Nadie en su sano juicio puede estar en contra de la lucha a la corrupción, como aquella a la cual convoca frecuentemente el presidente Felipe Calderón. La convocatoria presidencial, empero, sólo forma parte de una táctica político-electoral, cuya finalidad es, otra vez, denunciar que todos los males que padece hoy la sociedad son responsabilidad del régimen priísta.

Así, el presidente Calderón se fuga hacia el pasado; en conveniente actitud de ignorar que ya hace once años que su partido, Acción Nacional, gobierna a la República. Otra vez se muestra una evidente carencia de sentido del Estado, pues los gobiernos se instituyen para —mediante la aplicación imparcial de las leyes— reducir los efectos de conductas francamente antisociales, como la corrupción.

La otra fórmula para combatir la corrupción lo es, sin duda, el fortalecimiento de una escala de valores y normas de honestidad y honradez que se difundan a través de la educación.

Hubo un tiempo de régimen de partido único, autoritario como se estila calificarlo actualmente. Pero más allá de ideologías, la educación cívica buscó fortalecer una escala de valores y normas sociales que hacían de la honestidad y la honradez valores apreciados y reconocidos. Más allá de evaluaciones cualitativas tan de moda, ha faltado el fortalecimiento de programas educativos que recuperen el objetivo de formar ciudadanos que respeten la ley y exijan que la respeten todos los demás.

Sin embargo, durante once años, los gobiernos panistas no han fortalecido la educación y tampoco han establecido reglas claras y sencillas para combatir los actos de corrupción. Han sido ambiguos los gobiernos panistas frente a la corrupción. Empezaron durante el foxismo por crear una maraña de reglamentos y normas, cuya finalidad era reducir las ocasiones de corrupción. No obstante, fue tal la multiplicación de reglamentos, reglas de operación y normas, que terminaron por entorpecer hasta las actividades más honestas y legales de los ciudadanos que deben tratar con el gobierno federal y forzaron a algunos a encontrar atajos que facilitaron la corrupción.

Ahora, presionados por la realidad de la globalidad, han decidido eliminar muchas reglas y normas. Se ha hecho a rajatabla. Y sólo se propicia, otra vez, la complicidad de quienes ven la oportunidad de evitarse el cumplimiento con la ley.

La realidad es que los gobiernos panistas no han tenido siquiera la voluntad política para investigar las conductas presuntamente ilícitas frecuente y públicamente denunciadas de funcionarios surgidos del PAN. Esa carencia de voluntad política para sancionar las conductas ilegales de funcionarios públicamente señalados no sólo no ha merecido investigaciones legales e imparciales, pero exhaustivas; en la mayoría de los casos, los funcionarios acusados sólo han merecido una discreta separación del encargo.

Así, el resultado es que se extiende la percepción social de la impunidad de la corrupción, con lo cual el severo señalamiento presidencial se queda en discurso vacío a los ojos de los ciudadanos desencantados de “los gobiernos del cambio”.

Además, el señalamiento presidencial

—tan severo con quienes, dijo, han hecho inmensas fortunas al amparo del poder— hace suponer que tiene la información sobre casos reales, no retóricos, lo cual le obliga a hacer las denuncias correspondientes para castigar a los responsables. La ausencia de esas denuncias, de acusaciones ante los tribunales, deja el severo discurso presidencial sobre la corrupción como un simple ejercicio de retórica electoral.

Peor aún, bien pudiera interpretarse como un amago para utilizar con fines políticos-electorales a las instituciones de procuración de justicia, las cuales, como ha ocurrido no hace mucho, se encargan de inventar cargos y acusaciones en épocas de elecciones, acusaciones y cargos que se desvanecen una vez celebrados los comicios.

Estamos a medio año de que arranque el proceso para elegir al Presidente de la República. Será fuerte la tentación de ganar como sea, lo cual puede distorsionar el rol de las instituciones.

Y esa también es una forma de corrupción.