Bernardo González Solano

l poder, ¿qué tendrá el poder que nadie lo quiere dejar? Y menos por la mala. Con tal de mantenerlo muchos quieren asustar con el coco como si las sociedades —pobres y desesperadas— fueran niños. Lo peor del caso es que los mandamases en Occidente —aquende y allende el océano— sirven de cómplices a octogenarios dictadores que aunque ya están muertos no se percatan que tienen no un pie, sino medio cuerpo en la tumba. Momias en vida con el ataúd abierto. A tal grado que los “expertos” —como algunos disfrazados palestinos terroristas vestidos de viejos actores ingleses— advierten que la caída del tirano provocará tal polvareda que oscurecerá a todos los países “civilizados”.
Pobre Egipto, aún le esperan muchos días de zozobra: el rais no quiere irse, no advierte que ante sí hay millones de mujeres y hombres jóvenes —entre 15 y 30 años de edad— que le gritan, día y noche:  “¡Ya vete, Mubarak!”.
Otros manifestantes iraníes, en las calles de Teherán, portan pancartas con una fotografía de Hosni Mubarak, ofreciendo, por su cabeza, un millón de dólares, como un narcotraficante común y corriente. Aunque algunos militares incondicionales y no pocos mandatarios extranjeros tratan de alargar la salida de Mubarak, ésta se dará a corto o mediano plazo. Más pronto que tarde. La suerte de Mubarak está echada.
Muchos analistas afirman que Egipto no es Túnez, como si hubieran inventado el agua hervida. Claro que Egipto no es Túnez. Todo mundo lo sabe, como lo sabe la Casa Blanca o el gobierno de Israel. Por lo mismo, actúan de manera diferente ante la inevitable retirada de Mubarak. Sucede que desde hace muchos años las poblaciones pobres árabes, tanto del Magreb como de otras partes del Oriente Medio y del norte de Africa piden democracia y en Occidente apoyan dictadores.
Un conocido jurista egipcio, Ehab Tahim, que ha participado diariamente en las manifestaciones populares en la plaza Tahrir, declara a una corresponsal —Nuria Tesón—: “Obama es como Mubarak… Durante años, Occidente ha permitido que se nos niegue la democracia justificándose con islamismo, terrorismo e intereses globales… Yo no entiendo de globalización o intereses, pero si miras esta plaza (en castellano, Liberación) verás una fotografía en miniatura de Egipto: cristianos protegiendo a los musulmanes de las piedras mientras rezan, madres con sus hijas, hombres y mujeres, ricos y pobres. Todos piden democracia y Occidente les da dictadores”.
El papel de Obama
También es cierto que en Egipto no todos ven a Barack Obama como aliado o cómplice del rais. Estudiosos de la sociedad egipcia y de las relaciones internacionales también interpretaron el viernes 14 de enero —cuando se señaló como el día del retiro de Mubarak— que el límite de la paciencia está tocando a su fin y que esto podría favorecer la caída del viejo presidente egipcio.
El hecho es que el régimen de Mubarak empezó a dar señales de resquebrajamiento —o así lo interpretaron muchos— por los que asistieron a la Plaza Liberación. Entre otros, el secretario de la Liga Arabe, Amr Musa, y Yehia El Gamal, famoso constitucionalista. La asistencia de ambos agregados al éxodo de importantes miembros del Partido Nacional Democrático de Mubarak, se interpretó como clara señal de que el fin no está muy lejano.
También hizo acto de presencia ese viernes, el ministro de Defensa, general Mohamed Tantawi. Su llegada primero causó desconfianza y después seguridad. Sobre todo cuando declaró a la prensa: “Egipto es un país fuerte y la situación se encuentra bajo control… No todo el país es la plaza de la Liberación”. Sin embargo, su visita a la plaza se tomó como otro acto de debilidad de Mubarak, pues aunque nadie sabe cuándo, todos aseguran que su salida es inminente. Además, nadie ignora que, hasta el momento, la actitud del Ejército ha mantenido las aguas en su cauce, y que cuando el rais salga, la postura de las fuerzas armadas será definitiva para el futuro de Egipto. Por eso, la plaza Tahrir se ha convertido en un zoco donde la gente espera los próximos acontecimientos. La verdad es que los egipcios en general, y los cairotas en particular, no se dejaron amedrentar por el toque de queda.
Muy pocas ocasiones sucede que la población civil no acata las disposiciones en dichas circunstancias, y cuando no se respetan, como ha sido el caso en El Cairo y otras ciudades egipcias, significa que los antes temerosos ciudadanos ya le perdieron el miedo a los uniformados. ¿Ojalá y esto continuara así! pues un baño de sangre a nadie convendría, mucho menos a los indefensos habitantes de la capital egipcia.
Mientras llega el momento culminante: el retiro absoluto de Mubarak del poder, el presidente de Barack Obama teje su juego diplomático con sumo cuidado. Aunque el octogenario mandatario egipcio trata de presentar una imagen segura de sus últimos pasos como mandatario, sin duda, tras bambalinas, sus familias y sus más íntimos allegados
—incluyendo los cuerpos de seguridad y de inteligencia— hacen los acostumbrados preparativos para, en caso dado, abandonar el país. Lo que antecede cuando un dictador llega a su fin. La historia tiene infinidad de casos. Como sea, es indudable que la Casa Blanca ya transmitió al palacio de Heliópolis la premura de la salida del último faraón, ya casi momia, sin importar que en los últimos 36 años haya sido el principal aliado estratégico de Estados Unidos, a favor de Israel, enfrentando al islamismo. Lo pasado, pasado.
Mubarak ya no es el son of a bitch (hijo de puta) del Tío Sam. Como se refería el presidente Roosevelt al dictador nicaragüense Anastasio Somoza: “Quizás sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Mubarak ya dejó de serlo. Obama, menos pragmático, tiene otra perspectiva de la diplomacia en el Oriente Medio. Algunos hablan hasta de pánico estratégico ante un probable desmoronamiento del statu quo estadounidense en la zona maldita donde muchos quieren que Israel no continúe existiendo.
Son demasiados los imponderables que debe sopesar Obama. No sólo el cerco alrededor de Israel; en lo que sucedió en Irán después del derrocamiento del Shá Reza Pahlevi y su sustitución por la dictadura islámica que se impuso, tras espantoso derramamiento de sangre, como una teocracia fundamentalista que pretende diseminar la yihad por donde sea posible.
Al final de cuentas, el presidente mulato no quiere que nadie lo señale como el mandatario estadounidense que perdió Egipto como Jimmy Carter “perdió” Irán. No quiere enfrentarse con los fantasmas de Anastasio Somoza y del esposo de Farah Diva. Con estos espectros Obama no quiere saber nada.
La historia se repite
Pero a veces, aunque no se quiera, la historia se repite. Obama no quiere ser el remedo de Carter, aunque sucede que el 16 de enero de 1976, Reza Pahlevi abandonaba Irán, por motivos de salud, tenía cáncer, a semejanza de Mubarak, y fue recibido en Egipto, por el presidente Anuar Sadat. El shá también estuvo en México. Cuando los dictadores se tienen que ir al exilio se convierten en una molestia, por decir lo menos, para los inquilinos de la Casa Blanca, aunque hayan servido para todas las maniobras posibles de la diplomacia estadounidense. Si en aquellos tiempos hubiera existido WikiLeaks, qué de cosas se hubieran sabido.
Aunque la historia a veces se repite, nadie quiere ser el protagonista de los errores del pasado. Hasta los más optimistas saben que el futuro no está escrito. Si Estados Unidos y la vieja Europa quiere que haya democracia en Egipto deben empezar por aceptar a los islamistas como parte de la democracia “a la egipcia”. Como afirma el analista Shibley Telhami: “Estados Unidos puede obligar a barajar las cartas, pero no puede decidir donde caen las bazas”.
Porque Obama sabe —en su fuero interno— que en gran medida su futuro político (para bien o para mal) está relacionado con el destino (trágico o no) que tenga el rais. Quién lo diría, pero así son las cosas. Si Mubarak abandona el poder en forma más o menos “civilizada” o trágicamente, esto redundará en el esposo de Michelle Obama. Pero, como se dijo líneas atrás: el futuro no está escrito. Y ya muy pocos creen en las runas o en otras magias.
Así, en las dos conversaciones telefónicas que ha mantenido Obama con Mubarak, el propio presidente numero 44 de la Unión Americana confesó haberle dicho a su interlocutor: “debe consultar con sus colaboradores y escuchar a su pueblo” y que después de haber aceptado no volver a presentarse a los comicios (de septiembre próximo), “después de ese paso psicológico, ahora Mubarak, que desea lo mejor para su país, que es orgulloso pero también es patriota, debe pensar en su legado y mi esperanza es que sabrá tomar la decisión correcta”.
Con el mayor de los cuidados, Obama ha sido diplomático e hizo una invitación directa a Mubarak para que encabece una transición ordenada y con la cabeza en alto. De lo contrario, el octogenario dictador se condenará y condenará a su país a una larga crisis y perspectivas siniestras. Muy costosa. Con inevitable derramamiento de sangre. El rais no debería alargar su agonía.
De otra suerte, la Casa Blanca buscará otras medidas. Por el momento, todo indica que su objetivo es que el protagonismo de esta situación se mantenga en El Cairo y no en Washington.
Así, el primer afroamericano en llegar a la Presidencia de su país aseguró que “el destino de Egipto será decidido por los propios egipcios, no por Estados Unidos”.
¡Ojalá así sea!