Vicente Francisco Torres


(Segunda y última parte)

De baratijas y curiosidades. Por los bazares, zocos, mercadillos y calles del mundo (Barcelona, Océano, 2007) es una crónica de los viajes que Bárbara Hodgson ha realizado en busca de objetos, documentos e información para ambientar sus historias. Ha ido a París, Budapest, Estambul, Bruselas, Marruecos, Nápoles, Los Ángeles, Luxor, Shangai, Tánger, Vancouver y Damasco, la ciudad habitada más antigua del mundo: “Se cuenta, como ejemplo de su belleza, que Damasco era un oasis tan paradisiaco, que el profeta mahoma se alejó de ella por miedo a que le pareciera mejor que el cielo de Dios. Para los antiguos viajeros, después de cruzar la inhóspita y estéril tierra que rodea la ciudad, atravesar una de sus nueve puertas podía ser como entrar en el paraíso”.

Al hablar de escritores, sólo concede importancia a Balzac (por La piel de zapa) y, sobre todo, a Pierre Loti, obsesionado por los viajes y el exotismo del pasado y el oriente. Describe con delectación la casa del novelista viajero, con su mezquita transportada pieza por pieza desde Damasco, la lápida de la tumba de su amante turca inmortalizada como Aziyadé, el pabellón chino, la pagoda japonesa, el cuarto gótico, la sala renacentista. Todo estaba en Roquefort (Francia), oculto tras una fachada gris.

Hodgson deambuló por los mercados y levantó papeles del suelo para reconstruir las hojas o carteles. Hurgó en cajas y archivos abandonados en busca de un contrato de arrendamiento, un pasaporte o la ficha de un delincuente. Sin buscar objetos de alto precio en bazares atendidos por anticuarios de nariz ganchuda encontró timbres postales, timbres de cajetillas de cigarros, latas de té, tarjetas postales, negativos fotográficos y papeles perdidos entre las páginas de los libros. Cada objeto, a la vuelta de los años, es para la autora una especie de magdalena proustiana que evoca olores (flores marchitas, naftalina, café, alimentos descompuestos) y músicas, gritos, susurros…

Jean Baudrillard dijo que los coleccionistas buscan objetos antiguos por una necesidad inconsciente de perdurar; buscan la fuerza que hizo posible que esos objetos duraran. Hodgson, también arqueóloga de profesión, dice otras cosas al respecto: “Esos objetos regalan autoridad y autenticidad (…) son una forma de estar en el pasado (…) dan fe del trasiego de los hombres por el mundo”. Si André Gide afirmó que en los mercados está el alma de los pueblos, nuestra arqueóloga, seducida por la volatilidad de la propiedad privada, dice: “En las calles, las librerías y los mercados es donde una ciudad tentadora y coqueta revela su ser más íntimo, donde muestra el contenido de sus desvanes y cubos de basura. ¿Qué podemos decir de un lugar en el que las propiedades, antaño privadas, ahora se exhiben, se desechan o se venden”.

Un libro de aventuras mercantiles sabrosamente narradas; más vital que libresco, tal como advertimos al mirar su escueta bibliografía.