José Fonseca

Cuando la lucha entre facciones es intensa, el político se interesa, no por todo el pueblo, sino por el sector a que él pertenece.
Thomas Macaulay

El curso de los acontecimientos electorales bien podría hacer que los ciudadanos llegáramos a la conclusión de que los partidos políticos no son indispensables.
El sistema político mexicano, a partir de los años ochenta del siglo pasado, se sustenta en el sistema de partidos políticos, lo cual se explica en una sociedad heterogénea como la mexicana.
Así, dentro del sistema de partidos se agrupan formaciones políticas con sus peculiares y distintivas doctrinas e ideología, las cuales se supone representan los modos de pensar que conviven en nuestra República.
A partir de esa premisa se ha construido un entramado constitucional, legal e institucional que en estricto rigor le da a los partidos políticos el monopolio de la actividad política y electoral.
La reforma política de 2007, aprobada con el entusiasta consenso de todos los partidos, no sólo consolidó ese monopolio de la actividad política y electoral, además creó reglas crecientemente difíciles para la participación directa de ciudadanos no agrupados en una formación política.
Con el pretexto de impedir la participación de las corporaciones sindicales o del sector privado como tales, se limitó la participación de los ciudadanos, salvo que militen en un partido político.
Sería insensato desestimar la importancia de las coaliciones partidistas para ganar el poder o aprobar alguna legislación.
El problema es que, dado que se nos indigestó la democracia, eso de las coaliciones ha sido interpretado como el “derecho a la pepena”. Así, el ejemplo más reciente de Baja California Sur mostró que un militante del PRD hasta dos meses antes de las elecciones de gobernador, al no conseguir la nominación perredista, presto fue arrebatado por el PAN, quien lo hizo su candidato a gobernador. Y ganó, porque era el más popular en la entidad.
Ese ejemplo se ha repetido en muchas otras elecciones. Confundidos por el rejuego de migraciones partidistas, los ciudadanos han optado por votar por los candidatos.
Entonces, si lo que importa quién es el candidato, no el partido al cual pertenece, surge preguntas.
¿No estarán los partidos políticos, dispuestos a todo con tal de ganar, socavando al sistema de partidos?
Si para los votantes lo que importa son el discurso y las promesas de cada candidato, los partidos salen sobrando.
La doctrina y la ideología de los partidos pasa a segundo plano.
Entonces, ¿por qué no cambiar el sistema para que directamente se postulen los ciudadanos a cualquier puesto de elección?
¿Eso es lo que quieren el gobierno calderonista y los partidos políticos mexicanos?
Urge una definición, antes de que en cierto momento los ciudadanos se cansen y griten como en Argentina: ¡qué se vayan todos!