El pasado 17 de diciembre un hombre de 26 años se convirtió en el héroe de una revolución que podría cambiar un país y quizá una región del mundo. Mohamed Buazizi, un profesionista desempleado que para sobrevivir atendía un puesto de frutas, fue atacado por la policía por vender alimentos sin licencia. En protesta se prendió fuego a sí mismo. Murió el 6 de enero, pero para entonces las manifestaciones en contra de la crisis económica y el mal gobierno del presidente Ben Ali se habían generalizado en todo el país. La represión gubernamental fue durísima y causó decenas de muertos, pero las protestas no se detuvieron. A pesar de la enorme fuerza policial desplegada, la gente (sobre todo universitarios, profesionistas y comerciantes) seguía en las calles.

El régimen ordenó el cierre de las universidades con el fin de mantener a los estudiantes en sus casas y que no tuvieran espacios de reunión, pero eso no los detuvo. Para el 13 de enero, reconociendo su impotencia, Ben Ali emitió un mensaje a la nación en el que se comprometía a no presentarse nuevamente a las elecciones presidenciales de 2014 (él mismo había modificado la Constitución para poderse reelegir indefinidamente), prometió mejoras al nivel de vida y ordenó a la policía que no utilizara armas letales en el control de las manifestaciones. Pero no fue suficiente. La gente en las calles seguía pidiendo a gritos que se fuera. Según rumores y trascendidos, el presidente ya desesperado ordenó al Ejército que interviniera con toda su fuerza, pero los generales rehusaron obedecer. Ante ello, Ben Ali tomó a su familia y huyó del país el 14 de enero, obteniendo asilo en Arabia Saudita. Fue entonces que el Ejército intervino, pero no para reprimir a la población sino para protegerla. Sin titubeos se enfrentó, en combates callejeros a balazos, a los esbirros del caído régimen (policías y agentes secretos) que se dedicaron a sembrar el caos. Los soldados se confrontaron con la policía cuando ésta intentó reprimir con violencia a la población y poco a poco fue haciéndose del control de la situación, a pesar de tener desventaja numérica frente a las fuerzas de seguridad que durante años se beneficiaron de la dictadura.

Lo que quedó del gobierno de inmediato entró en pláticas con la pequeña oposición organizada (sólo tres partidos estaban legalizados y sólo uno de ellos tenía representación parlamentaria –dos diputados-) con el fin de formar un gobierno de unidad nacional para hacer frente al vacío de poder. En el nuevo gobierno sigue presente el partido de Ben Ali. De acuerdo con la Constitución, el ejecutivo cuenta con 60 días para organizar las elecciones, lo que se ve muy difícil no nada más porque la situación no termina de serenarse, sino por la falta de instituciones democráticas (incluyendo partidos) capaces de llevar a cabo el proceso en tan poco tiempo. Lo más difícil está aun por hacer.

Por lo pronto, una novedad: es la primera vez que un levantamiento popular espontáneo derroca un gobierno en un país árabe. Otra: es la primera vez, en un país árabe, que el Ejército se alía con la población. Otra más: ningún partido o grupo organizado provocó o dirigió el levantamiento. Algo que no es novedad: Europa sostuvo al dictador hasta el último minuto. Ni Francia, ni Italia ni España abrieron la boca para condenar la represión ni ayudar en nada a los civiles. Durante 23 años apoyó a Ben Ali quien justificaba su régimen represivo como una lucha contra el fundamentalismo islámico, sólo que no atacaba nada más a los islamistas, sino a todos.