El presidente egipcio Hosni Mubarak cayó. Se rumora que su estado de salud lo dejó incapacitado para seguir aferrándose al puesto, que no al poder (que ya había perdido). De cualquier forma es claro que los militares tuvieron un papel fundamental en su salida, pues es el Consejo Superior de las Fuerzas Armadas la instancia que se queda a cargo. Los ministros nombrados por Mubarak ante la crisis (incluyendo el vicepresidente Suleimán a quien le correspondía, por ocupar ese cargo, ser el sucesor) permanecen en sus puestos hasta nueva orden, pero se les ha prohibido abandonar el país y, aparentemente, no pintan nada en las decisiones importantes. El Consejo, encabezado por el mariscal Mohamed Tantaui, decretó de inmediato una suerte de estado de sitio draconiano, aunque al mismo tiempo ofreció hacerse cargo de los cambios necesarios. Se reunió con un comité de jóvenes activistas de las organizaciones que lideraron las protestas, haciendo a un lado a los partidos políticos tradicionales, y prácticamente aceptó todo su pliego petitorio: reforma inmediata a la Constitución, referéndum para aprobar los cambios en dos meses, y elecciones libres tanto del parlamento como del ejecutivo. De inmediato nombró una comisión de notables, presidida por un juez opositor al régimen, para proponer los cambios constitucionales que básicamente implican eliminar todas las enmiendas y reformas que Mubarak había ido integrando para perpetuarse en el poder.
El ejército ha pedido a la población que se vuelva a las casas y al trabajo, mientras decenas de huelgas siguen paralizando la actividad económica. Sin embargo, la multitud se resiste a dejar la revolución en otras manos que no sean las suyas propias, y no les falta razón. De una forma u otra, han sido los militares los verdaderos gobernantes del país desde Nasser, y ello les ha traído muchos beneficios. El ejército egipcio es uno de los más grandes y mejor armados del mundo. También se ha caracterizado desde los tiempos de Sadat por su cercanía con Estados Unidos, al grado que muchos de sus oficiales y generales se han formado en ese país. Tantaui mismo es casi una excepción: veterano de todas las guerras contra Israel, cercanísimo a Mubarak y entrenado todavía por los soviéticos, es casi el único de la vieja guardia dentro del Consejo, al que pertenecen también personas como el número dos del ejército, el general Sami Hafez Enan, formado en las academias norteamericanas, claro ejemplo de la nueva generación de oficiales cosmopolitas, y completamente autoritario. Por otro lado, la tropa está formada casi exclusivamente por miembros de las clases más desfavorecidas que se enlistaron al no tener más alternativas de vida.
El segundo paso del Consejo fue comunicarse con el gobierno de Israel para asegurarle que los tratados de 1979 siguen en pie, lo que debe haber tranquilizado algo (sólo algo) a los israelíes que se encontraban muy a gusto con Mubarak. Temen no sólo la posibilidad (muy remota) de un régimen islamista, sino que un gobierno más democrático sea menos tolerante con sus excesos para con los palestinos.
Los ejemplos de Túnez y Egipto recorren la región como un fantasma: las manifestaciones siguen en Yemen y Bahrein, así como los enfrentamientos y los disturbios. La oposición iraní también ha salido a las calles y el régimen de los ayatolas los ha reprimido sin miramientos. En Argelia las demostraciones populares no han sido tan exitosas pero tampoco cesan del todo. Incluso en la Libia de Gadafi la gente ha salido a las calles, aunque el férreo cerco informativo no permite conocer la magnitud de las protestas (ni de la represión).