Las altas y bajas en la relación entre nuestro gobierno y el de Estados Unidos han llegado a un estado preocupante, causado por el radical contraste entre las elegantes palabras de la diplomacia y las ásperas advertencias lanzadas por funcionarios norteamericanos durante sus labores gubernamentales.


En el transcurso de pocos días desde el norte nos lanzaron tres declaraciones de la más alta importancia para esta relación binacional estratégica.

De entrada, el subsecretario del ejército norteamericano,  Joseph W. Westphal, aventuró que “los cárteles del narcotráfico en México tienen el potencial para tomar el control del gobierno y representan un tipo de insurgencia”. Además, sus palabras dejaron ver la posibilidad de que la violencia en nuestro país haga necesario que el suyo invada nuestro territorio.

A este mazazo político, se sumó la declaración de James Clapper, director de Inteligencia de Estados Unidos, quien anunció que en el gobierno norteamericano decidió elevar al máximo rango de prioridad la amenaza que representa la violencia del narcotráfico en México, ante el peligro de que desborde la frontera.

Además, Clapper afirmó que México tiene “capacidades militares y policiales inadecuadas” para vencer en esta guerra. Esta declaración parece ser una continuación de un cable filtrado por Wikileaks en el que un diplomático norteamericano calificaba a nuestro Ejército como “lento, torpe y con aversión al riesgo”.

Para rematar, la secretaria de Seguridad Interior, Janet Napolitano, mostró su alarma ante una posible alianza entre los Zetas y la organización terrorista Al-Qaeda.

Reacción destructiva

La cancillería mexicana ha reaccionado descalificando a botepronto y de manera altisonante las declaraciones estadounidenses, optando por la vía de la confrontación.

Aunque como mexicano comprendo esa reacción, pues hay un sentimiento patriótico que nos urge a alzar la voz para responder las críticas a nuestro país, actuar con visión de Estado demanda dejar siempre abierta una puerta al diálogo, de otra manera no se ayuda al Presidente ni se ayuda al gobierno.

Quien está ahí para hacer una labor diplomática de diálogo, de aclaración, de entendimiento, es la canciller. Sin embargo, su oficina es la primera en reaccionar sin mesura. Es fácil hacer diplomacia cuando Hillary Clinton viene a Los Pinos y se declara fan de nuestro presidente. Lo difícil es actuar con mesura bajo presión.

Valdría la pena considerar que Estados Unidos tiene un aparato de inteligencia que, a pesar de sus conocidos yerros, se encuentra entre los mejores del globo. Asimismo, dos de las mencionadas declaraciones se hicieron bajo juramento, en comparecencias ante legisladores. Ello merece que, por lo menos, se escuche, se sopese, se reflexione antes de reaccionar con violencia verbal.

Por todo ello, es necesario actuar diplomáticamente con una visión positiva y propositiva, pedir aclaraciones, dialogar, analizar la información, escuchar; en fin, aprovechar esta situación para avanzar en las negociaciones bilaterales y en la construcción de la seguridad regional, optando por el bien de México y no simplemente por obtener ganancias políticas inmediatistas.

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