Eclosión en Japón
Bernardo González Solano
El 6 de agosto de 1945, a las 8:15 horas, desde el bombardero estadounidense Enola Gay se lanzó la primera Bomba Atómica en la historia mundial sobre la ciudad de Hiroshima causando, en el momento de la explosión, 75 mil muertos y 90 mil heridos. En 1989 se calculó que 160 mil personas habían fallecido por las secuelas del atentado atómico. Tres días más tarde, el 9 de agosto del mismo año, se lanzó una segunda Bomba Atómica en Nagasaki, causando 40 mil muertos. Al día siguiente, el Imperio Japonés se rindió incondicionalmente a las potencias aliadas de la Segunda Guerra Mundial.
Ahora, por si le hiciera falta, Japón agrega a su lista de fechas fatales el 11 de marzo de 2011, a las 14:45 horas, cuando el archipiélago nipón sufrió el más poderoso temblor de su historia. De una magnitud de 9 grados Richter —primero se dijo que había sido de 8.9— cuyo epicentro se localizó enfrente de Tohoku, parte central de Japón, región que siempre mantiene una fuerte actividad sísmica. Dada su magnitud, inmediatamente empezó a provocar un tsunami (literalmente significa “olas en puerto”: olas: nami, puerto: tsu), cuyo poder destructivo repercutirá durante muchos años en el país del sol naciente. Este ha sido el quinto sismo más fuerte de la Tierra. Tardará mucho tiempo para conocerse el número exacto de muertos y heridos. Cálculos pesimistas aventuran que mucho más de 10 mil personas perdieron la vida por el temblor y por el tsunami. Pero no todo había terminado. Tras el sismo y el tsunami, llegó algo peor: podría sobrevenir una catástrofe nuclear.
Después de los dos fenómenos naturales, incluso los centenares de réplicas, algunas de casi 7 grados, llegó la paralización de las centrales nucleares: 11 de las 54 centrales con las que cuenta Japón interrumpieron su funcionamiento y las autoridades decretaron el estado de emergencia, principalmente después que en la vieja unidad de Fukushima —la más antigua del país— fallara el sistema de refrigeración de uno de los seis reactores. Después seguirían otros. En otra central se registró un incendio y los responsables de su funcionamiento anunciaron que podría haberse producido un escape radioactivo. Y luego, el miedo y la incertidumbre, que hasta el momento de redactar este reportaje no han cesado.
Por el momento, ni los expertos locales o extranjeros pueden asegurar cuál será el desenlace de los problemas de las centrales nucleares, lo que ha desencadenado una fuerte discusión sobre el futuro de los 443 reactores nucleares que producen electricidad en el mundo. En México, por ejemplo, nadie informa cabalmente sobre el funcionamiento de la planta nuclear en Laguna Verde, Veracruz, alrededor de la cual circulan muchas conjeturas, principalmente por el aumento de cáncer entre los residentes en la zona. Puro misterio.
Debate sobre la energía atómica
Y, el asunto no es para menos. De hecho, los problemas de las centrales atómicas japonesas son un severo grito de advertencia para el crecimiento de la energía nuclear mundial. Diecisiete nuevos países quieren contar con reactores atómicos. Así, el impacto de Fukushima será planetario. En 2008, el sorprendente aumento del petróleo —el precio por barril arañó el nivel de 150 dólares cada uno— propició hablar del “átomo civil” en todo el mundo. Se trataba de atenuar la dependencia de los hidrocarburos fósiles produciendo energía eléctrica sin originar gas con efecto invernadero. Por decir algo, en la Unión Europea, se empezó a hablar explícitamente de lo nuclear entre las “energías descarbonadas”, en el mismo sentido que la hidráulica, la solar o la eólica.
La catástrofe japonesa, veinticinco años después de la de Chernobyl, Rusia, regresa al primer plano el debate sobre los peligros de la energía atómica. Esta crisis se presenta en los momentos en que China y la India construyen centrales nucleares a marchas forzadas. El equivalente a 16 reactores EPR están en las fábricas en el Imperio del Medio. Los países emergentes o en vías de desarrollo se encuentra en la puerta de la Agencia Internacional de la Energía Atómica en Viena, Austria. Oficialmente, 17 países han entregado el mes pasado ante esta organización internacional los expedientes necesarios para construir sus primeras centrales. La lista incluye a Chile, un país tremendamente sísmico, o Bangladesh, que frecuentemente sufre gravísimas inundaciones.
Los Emiratos Arabes Unidos, que ya iniciaron la construcción de su primera central atómica, que adquirió a Corea del Sur, han contratado especialistas extranjeros para crear una confiable autoridad de seguridad. La pregunta es si Vietnam, Egipto o Nigeria pondrán el mismo cuidado y los medios para este sistema de seguridad.
Una pausa necesaria
Así las cosas, un antiguo miembro de la autoridad de seguridad nuclear estadounidense, Peter Bradford, dijo: “Viendo lo sucedido en Fukushima por la televisión, el contribuyente y los parlamentarios locales seguramente tendrán menos interés de meter la mano en el portafolios para continuar manteniendo el proyecto de energía nuclear”.
Lo cierto es que en Estados Unidos, país que cuenta con 104 reactores nucleoeléctricos —donde no se ha inaugurado ni uno nuevo en más de dos décadas—, cuatro solicitudes de licencia están en trámite. Además, desde hace tres años, la repentina abundancia de gas —sobre todo del famoso gas de esquisto— convierte a las nucleoeléctricas en empresas muy caras. Asimismo, la semana pasada, John Rowe, el director de Exelon, compañía eléctrica que opera 17 reactores atómicos, sorprendió a propios y extraños al declarar que ya no construiría nuevas centrales atómicas debido a la abundancia del gas de esquisto, en los próximos años. Y el senador demócrata Joe Lieberman, anteriormente “convencido” de las bondades del átomo, llamó a “hacer una pausa”… “para tomarse el tiempo suficiente para digerir lo que ha sucedido en Japón”.
Hay que decir, sin embargo, que la planta nuclear no siempre fue mal vista en la zona de Fukushima. Todo lo contrario. Al igual que la mayoría de localidades donde existen los 54 reactores nucleares de Japón, la pequeña ciudad de Okuma (un poco más de 10 mil habitantes), recibió con la mayor alegría la instalación, en los inicios de la década de los 70, de la central atómica. La ciudad y sus alrededores sufrían por el cierre de las minas de carbón. El carbón dejó de ser utilizado para sustituirlo por el petróleo. La nueva central nuclear representó apoyos gubernamentales en todos los sentidos.
En 1971 inició sus trabajos el primer reactor de la Fukushima I. El primero en todo Japón. El 26 de marzo próximo cumpliría su cuadragésimo aniversario. Posteriormente se abrirían otros cinco reactores en la primera planta, en 1982 se instaló una nueva, Fukushima II. Todo iba viento en popa. Ni una sola nube negra presagiaba el futuro.
Pero, hace cuatro años se supo que Fukushima I estuvo en estado de emergencia en 1978, durante más de siete horas tras un accidente relacionado con las barras de control, empleadas para regular la reacción de fisión nuclear. En un reportaje de Andrés S. Braun, publicado en Madrid, se informa que ese había sido el último capítulo “de una investigación que el gobierno de Junichiro Koizumi abrió en 2002 y que reveló que TEPCO, la empresa que opera ambas centrales y que suministra electricidad a todo el este de Japón, había facilitado a la Administración entre 1977 y 2002 más de 200 informes falsos sobre sus centrales nucleares y que había ocultado sistemáticamente varios incidentes relacionados con la seguridad de los tres complejos nucleares que gestiona en Japón. Todos sus reactores fueron cerrados temporalmente y su presidente, Nobuya Minami, fue obligado a dimitir”.
Preparado para los temblores
“Hasta finales de 2005 —agrega Andrés S. Braun—, el Ejecutivo no autorizó que las plantas suspendidas fueran reabiertas, pero la actitud de TEPCO, que apenas depuró responsabilidades, y la incapacidad gubernamental a la hora de detectar los informes falsos desataron la ira de la opinión pública y pusieron en tela de juicio la política nuclear del país”.
A partir de ese momento, uno de los temas más debatidos entre enemigos y defensores de este tipo de energía en Japón, era si las centrales nucleares más viejas de Japón (22 tienen en funcionamiento tres décadas o más) resistirían un terremoto fortísimo, como el del viernes 11 de marzo.
Pese a los informes presentados por los responsables de la operación de la central nuclear, tratando de no provocar pánico, el hecho es que buena parte de la opinión pública nipona no cree, a pie juntillas, en sus dichos. Creen que ocultan la verdad. Podrían tener razón. No en balde, el propio primer ministro Naoto Kan
—cuyos problemas políticos antes del sismo ya eran mayúsculos y su futuro no se ve mejor porque se le acusa de haber actuado con lenidad ante el fortísimo temblor—, afirmó que ésta es “la peor crisis desde el final de la II Guerra Mundial”.
Japón es un país preparado para los temblores. Se encuentra en el peor territorio del mundo: sísmico mil por mil. Pero el del día 11 superó todas las previsiones. Los primeros pasos de los protocolos de seguridad funcionaron correctamente, deteniendo la actividad de los reactores y procediendo a su enfriamiento. La situación se complicó al fallar los sistemas de refrigeración y obligar a liberar vapor de agua con partículas radiactivas ante la eventualidad de que la presión reventara el cubo donde se encuentran los reactores. Los incidentes aumentan. Suman ya 600 mil los japoneses evacuados por temor a que los técnicos no puedan impedir una catástrofe. Difícilmente Japón volverá a ser el mismo. Con y sin energía nuclear.