de su erudita obra a hacer referencia a los antecedentes de esas aves, de las riñas de gallos, los países en que ellas se celebran y del papel que en su desarrollo y difusión en España tuvo su ancestro el general don Antonio Ros de Olano. Las ilustraciones son muchas, variadas y bellas.

 

Las peleas de gallos en México

Las peleas de gallos fueron algo común en México. En muchas regiones todavía hay palenques y sitios en donde se celebran. De niño recuerdo que las había en todas las poblaciones, por pequeñas que ellas fueran. No había campesino, que se preciara de serlo, que no tuviera un “gallito” y que lo jugara en la primera oportunidad que se le presentaba. Esto ha cambiado. Si bien hay ferias famosas por organizar esos encuentros: la de Aguascalientes es una de ellas, en la actualidad las peleas de gallos, en general, no son bien vistas y en algunos lugares hasta están prohibidas. En las medianas y grandes urbes, ser gallero no es un oficio “decente”.

Hace muchos años, sobre avenida Rio Churubusco, en la colonia Escuadrón 201, de la Ciudad de México, había muchos letreros que anunciaban la producción y venta de navajas para gallos. Ya son menos. Casi han desaparecido.

Los tiempos han cambiado. El considerar a los animales como dignos de respeto, ha llevado a la sociedad mexicana a prohibir su presencia en los circos, a poner en peligro las corridas de toros y en riesgo las peleas de gallos. Las peleas de perros están prohibidas. El derramamiento de sangre fuera de los rastros es inadmisible.

El libro de mi querido amigo Pedro Pablo Miralles es un recordatorio de que existe una cultura que a muchos nos es ajena.

Mi Maestro de Centralismo y federalismo, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, don Arturo Arnáiz y Freg, allá por 1965, nos refería que el dictador Antonio López de Santa Anna era aficionado a los gallos y a las peleas en que ellos eran los actores principales. Su afición era tal, que tenía amarrado a la silla presidencial su gallo predilecto; que, mientras recibía las cartas credenciales de los embajadores que se acreditaban ante él, le daba de comer de su mano. Nos refirió que en alguno de sus destierros López de Santa Anna, el “Pata de Palo”, llegó a Turbaco, Colombia; llevaba consigo unos toros sementales y una que otra ave; entre estas llevó consigo gallinas, de las conocidas como rodailas o Rhode Island. A base de cruzar sus toros con las vacas nativas y de regalar huevos que ponían sus gallinas, cambió la economía de la región que le había dado asilo. Entre las aves que llevó a Colombia también cargó consigo gallos y gallinas de pelea que, de igual manera, regaló a sus vecinos temporales.

Nuestro admirado Maestro Arnáiz nos contó que, en agradecimiento a los favores recibidos del dictador López de Santa Anna, los colombianos se proponían levantar un monumento a su benefactor. Obvio, el gobierno mexicano se opuso y ahí quedó la cosa.

Tuve un amigo muy querido: Carlos Sodi Serret. Ya falleció. Cada vez que nos reuníamos y platicábamos; él, en forma cariñosa y hasta tierna, me invitaba a escribir; me decía: “Tú sabes muchas pendejadas, escríbelas; cuando te mueras se van a perder.”

En el caso de mi querido amigo Pedro Pablo Miralles no fue menester insistirle en que escribiera su libro sobre su ancestro y que dejara testimonio de lo mucho que sabe sobre los gallos. El impulso que da el amor y la admiración que tiene por sus ancestros lo movió a hacerlo; ese amor, que linda en necesidad, fue el que lo llevó a investigar y a escribir. Ese amor filial es el que, finalmente, nos abrió la ventana a un personaje que no conocíamos y que nos estábamos perdiendo; que ahora nos permite tomar conciencia de una materia que a muchos nos es ajena: el mundo de los gallos

Las loterías de cartones o figuras han desaparecido. Eran típicas de las ferias pueblerinas. Aún recuerdo algunas de las frases que precedían a cada una de las figuras que la conformaban. Había una que decía: “El que le cantó a san Pedro”, los jugadores respondíamos: el gallo; acto seguido poníamos un grano de maíz o de frijol en la figura respectiva.

La obra de mi querido Pedro Pablo Miralles, que ahora reseño, trata de materias trascendentes, no las tonterías que mi amigo Sodi me instaba a dejar por escrito; nos refiere la vida de un militar distinguido; nos da razón de una afición española que heredamos los mexicanos y nos habla de la evolución de una raza de aves: la que le cantó a san Pedro.