Pareja de amantes malditos

Richard Burton, el amor de Elizabeth Taylor

 

Guadalupe Loaeza

El actor inglés Richard Burton fue llamado en el último momento para filmar la superproducción Cleopatra. Cuando le presentaron a la famosa protagonista, dijo: “¿Así que usted es la famosa Elizabeth Taylor? Nunca me imaginé que fuera tan chaparra y tan gorda”. A lo que Liz le contestó: “En cambio, yo siempre supuse que un minero galés como usted sería tan ordinario”.

En efecto, Burton, nacido en 1925, era hijo de un minero galés, el penúltimo de 13 hijos, que escapó de su humilde entorno al ganar una beca para la Universidad de Oxford. Contrariamente a Elizabeth, que había crecido en el lujo y era una conocida estrella internacional desde los 10 años, con un Oscar en su haber, él no había alcanzado el estrellato. Para actuar como Marco Antonio recibiría un sueldo muy inferior al de Liz. Lo que le importaba era trabajar bajo la dirección de Mankiewicz. Entonces Liz estaba casada por cuarta vez y tenía la reputación de rompematrimonios.

La primera vez que Burton se presentó en el foro, Liz-Cleopatra estaba filmando una escena desnuda. El espectáculo dejó al actor sin aliento. Sus ojos se encontraron y la fuerte e irresistible atracción que ambos sintieron en ese momento vino a compensar el mal efecto de su primer encuentro.  Liz y Richard se besaban con tanta pasión y duraban tanto sus besos que el director, materialmente, enronqueció gritando: “¡corte!”. A veces Burton llegaba borracho al set. A ella, al principio le caía en gracia su desfachatez. Después, maternalmente, tuvo que convencerlo de que no tomara tanto. Aun cuando ella no tenía que aparecer en las escenas donde trabajaba Burton, siempre estaba presente para aprovechar los momentos en que, entre dos tomas, se preparaban las luces para irse a su camerino y hacer el amor. Salían un rato más tarde, resplandecientes, alegres y sonrientes. “Podrían ser más discretos”, comentaban los ayudantes.

La noticia del romance Burton-Taylor se convirtió en la noticia del año. Fue tal la publicidad del escándalo que hasta el Vaticano se sintió obligado a hacer una declaración: “Estos caprichos de niños adultos son un insulto a la nobleza de millones de parejas que consideran la familia como algo hermoso y santo, a la cual dedican sus vidas”. Pero a Liz no le importaba lo que el mundo pensara, la terrible estrella estaba decidida a divorciarse y casarse con su amante. El se resistía a dejar a su esposa.

En su diario íntimo, Burton relata hasta qué punto estaba decidida la caprichosa Liz a quedarse con él: “Elizabeth dijo que estaría dispuesta a dar la vida por mí. «Palabras, ninguna mujer se mataría por mí», le dije, regodeándome en autocompasión. No sé qué más tonterías se sumaron a lo anterior. ¿Quién podría acordarse de algo tan remoto y bañado en alcohol? De pronto, Elizabeth se me planta delante con una botella y un tubo de somníferos en la mano y me dice que ella lo haría. «Venga, adelante», le dije, o algo parecido. Entonces se metió un puñado de pastillas en la boca y se las tragó como si cualquier cosa”.

Finalmente, se pronunció el doble divorcio y los amantes se casaron en marzo de 1964 en Montreal. El se emborrachó durante el vuelo a Montreal. “¿Por qué estás nervioso?”, le preguntó ella, “si llevamos dos años acostándonos juntos?”

The Daily News de Nueva York, dijo: “Cuando personas como éstas se convierten en espectáculo con su burla del amor y la santidad del matrimonio, ¿cabe sorprenderse de que la imagen exterior de Estados Unidos esté un tanto manchada?”.

El circo publicitario alrededor de su ruidoso matrimonio, sus peleas y reconciliaciones, siempre publicadas en la prensa, empezaron a desgastar la habilidad del público para tomar a Burton en serio y acabó aburriéndose con ellos. Bebían como cosacos. Hijo de un padre alcohólico, Burton se tomaba dos botellas de vodka en un día a mediados de los 60. La Taylor hacía lo posible para estar a la par. Ambos se hundieron en un alcoholismo severo. Elizabeth engordó, él se la pasaba borracho y empezó con cocaína. La pasión física que casi los había consumido había desaparecido.

“Apenas se ha gustado de la lujuria, se la desprecia, se la persigue contra toda razón; y no bien saciada contra toda razón, se la odia, como un incentivo colocado expresamente para hacer locos a los que en ella se dejan coger”, afirma Shakespeare en su famoso soneto. En 1972 su matrimonio iba al fracaso. Anunciaron su separación en 1973. Burton declaró a la prensa: “No es posible estar frotando un par de palos de dinamita sin esperar que no vayan a volar”. Al año siguiente se divorciaron.

Burton y Elizabeth continuaban sufriendo el dolor de su separación. Con lágrimas en los ojos, Richard le declaraba a su amada en galés: “Ruin dy garu di’n fwy na’r byd ei hunan” (te amo más que al mundo mismo).

Sólo la enfermedad y la muerte pudieron, finalmente, deshacer para siempre esta pareja de amantes malditos, inestable y comediante. Cuando Liz recibió la noticia de la muerte de Dick, en Ginebra, provocada por una hemorragia cerebral, cayó desmayada. Su prometido de ese momento, Víctor Luna, abogado mexicano, al ver la reacción y la histeria de Liz rompió su compromiso con ella.

Cual una reina viuda, Liz se presentó al entierro de Burton, rodeada de paparazzi.

Richard Burton había predicho, en su diario íntimo, el final de su tempestuosa relación con Liz: “El resultado será que yo moriré a causa de la bebida mientras que ella continuará alegremente en su medio mundo”. Y así fue.