Carlos Olivares Baró
La poesía es un diálogo perpetuo con el silencio humedecido en los muros. El poeta escribe siempre sobre las tapias que guarecen a los zaguanes. Patio, el poeta ha dejado su huella: en el parapeto del pozo todavía se descubre la imagen del peregrino sediento. El agua, plata viva que se traga los ojos del que llega presuroso. La poesía es una conversación con sombras insurrectas. Entrar a un poema: discernir los laberintos inquietantes que pronuncian crestas desde la contención. “Estoy desnudo ante el agua inmóvil. He dejado mi ropa en el silencio de las últimas ramas”, nos dice el poeta Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931). En orfandad ensimismada, el trovador ha tocado el margen y confirma que “llegar al borde y tener miedo de la quietud del agua” son dos actos de envites cruzados.
La soledad es una aprehensión: estamos expuestos ante la premura del azar; en los puertos, el marinero se descamisa: los borbotones de sal manchan sus sandalias ansiosas de geografía tangible. No hay pared en el océano: lienzo todo el mar ondulante, espumoso, residual, imprevisible, hambriento. ¿Dónde pronunciar la palabra casa? ¿Dónde vincular memoria con aliento? Cuando llueve en el mar una tiniebla de peces se apodera de todos los presagios. Abundancia de agua que se repite a favor del desesperado que digiere efervescencia. “Ha de llover, / ha de caer la lluvia con dulzura / sobre los suicidas del amanecer”. La poesía llega con la mollina. La poesía llega con los fardeles deteriorados de los deseos desechados. La poesía se abriga en la vendimia de los amantes solitarios. Un verso, aluvión que el arco apresa en su extensión de resplandor suspendido: la flecha tiembla en el riesgo de prorrumpir y abrigar la garganta del pez.
Gamoneda cierra los ojos y de sus párpados brotan pasiones añadidas a los prontuarios de todas las apetencias que se agolpan en los disimulos. Estaciones que son puertos; dársenas que son tranqueras; aldabas que punzan el jugo de la madera; fallebas de bronce para proteger la simpatía de la elipsis: “La claridad hablada, tiene la boca en la tumba de los sonidos”. Los versos de Gamoneda se columpian en la amanecida perplejidad de lo inocente: llegar a su alborada, inscribirse habitante de explanadas desvestidas: el sol interviene para subrayar la tibia presencia de las súplicas. El sueño es una Isla de torrentes donde la imposibilidad desafía todas las soflamas. Gamoneda cierra los ojos porque “ha de llover/ en el pensamiento y en la felicidad ensangrentada”.
De la realidad y la poesía (Tres conversaciones y un poema) de Antonio Gamoneda, Clara Janés y Mohsen Emadí (colección Umbrales, Vaso Roto Ediciones, 2010) es un éxodo de prodigiosas glosas a todas las privaciones de olvido. Este libro es presencia: encrucijada de celebración al más supremo episodio del hombre: la poesía.
I. El hombre en el mundo y en la historia. La realidad el conocimiento y la sabiduría. (“La poesía es una profunda y real paradoja, un ‘no saber sabiendo’, suscitado por el accidente de que existimos”).
II. La poesía, el sufrimiento humano, el placer y un relato de Las mil y una noches. (“Me sentí impregnado de un pensamiento rítmico, es decir, un lenguaje peculiar de carácter rítmico”). Interludio: El poema “Ha de llover”. (“Ha de llover/ en los adolescentes frenéticos y en los adoradores nocturnos/ y en los ancianos extraviados en la música”.)
III. Poesía y política. El poder. Las libertades aparentes. Utopía. Visión del Quijote. (“El conocimiento poético se proporciona investido de datos que conllevan placer”).
Gamoneda cierra los ojos y el diálogo se abisma encallado en las dársenas de la música de The Astounding Eyes of Rita (ecm Records, 2010) del compositor Anouar Brahem (Halfaouine, Tunez, 1957). Las palabras invocan ceremonias; el oud (laúd árabe) de Brahem galopa absorto en los sigilos de la brizna. Gamoneda insiste porque “ha de llover jamás y siempre. Con/ desesperación agraria. Ha de llover/ hasta que enloquezcan los metales/ y el sílice y las inmensas madres”. El clarinete bajo, el bajo y el bendir (tambor turco) dibujan los rebujos. Cuando llueve “las madres son blandas y locas”. La música suavemente amarga, jugosa y enlutada de Brahem acaricia los versos de Gamoneda. Una mujer con un vestido gris de lunares blancos aguarda el ardor de la siesta de espalda a los cristales. Confesiones perturbadoras de uno de los grandes poetas de la lengua española. Estruendo de un músico que ha sabido teñir los ojos de congojas silbantes.

Carlos Olivares Baró es narrador, profesor universitario y musicólogo cubano residente en México. Colabora en publicaciones españolas y mexicanas sobre música y literatura. Autor de la novela La orfandad del esplendor.