Ante el capitalismo salvaje y el relativismo materialista
Carlo Pizano Salinas
Qué necesidad tiene el ser humano de que se le recuerde de su dignidad, de su valía, del destino trascendente que su propia naturaleza le ha marcado. Esta necesidad existe porque el entorno creado por la propia persona humana y determinadas sociedades sistemáticamente le han negado y le niegan su valía. El siglo XX tuvo demasiados ejemplos globales de esta negación.
Los momentos de oscuridad para la humanidad se perciben porque hay seres humanos que arrojan luz sobre ellos. Karol Wojtyla, en las sandalias del Pescador con el nombre de Juan Pablo II, se encargó de alumbrar lo que es el ser humano y exigir su defensa y promoción.
Providencialmente, el primer Papa no italiano en varios siglos tuvo que vivir en sus primeros años a dos sistemas estatales que tuvieron como fin negar la humanidad al ser humano. Wojtyla sufrió el exterminio nazi en una Polonia que sufrió los excesos del nacionalismo europeo. Judíos y polacos que defendieron su patria experimentaron cómo una sociedad, a través del voto democrático, legitima un gobierno que transforma el Estado como amenaza del ciudadano, del ser humano.
Esta nación eslava fue liberada por los aliados del terror de Hitler para ser entregada al otro gran sistema deshumanizador del siglo XX, el totalitarismo de origen socialista denominado comunismo.
Como sacerdote, obispo y cardenal, Karol Wojtyla evidenció la fatalidad que resulta cuando el Estado pretende definir las conciencias de cada ser humano, al grado tal de arrebatarle derechos fundamentales como el de la vida, de pensamiento, de trabajo y de religión.
El surgimiento de organizaciones laborales y como Solidaridad de Lech Walesa provienen de la semilla de la prédica de Wojtyla en Wadowice, Cracovia y Varsovia.
Su elección como obispo de Roma y cabeza de la Iglesia universal significó un mensaje de esperanza para el antiguamente denominado Tercer Mundo. Le pidió a los hombres y mujeres de buena voluntad que “no tuvieran miedo”.
Con una capacidad de comunicación fuera de serie en la era de las telecomunicaciones, Juan Pablo II se convirtió en el pontífice más querido de la historia de la Iglesia Romana. Pero esto no sólo se explica por la capacidad formal de transmitir, sino del contenido que se ofrecía a los receptores del mensaje.
La agencia internacional de información Zenit, especialista en asuntos del Vaticano, entrevistó recientemente al ex vocero de Juan Pablo II, Joaquín Navarro Vals, precisamente para tratar de entender en qué radicaba la capacidad magnética de este “Papa que venía de lejos”. Navarro Vals comenta lo que el Papa afirmó en una cena: “El punto central y también nuestra responsabilidad es mantener el carácter transcendente de la persona humana que muchas veces puede transformarse en un mero objeto”.
La beatificación de Juan Pablo II en el día de Jesús, Señor de la Misericordia, resulta apropiada. Ante una sociedad de capitalismo salvaje, de relativismo materialista por los cuales el ser humano es visto sólo como un consumidor y cuya valía como ser humano incluso es cuestionada dependiendo de su utilidad para la sociedad (pensemos en los millones de niños abortados o adultos mayores abandonados), el llamado de Juan Pablo II a tener misericordia del ser humano que desea desde lo más profundo de su corazón ser amado por lo que es, un ser irrepetible llamado a trascender la historia mundial.