Telcel sigue tan campante
Raúl Cremoux

Cuando alguien pregunta cómo es que un mexicano está colocado en el ranking de los más adinerados del planeta, cuando no somos precisamente un país de pudientes, no faltará quien responda que eso, precisamente eso, es posible gracias al aprovechamiento que se puede obtener si se sabe navegar entre los agujeros que componen el sistema legal de permisos y concesiones de cualquier rama de acción que sea.
Telcel, la compañía que tiene la concesión de los teléfonos celulares o móviles y sobre la que giran y dependen del eje como en carrusel las otras sociedades mercantiles que también ofrecen ese servicio, nos regala un abanico de irregularidades en donde los usuarios, prácticamente cautivos, no hacemos otra cosa que apretar los dientes y aguantar más y más de lo mismo.
De entrada las tarifas son altísimas. Muchos expertos las han comparado con otros países, del rango que sea, y nunca salimos favorecidos. Quizás sí, si  nos colocan frente a Haití o a Togo. Estudiantes que regresan de hacer una maestría o un doctorado, digamos en Nueva York (y esa ciudad es adecuada, ya que Telcel y América Móvil se mueven en ese rango internacional), se extrañan de los precios que se les cobran y señalan, “pero si allá pagaba solo 20 dólares mensuales con ventajas muy grandes: el número de llamadas, los mensajes, la navegación en Internet, el envío y recepción de datos”, aquí, en nuestro territorio, esa tarifa por esos servicios, es impensable.
A lo anterior hay que añadir la deficiencia que en ocasiones es múltiple y muy frecuente. O “el sistema está caído”, en el más puro significado que años atrás empleó Manuel Bartlett para detener el conteo de la elección presidencial en que Carlos Salinas fue beneficiado, o las llamadas se interrumpen, o no es posible conectarse, o los ruidos hacen imposible hacerse entender y escuchar al interlocutor.                                                                 ¿Y las turbulencias en las exigencias de cuotas forzosas acordadas? Nunca se dice que en los llamados “planes” se está cobrando, y de qué manera el aparato telefónico de última generación. No hablemos de las penalizaciones.
Los usuarios formamos colas de tamaño monumental para ser atendidos en las ventanillas en los modernos mostradores donde es frecuente tener que ingresar a un lenguaje donde dominan los yiga baits, los chips, los módems y donde si no se conoce ese vocabulario, los errores de interpretación siempre corren a cargo del cliente.
Así, los cerca de 70 millones de usuarios tenemos que aceptar que estamos en manos de una super poderosa compañía mercantil ante la cual es muy poco el espacio de defensa ante los abusos de todo orden que padecemos.
Si la nuestra fuera una sociedad exigente, desde tiempo atrás ya habrían surgido manifestaciones, plantones y mítines frente a esa compañía del hombre más adinerado del mundo. Quizás sólo de este modo, el gobierno intervendría y asumiría la responsabilidad que le corresponde.

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