Se politizó el agua
Carlo Pizano
Si los griegos precristianos fueran traídos por una cápsula del tiempo a nuestros días y escucharan lo que se califica o define como político, estarían preguntando qué pasó en dos mil años de uso de la palabra.
Para cualquier observador de lo que acontece en los asuntos públicos será fácil descubrir el siguiente fenómeno que relato. Basta asomarse a lo que sucede en cualquier congreso mexicano, el federal, los estatales o la Asamblea Legislativa. Supongamos que nos referimos, por ejemplo, al tema del agua en el Distrito Federal a propósito del Día Mundial del Agua que se celebra los días veintidós de marzo. Será relativamente fácil toparse con algún punto de acuerdo que señale la escasez del vital líquido en zonas como Iztapalapa o Gustavo A. Madero, de la sobreexplotación de los mantos acuíferos que aportan dos terceras partes del agua que se consume en el Valle de México o de la falta de cultura de cuidado de la misma por sus habitantes y el desperdicio que sucede al lavar aceras o automóviles.
Tampoco sería extraño que un legislador de oposición recordara esta situación al partido en el gobierno. Al entrar al debate de la proposición parlamentaria, al calor de las afirmaciones y rectificaciones, algún representante popular para ganar la contienda se le ocurrirá decir “es que están politizando el tema del agua”. ¿Qué se quiso decir con “politizando el tema”?
Una acepción simple de la palabra política, a partir de sus raíces etimológicas, arroja el significado de estar en presencia de algo relativo a la polis, en términos modernos a lo público. Acercándonos a conceptos de teoría política, la palabra define lo relativo a los asuntos del Estado, del gobierno, de la cosa pública. Así, volviendo al debate imaginario, el reclamo de estar “politizando” un tema pareciera un obviedad. Es evidente que la extracción y el consumo del agua, es materia pública, gubernamental, estadual.
¿Qué quieren decir realmente aquellos que acusan a sus interlocutores de “politizar” el debate público? En realidad lo que acusan es la “partidización” del debate. Imputan que la discusión se fundamente y origine en intereses de grupo o facciosos.
Es decir, para acusar el que una cuestión de naturaleza pública se utilice para provecho particular o de partido se usa un adjetivo totalmente alejado de lo que se quiere denunciar.
¿Por qué sucede esto? Una sencilla razón, corrupción del lenguaje. Las lenguas romances tienen la ventaja de definir objetivamente. Algunos defenderán la liberalidad de las lenguas sajonas, pero dicha liberalidad pierde ante la vocación por ejemplo del español de describir y nombrar a las cosas con un sentido realista, de búsqueda de la verdad. La política define a todo aquello relativo a la cosa pública, a los asuntos de la sociedad organizada para la consecución del bien común. Todo es político en el debate público relacionado con los asuntos de gobierno y de ciudadanía. El que se intervenga en el debate público exclusivamente con fines partidistas o de grupo tiene que denunciarse como tal, pero no tergiversando el concepto de lo político. Si fuésemos más cuidadosos y responsables en el uso del lenguaje, muchos problemas se evitarían.