Raúl Cremoux

El vuelo 06 está programado para el viernes 25 de marzo a las 10:30 de la mañana y como Air France es socio de la aerolínea mexicana, suele ser común registrarse en ese mostrador. La recepcionista toma el pasaporte y el boleto que, examinado este último, le lleva a decir, “Ese vuelo no existe”.

La pesadilla comienza. Dígame: ¿hoy es 25 de marzo? Oui; ¿estamos en el aeropuerto Charles de Gaulle de Paris? Oui; ¿es este un boleto válido? Oui. 36 veces oui, pero señor, no tengo manera de registrarlo.

Voy a llamar a Aeroméxico para que allá le expliquen, no aparece en la computadora, indica la empleada francesa.

—No, señor, no hay nadie que responda; se debe a que no han llegado los empleados mexicanos.

—¿Qué me aconseja? ¿Cómo puedo regresar a México el día de hoy?
—Escuche, voy a intentar ponerlo en alguno de nuestros vuelos. Hay uno que sale hacia México a las 13 horas.

—De acuerdo, póngame ahí.

—Lo siento, está todo ocupado, salvo que usted quiera pagar el up grade para ir en primera clase. Eso le costaría, déjeme ver, aproximadamente unos dos mil setecientos dólares adicionales a lo que usted ya pagó.

—Imposible, ¿qué otros vuelos de ustedes salen a mi país?

—Hay uno a las 16:15 en combinación con Alitalia y tendría usted que apresurarse, los asientos que quedan son los más incómodos, los que van en la cola del aparato.

—Momentáneamente reserve, mientras busco algún agente de Aeroméxico.

—No puedo hacerlo. Lo toma o lo deja.

—Lo tomo, ¡pero ahora son las 9 de la mañana, faltan casi ocho horas para que salga ese vuelo!

—Oui monsieur.

En la compleja vastedad del aeropuerto hay todo tipo de aerolíneas y la representación de la línea mexicana, esa cuya publicidad dice que nosotros los pasajeros somos su prioridad, tiene un lugarcito así de pequeño, casi como del tamaño de un vocho y detrás del mostrador está una empelada sumergida en los gritos, aspavientos y reclamos de una nube de mexicanos.

Airados todos, están a punto de convertirse en militantes obradoristas ya que incluso quieren hacer una marcha frente a las autoridades del aeropuerto.

Dos señoras sesentonas gritan y lloran ya que no llegarán a la boda de alguien; otro indignado jura que demandará a Aeroméxico por hacerle perder un bisnes. Una madre con sus dos cachorros pide auxilio.

Unos y otros vagamos por el aeropuerto De Gaulle; hay que esperar horas y horas sin que nadie nos pregunte si tenemos hambre, sed o si estamos hartos de la incompetencia de una aerolínea que arrastra por el suelo el nombre de nuestro país.

Mexicanos, al fin, las protestas encuentran sosiego y de lo que era un drama para muchos, al igual que en ciertos velorios, de repente brotan las carcajadas: los usuarios de Aeroméxico encuentran cierta alegría cuando rebautizan al símbolo de esa línea, el caballero águila, en guajolote azteca, al que en las fiestas será sacrificado y despanzurrado.

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