En la rosa de los vientos
Juan Antonio Rosado
Entre el cúmulo de escritores que en los años treinta del siglo xx intentaron demostrar que la Revolución Mexicana no sólo fue pillaje, muerte y absurda inercia, se encuentra el veracruzano José Mancisidor, autor marxista, comprometido con las causas sociales y, al igual que Francisco Urquizo, ex combatiente revolucionario. Sin duda, su mejor novela es Frontera junto al mar (1953), que trata sobre la invasión norteamericana al puerto de Veracruz en abril de 1914. En esta ocasión, sin embargo, me referiré a una novela de tesis, muy ensayística y reflexiva, que al mismo tiempo puede considerarse novela de formación: En la rosa de los vientos (1941). Mancisidor, molesto con la “Revolución” que nos mostró Mariano Azuela en Los de abajo, echa mano de sus recuerdos para elaborar una obra autobiográfica donde se nos demuestra que durante la lucha armada no sólo hubo Demetrios Macías que peleaban sin saber por qué, sino también gente idealista, con una conciencia clara, con proyectos y valores. “¿Fui niño alguna vez? Mi niñez y mi juventud han sido una sola”, reflexiona el protagonista de En la rosa de los vientos. Desde pequeño, este personaje desempeña distintos oficios. El primer gran consejo proviene de la figura paterna: “La vida no es lo que tú has imaginado: la vida es algo más que un fácil vegetar”. El joven idealiza al padre y narra cómo va adquiriendo personalidad con el perfeccionamiento en los talleres y el dominio en el trabajo. El maestro Mercier es otro de sus tempranos guías: “enséñate a nadar en hondo —le dice—, más allá de la superficie, para conocer la vida. ¡Sólo así aprenderás a hacerte verdaderamente hombre!”. El aprendizaje aquí está ligado a la independencia, a la libertad respecto de cualquier tipo de manipulación; por ejemplo, las reflexiones en torno a Dios se despliegan desde la posición marxista del autor: “el Dios de los pobres no es igual al Dios de los ricos […] ¡Hasta emplean lenguaje diferente! Uno habla de pecados y castigos, el otro se refiere a faltas que es sencillo subsanar”. Desde el título En la rosa de los vientos, se propone una función didáctica y orientadora: si se ha encontrado la brújula, se ha encontrado el camino. De ningún modo se trata de esa piedra que sigue cayendo por inercia, como en Los de abajo, y que nunca dejará de caer. Por otra parte, el estilo de Mancisidor es precipitado, escueto, económico. Hay notorias elipsis históricas y los personajes hablan igual (defecto en el uso de registros lingüísticos del que adolecen muchos novelistas, entre ellos Elena Garro en Los recuerdos del porvenir, por lo que no es privativo de Mancisidor), pero en este caso el “defecto” aludido separa a la novela del realismo para vincularla más al ensayo o a la novela de tesis. No obstante, se trata de una obra de formación, de ahí que en la segunda parte el protagonista llegue a un estado de confusión: “El mundo está lleno de hombres y de sombras. Ahora soy sólo una sombra de mí mismo”. La conclusión del relato de aprendizaje es la siguiente: “¿Quién pudo quedarse niño después de lo que hemos pasado? Nuestros rostros han endurecido. Algunos surcos los cruzan profundamente. Las miradas se han vuelto reservadas y las palabras roncas y cortantes”. Tanto esta novela como Cuando engorda el Quijote, de Jorge Ferretis, y Tierra, de Gregorio López y Fuentes, poseen una visión telúrica: el ser humano es igual a la tierra, y la revolución se hizo por la tierra misma. ¿Ideologización? ¿Demagogia? En todo caso, contenido social y deseos del autor por mostrarnos una visión alejada del pesimismo de Azuela.

