Raúl Rodríguez Cortés

Definitivo: no habrá alianza para las elecciones del Estado de México entre el PAN y el PRD. La posibilidad que todavía veían para concretarla sus principales promotores —Felipe Calderón, el blanquiazul, su líder Gustavo Madero y los grupos proaliancistas del perredismo, entre ellos los de su nuevo dirigente Jesús Zambrano y los de Marcelo Ebrard y Manuel Camacho Solís— quedó enterrada la madrugada del domingo 3 de abril. El Consejo Político Nacional del partido del sol azteca dijo no al PAN y sí al PT, a Convergencia y al movimiento de López Obrador.

Lo dicho ese día por Zambrano al confirmar la muerte de la alianza sugiere que pudo más el temor de los proaliancistas a una fractura irreparable en las elecciones presidenciales de 2012, que la necesidad panista-calderonista de aprovechar la influencia del perredismo en el Estado de México dentro de la estrategia de parar a toda costa a Enrique Peña Nieto y al PRI.

El PRD de los Chuchos dejó colgados de la brocha a Calderón y al panismo que más con el hígado retorcido que con colmillo político salieron a decir por medio de Gustavo Madero que irán en alianza con la sociedad civil, esa que se expresó mayoritariamente en una consulta ciudadana que sólo convocó a 250 mil de un padrón de más de diez millones, y que sólo sirvió para que se ganaran una lana quienes la llevaron a cabo.

¿Cobrarán Los Pinos y el PAN al chuchismo perredista el no concretar la alianza que les exigieron a cambio de apoyo político? Lo más probable es que sí y que Zambrano y su grupo acaso se incorporen a la estrategia de descarrilar —vía el reclamo de insuficiente residencia en el estado— la candidatura que ya quedó definida en el lado izquierdo: la de Alejandro Encinas.

Si éste libra ese escollo que dice tener resuelto con una constancia de residencia, será, a no dudarlo, el candidato de la alianza PRD, PT, Convergencia y el Movimiento de Regeneración Nacional que contenderá contra Eruviel Avila y Luis Felipe Bravo Mena.

No soy de los que creen que la alianza PAN-PRD garantizaba una derrota del PRI ni que este último, por su pasado antidemocrático, no debe volver a gobernar. Tampoco de los que ven que sin alianza no habrá manera de derrotar a Peña Nieto y al tricolor, y que desde ya culpa a los no aliancistas de la izquierda de haber impedido la expulsión del PRI del Palacio de Gobierno de Toluca.

Mal estamos cuando sólo nos ponemos de acuerdo por cálculos políticos, sin claridad ni proyecto. Las alianzas tienen sentido cuando se construyen en torno a temas que forman parte de un proyecto político definido, de un modelo de nación. Los del PAN y el PRD son el agua y el aceite, son polos opuestos, no hay puntos de convergencia en cuanto a modelo de país. Son más parecidos, si no es que idénticos, los del PRI neoliberal que llegó al poder con Carlos Salinas y el PAN que nos  ha gobernado los últimos diez años.

De hecho las alianzas panistas-priístas en torno a ese mismo proyecto de nación fueron las que legitimaron a Salinas e intentaron legitimar a Calderón, las que han modificado la Constitución para la construcción de ese modelo, las que han impedido el avance de un proyecto de cambio en sentido contrario al que pretenden, las que buscan sacar adelante una nueva reforma fiscal y la reforma laboral.

En el mejor de los casos —si el PRI verdaderamente quiere mostrar que ha cambiado y no recurre a las triquiñuelas electorales de siempre—, los mexiquenses decidirán con su voto quién los gobierna y, de una vez por todas, se verá la fuerza real de cada quien de cara a las presidenciales de 2012: la verdadera fuerza tricolor y su adelantadísimo aspirante Peña Nieto, la de Calderón, su gobierno y el abollado panismo, y la de López Obrador y su Morena (que por cierto ha estrenado espots televisivos en los tiempos oficiales que administra el IFE, en este caso los correspondientes al PT y Convergencia) para aglutinar en torno a ese movimiento social una candidatura única de los partidos de izquierda, que incluya al desprestigiado PRD chuchista y que sea tan competitiva como la de hace seis años. Así, abierta, claramente, sin la confusión generada por las alianzas de cascarón.

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