Eve Gil

Amores adúlteros (Alfaguara, 2010), como su nombre lo indica, es una novela que remite al aroma aséptico y dulzón de los hoteles de paso. Pero es mucho más que eso, y si se le lee más allá del mero entretenimiento, se descubrirá que uno, le saca la vuelta a los lugares comunes gracias a su estructura poco común, y dos, demuestra de manera contundente que la literatura no tiene sexo; que no existe la literatura femenina, como tampoco una masculina, y el debate biológico en torno a que si una mujer es capaz de escribir como hombre y viceversa, debería pasar al territorio de los debates inútiles, tras la narración de sus autores, Beatriz Rivas y Federico Traeger, de cómo se creó esta peculiar obra que me permito sugerir como regalo para San Valentín.
El origen
“La empezamos a escribir en un taller a larga distancia a través de Internet —él estaba en Houston— y escribió un cuento maravilloso sobre amores adúlteros y sin decirle nada le puse algunas cosas de mi cosecha, lo reacomodé… más o menos como un rompecabezas, y de pronto, cuando ya tenía unas cuarenta cuartillas, se lo envié y le encantó”, explica la autora de La hora sin diosas con ojos brillantes de entusiasmo.
Ramón Córdova, editor de Alfaguara México, quedó encantado con la arriesgada idea de escribir un libro que no era exactamente una novela, tampoco un libro de poesía, pero narraba una historia intensamente erótica.
“(…) Nada más son eso, nada menos: dos personajes de ficción que, amándose, se van reinventando”, se lee en la página 14 de Amores adúlteros.
“Federico, como yo, escribía su propia novela al momento de surgir la idea —prosigue Beatriz—, pero no tuvimos empacho en interrumpirlas para clavarnos en este proyecto.”
El y ella
Beatriz y Federico me sorprenden al confesar que no todo lo que cuenta él lo escribió Federico, ni todo lo que narra ella corrió por cuenta de Beatriz. Que se intercambiaron los roles en más de una ocasión:
“A veces me despertaba a las 5 de la mañana con un capítulo o con un diálogo, siendo ella —explica Federico, autor de tres libros de cuentos, con amplia sonrisa—. Lo que escribía se lo mandaba a Beatriz, y ella hacía otra parte donde asumía la personalidad de él. Hay pasajes poéticos que escribimos entre los dos, y Beatriz, como buena novelista, fue encontrando la secuencia correcta para que esto, aunque no sea exactamente una novela, a la vez lo sea porque se trata de la historia de dos personajes o más bien del estado emocional de dos personajes intoxicados de amor, de sexo y de preguntas; que tienen en común tener vidas hechas fuera de esa relación, y de algún modo saben que lo suyo no durará para siempre. Creo que la parte poética contribuye a expresar esa sensibilidad de los que, de algún modo, han renacido.”
Simbiosis de los personajes
El que los personajes carezcan de nombre y características concretas contribuye a envolver al lector en una atmósfera de clandestinidad, acentuada por las inquietantes fotografías de Teseo Fournier, que, por defecto, lo convierte en voyeur: “Nunca nos propusimos nada —prosigue Federico— ni nos pusimos de acuerdo sobre nada. Ni siquiera nos preguntamos quiénes eran los personajes, dónde vivían, qué edad tenían. Fue de verdad como muy orgánico, muy mágico. De repente nos dimos cuenta de que la historia podía estar sucediendo en cualquier parte del mundo que hasta el propio lector podría ser uno de ellos.”
Les pregunto cómo es que lograron esta especie de simbiosis, de intercambiar personajes, sin que ello se note en el transcurso de la narración. Responde Federico: “Es simbólico lo de las voces confundidas. En el momento de la pasión se produce una especie de mixtura entre los amantes. Por eso creo que no requiere demasiada información acerca de los personajes, porque todo tiene lugar de la piel hacia dentro.”
“No hay escenarios fijos —agrega Beatriz, también autora de Viento amargo—. Las andanzas de los personajes pululan en su conciencia (o inconsciencia). Es como una catarata de sentimientos. Es curioso porque yo llevaba estos textos a mi taller literario, donde, por cierto, ya hemos publicado algunos libros colectivos; llevaba los que correspondían al personaje de él, escritos por Federico. Y la mayoría, incluyendo el único hombre que asiste al taller, coincidieron en que era precioso, pero no parecía escrito por un hombre. Que eso no podía haberlo escrito un hombre. Naturalmente no sabían que no era de mi autoría, que lo había escrito un hombre.”
Sensibles ante el amor
“El ser humano es especialmente sensible ante el amor —explica el co-autor de Amores adúlteros—. Llega un momento en que los hombres ya no somos simplemente hombres ni las mujeres simplemente mujeres. Nos convertimos en seres humanos invadidos por una sensación indefinible.”
Les comento que uno de los aspectos que más llamó mi atención, fue que ella experimenta mucho menos culpa, incluso se le ve bastante relajada, que él, y Beatriz confiesa que ni siquiera había reparado en ese detalle, a lo que Federico agrega: “El tiene un poquito más de remordimiento, creo que es el que más sufre, como cuando ella lo deja plantado porque tiene que cumplir un compromiso imprevisto con el marido. Aquí es él quien se queda «vestido y alborotado». Creo que ella se siente un poco más cómoda porque, finalmente, se lleva bien con su esposo, pero él se siente cada día más ajeno a su entorno, a su familia, a su mujer, a sus hijos.”
Beatriz finaliza diciendo que hicieron todo lo posible por escapar de los lugares comunes, lo cual, hay que señalar, logran con elegancia: “Aparecen unas como viñetas de la vida cotidiana de cada uno en la que, naturalmente, se perfilan los personajes de su entorno familiar, pero no son presencias predominantes. Es, básicamente, una novela intimista.”

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