Juan José Rodríguez Prats

Con el libro recién escrito, Cuauhtémoc Cárdenas brinda un sobrio y excelente recuento de su desempeño en la vida pública, lo que implica un relato de las últimas ocho décadas, partiendo del gobierno de Lázaro Cárdenas hasta nuestros días. Es el repaso de una etapa llena de acontecimientos, de decisiones trascendentes, de conflictos profundos, en la que a veces faltan luces para conocer a fondo lo realmente acontecido. Por eso tiene un gran valor el testimonio del ingeniero Cárdenas, personaje central, junto con su familia, de esta turbulenta vida nacional.

Me referiré a algunos momentos del relato. Afirma el autor que, pasadas las elecciones de 1988, evitó en todo tiempo la confrontación y la violencia; hacer lo contrario hubiera sido una inmensa irresponsabilidad y un verdadero crimen, y agrega: “Y se hubiera perdido, al menos por un largo periodo, la posibilidad de impulsar la organización política de la gente, las reformas constitucionales y legales y los cambios en el ambiente político que se han logrado a partir de 1988” (p. 256). Esta declaración me deja atónito porque esas reformas son mérito del PAN, que supo impulsar las negociaciones y lograr reformas financieras, institucionales y, desde luego, del Estado, que permitieron la transición a la democracia. Qué bueno que el ingeniero, en un acto de honestidad, aclara este controvertido punto.

Profundizando en este tema, Cárdenas expresa en la página 274 que la opción era “por la indignidad o la confrontación violenta”, lo cual evidencia una clara contradicción: ¿sentarse a negociar es caer en la indignidad?, ¿había realmente la posibilidad de evitar que un gobierno, señalado con el estigma del fraude electoral, asumiera el poder? Este tema ha sido motivo de debate por décadas y se ha criticado a Luis H. Alvarez, a Carlos Castillo Peraza y a Diego Fernández de Cevallos por su oportunismo, cuando en realidad tuvieron la inteligencia para aprovechar el momento y lograr algunos de los cambios que el país requería. Ello corresponde a la tradición panista de apostar por la gradualidad.

En otra parte del texto, Cárdenas escribe: “Yo estoy en la oposición porque no estoy de acuerdo con lo que hace el gobierno y no lo estaría si las políticas públicas, por ejemplo, se correspondieran con los principios del PRD” (p. 521). He ahí una posición de absoluta intransigencia que explica por qué no se logran acuerdos. No se ha entendido que la oposición debe exigir al partido en el gobierno que cumpla con lo ofrecido por ese partido al electorado y no que se someta a los postulados de la oposición. Es increíble que afirme que la oposición no debe apoyar sus propias propuestas si éstas son asumidas por el gobierno. Esto ratifica mi convicción de que en la política prevalecen más las malas pasiones que las convicciones; los intereses sobre los principios; las ambiciones sobre el interés nacional.

México perdió una inmensa oportunidad cuando el PRD, por cerrazón, prepotencia y soberbia, rechazó la oferta del presidente electo Vicente Fox para integrar un gobierno de coalición e impulsar las grandes reformas (p. 479). En los meses recientes se ha pretendido corregir aquella falla, pero el daño para el país ha sido ya de gran magnitud.

Al PAN se le ha culpado de no haber logrado reformas estructurales. No pretendo justificar a mi partido, pero sí es menester señalar la responsabilidad del PRD. Entiendo los argumentos para no haberse sentado con Carlos Salinas de Gortari a discutir las reformas que México requiere, pero no se puede entender ni justificar esa misma actitud con un gobierno democráticamente electo.

En el caso del PRI, ahora su flamante nuevo presidente dice que el PAN no expuso adecuadamente a los legisladores priístas las reformas a realizarse. Ahora resulta que es necesario explicarle a ese partido las bondades de una determinada reforma. ¡Qué grave! En 82 años de existencia aún no saben lo que es bueno para México.

Cuauhtémoc Cárdenas se refiere en pocas ocasiones a Andrés Manuel López Obrador; este siempre ha presumido haber acudido a Cárdenas en 1988 para ser postulado por el Frente Democrático Nacional a la gubernatura de Tabasco. Sin embargo, el ingeniero aclara que Graco Ramírez Garrido, después de muchas resistencias, convenció a López Obrador de ser postulado. También relata cómo López Obrador hizo su campaña a jefe de Gobierno del Distrito Federal, distanciado de la suya a la Presidencia de la República, (p. 467), una actitud desleal hacia quien le brindó el acceso y el impulso dentro de las filas perredistas. Por último, afirma lo que parece un buen retrato de López Obrador: “Yendo a otros temas, me preocupa profundamente la intolerancia y satanización, la actitud dogmática que priva en el entorno de Andrés Manuel para quienes no aceptamos incondicionalmente sus propuestas y cuestionamos sus puntos de vista y sus decisiones, pues con ello se contradicen principios fundamentales de la democracia como son el respeto a las opiniones de los demás y la disposición al diálogo”.

El libro da para mucho y acudiremos a él en otras ocasiones. Manifiesto mi gratitud al ingeniero Cárdenas por este histórico documento, lo felicito porque lo siento un hombre íntegro y estoy cierto que a pesar de no coincidir en algunas ideas, manifiesta su autenticidad y su amor por México.