Por Giuliana Zolla López Mateos

Adolfo López Mateos fue un estadista que creyó profundamente en el futuro de progreso del país al que gobernó. Estaba plenamente convencido de que México se dirigía con paso firme hacia una suerte de universalidad nacionalista. Veía en México al futuro, a la modernidad. A una nación que, sin perder su esencia, podría ocupar un lugar preponderante en la economía mundial. Por eso los viajes internacionales, los encuentros con los grandes mandatarios del mundo: Charles de Gaulle, el emperador Hirohito, el presidente Kennedy, el mariscal Tito… Para él, México debía estar entre las potencias del mundo, porque reunía en su próspero territorio todos los recursos y medios necesarios. Pero también advertía con claridad que para poder alcanzar la anhelada modernidad, la economía debía ir de la mano de la educación, de la cultura. Tenía la certeza de que el desarrollo se lograría solamente si estos factores se conjugaban en un trinomio inseparable.

Por esta razón, el sexenio de Adolfo López Mateos se caracterizó por el interés hacia todos los temas del ámbito cultural. Su visión personal lo mantuvo concentrado en proyectos que llevaran a México hacia una educación mejor y más inclusiva. El recientemente inaugurado campus de la Universidad Nacional Autónoma de México (construido entre 1950 y 1954) reflejaba, en su moderna arquitectura, a un país que había heredado las enseñanzas de la Revolución y se visualizaba a sí mismo como ejemplo de universalidad. Este campus era la meta deseada de muchos y alcanzada sólo por unos cuantos. Por eso, López Mateos redobló esfuerzos para que todos y cada uno de los niños mexicanos tuvieran acceso a la educación. A un futuro mejor.

Los proyectos culturales del sexenio estaban dirigidos a las masas. A lograr que todos los mexicanos tuvieran las mismas oportunidades, las mismas opciones. E indudablemente se alcanzaron grandes metas en estos campos. Basta mencionar el libro de texto gratuito, que encabezaba la lista de prioridades. Pero también el Museo Nacional de Antropología, o el de Arte Moderno. O la construcción de teatros y casas de cultura en todas las entidades posibles. En ese momento de la historia de México, el Instituto Nacional de Antropología e Historia y el Instituto Nacional de Bellas Artes eran considerados cartas de presentación del país ante el mundo. Con estas dos instituciones al frente, se le dio apoyo a las artes visuales, a los pintores que representaban la identidad de la patria. Pero también a las artes escénicas; la danza, la música, el teatro, el cine y también la charrería. Todas ellas expresiones brillantes de la cultura posrevolucionaria.

Sin embargo, un hombre, un presidente, no se forma en los años de un sexenio. De hecho, estos seis años son en realidad los últimos de su vida pública. El bagaje cultural con el que llega a la presidencia es el que precisa el rumbo de las decisiones. Los estudios, la formación profesional y hasta la infancia y los amigos personales, son determinantes en los resultados de un sexenio. Adolfo López Mateos no era la excepción. Este libro pretende, desde puntos de vista muy diversos, mostrar qué cualidades personales llevaron al presidente López Mateos a dar forma a un gobierno en el que la cultura y la educación ocupaban el primer plano. ¿Quién era Adolfo López Mateos el primero de diciembre de 1958 cuando llegó a la presidencia?

Nació el mismo año en que se inició la Revolución. Ese 1910 se festejó el primer centenario de la Independencia. Creció en el seno de una familia unida pero plural, donde todos y cada uno de sus miembros asumía posturas políticas diferentes. Cada domingo, en casa de su madre, se discutía. Al domingo siguiente, todos comían juntos de nuevo. Sus antepasados liberales le heredaron el amor por la literatura. Escribió poesía desde su temprana juventud. Amaba por igual la historia y las matemáticas. Fue docente, joven activista político, orador excepcional. Primo de Gabriel Figueroa. Amigo de artistas como Diego Rivera y el Dr. Atl. Coleccionista de arte, pero sobre todo mecenas. Coleccionista también de armas, aunque solamente un par de veces en su vida tomó una en sus manos. Mantuvo siempre una relación cercana con sus amigos, antes, durante y después del sexenio. Todo el mundo lo recuerda por su sentido del humor y porque nunca perdió el piso; siempre estuvo en contacto con la realidad. Le apasionaban la velocidad y los coches deportivos. Fue un hombre cabal y un político íntegro. Congruente con lo que pensaba, con lo que quería, con lo que esperaba de su país y de su legado como estadista. Adolfo era un hombre polifacético.

A cien años de su nacimiento, sus preceptos están más vivos que nunca. Hoy necesitamos recordar, todos los mexicanos, que la pluralidad de este país es un bien insustituible. Que nuestro variado territorio será, eventualmente, el que nos otorgue de nuevo las herramientas para volver a encaminarnos hacia esa universalidad nacionalista que López Mateos tanto anhelaba para México. Hoy, debemos mantener vivo lo que para Adolfo López Mateos fue un lema político y de vida: sin política de Estado en materia cultural, no hay desarrollo.

Tomado, con autorización de la autora, del libro Adolfo López Mateos: La cultura como política de Estado. México, Fundación UAMex y Grupo Azabache, 2010. (Colección Mayor: Biblioteca Mexiquense del Bicentenario).