Vicente Francisco Torres

El año 1988 fue trágico para Héctor Lavoe. Una mala fecha y con conciertos gratuitos simultáneos y de gran cartel, hicieron que su presentación se cancelara por malas ventas de las entradas. Héctor se empeñó en cantar gratuitamente para la fanaticada, pero le apagaron las luces y le quitaron el sonido. Esto fue premonitorio porque al otro día tuvo lugar el episodio del Hotel Regency que lo mandó al hospital con los huesos rotos. Y su estancia en el hospital reveló un secreto más: no tenía dinero. Para salvar la situación, el 14 de agosto se organizó, en el estadio Hiram Bithorn, de Hato Rey, un concierto para reunir fondos. Se dio cita la plana mayor de los salseros y, en un intermedio, Héctor dio un mensaje de agradecimiento; lo habían llevado al estadio en una ambulancia.
El dos de septiembre de 1990, Lavoe fue anunciado para una reaparición. Jorge Torres voló desde Puerto Rico para entrevistarlo en New Jersey y lo vio acabado por la enfermedad, pues el tartamudeo ni siquiera le permitía expresarse con claridad. Esa noche, su aspecto era tan cadavérico que, antes de salir al escenario, lo tuvieron que maquillar. Era un hombre “herido de muerte”, sin brillo en los ojos y con una expresión de dolor. Como no podía cantar, los coros intentaron hacerlo fuerte pero, finalmente, se rindió, ante Ismael Miranda y Adalberto Santiago, que reprimían los deseos de soltarse a llorar. “Mi gratitud, dijo Lavoe, gracias por venir… Perdonen que no puedo cantar porque estoy enfermo (…). Con dificultad, Héctor descendió del escenario (…). A las cuatro p.m. de ese día yo lo dejé con el boxeador Macho Camacho que era su amigo (…). Su voz estaba bien, pero cuando llegó al camerino, lo que llegó fue un zombie, sostuvo Maisonave al ser entrevistado por el autor”.
Si Agustín Lara conoció el ocaso no sólo a consecuencia de la caída que le fracturó la cadera, sino por la llegada de baladistas como Enrique Guzmán y César Costa, Héctor Lavoe se derrumbó ante el sida y la llegada de la salsa erótica y la salsa monga, o banal, con estrellas como Eddy Santiago, Willie González y Luis Enrique.
Héctor Lavoe, al final de sus días, con el pelo cayéndosele a mechones, iba a buscar el puyazo salvador en edificios en ruinas del Bajo Manhattan. Más tarde, debilitado por la diarrea, temblaba, ardía por la fiebre y se ensuciaba en la cama. Si ya había muerto como cantante, el martes 29 de junio de 1993, a los 46 años de edad, pero aparentando 70, murió como hombre. Fue expuesto en la misma funeraria en donde estuvieron Tito Rodríguez y Machito.
Rubén Blades le compuso “La fama” y “El cantante” mientras Héctor convalecía de una crisis. Willie Colón dijo estas palabras que bien pueden ser el epitafio del Cantante de los Cantantes: “La seducción y el éxtasis de la fama conllevan un precio muy caro. La fama es tan adictiva como la heroína, tan fugaz como una quimera y tan inconstante como una mujer. Incondicionalmente necesitada e implacable en sus exigencias”.