Elena Vega De la Mora

Tras su prolongado pontificado de 26 años, Juan Pablo II falleció con olor a santidad. Y es que aquel 2 de abril de 2005, multitudes de todas partes del mundo poblaron Roma y gritaron al unísono “¡Santo Súbito!” (¡Santo ya!). Este espontáneo grito por el que miles de personas pedían una canonización inmediata —una fórmula de canonización por aclamación, como al principio de la cristiandad— fue algo inaudito en la Plaza de San Pedro como el insólito eco que del acontecimiento han hecho la prensa y la televisión tras las intensas polémicas que envuelven la elevación de Karol Wojtyla a la gloria de los altares de la Santa Iglesia Católica.

No obstante, si Juan Pablo II merecía o no convertirse en santo poco importa el día de hoy. Con la proclamación del decreto de beatificación firmado por Benedicto XVI —el brazo derecho de Wojtyla—, el 1° de mayo Juan Pablo II será beatificado.

El trámite de canonización procedió luego de que los 30 cardenales y obispos que integran la Congregación para la Causa de los Santos aprobaran, con el apoyo de la Comisión Médica Vaticana, un milagro atribuible a la intercesión de Juan Pablo II. Se trata de la curación “inmediata e inexplicable” de la monja francesa Marie Simon-Pierre que desde el año 2001 padecía el mal de Parkinson que superó dos meses después de la muerte del pontífice.

Wojtyla: un estilo personal de gobernar

El papa Wojtyla imprimió su sello personal a la Sede de San Pedro con un estilo muy peculiar: moderno en las formas e involucionista en el fondo. Fue el primer Papa en utilizar a fondo los medios de comunicación. Sabía que pintaba bien en televisión y lo aprovechó para entrar en los hogares de todo el mundo y convertirse en uno de los íconos mediáticos de los tiempos actuales. Como cualquier líder político besaba aeropuertos y niños, cantaba y se ponía sombreros típicos. La imagen que proyectó durante muchos años fue la de un pastor populista, un hombre que se encontraba en casa con el pueblo sencillo.

Su formación conservadora lo llevó a imponer el código moral de la Iglesia en la mayoría de los debates éticos y políticos, desde su abierto rechazo al comunismo, su dogmatismo respecto a la moral sexual, sus ataques a la Teología de la Liberación, su apoyo al dictador Augusto Pinochet, hasta el encubrimiento de los casos de pederastia en las filas de la Iglesia. En este último punto, no parece tener salida: protegió a Marcial Maciel, dirigente de los Legionarios de Cristo, pese a las denuncias en su contra.

La mafia eclesiástica

Si bien, las víctimas de pedofilia de los sacerdotes católicos reconocen el gran carisma de Juan Pablo II, también lo acusan de mantener a salvo por años a sacerdotes que abusaban de niños. Para Francisco Zinardi, presidente de la Asociación de Víctimas de la Pedofilia en Italia —él mismo, una víctima de abuso sexual de un sacerdote— ha dicho ante los medios que es muy difícil pensar que Juan Pablo II, junto con su brazo derecho Joseph Ratzinger, no estuviera enterado de los miles de casos de pedofilia que se registraron en todo el mundo antes del año 2000, cuando comenzaron a estallar los escándalos y cuando curiosamente Karol Wojtyla reconoció por primera vez “los pecados de la Iglesia” y pidió perdón por ellos. Zinardi agrega que autoridades eclesiásticas promovieron y escondieron a muchos obispos acusados de pederastia.

Pese a que Benedicto XVI ha declarado que los pedófilos deberán enfrentar las leyes civiles, al menos las iglesias de Italia y de México siguen escondiendo las pruebas de estos delitos. Esto demuestra, argumenta Zinardi, “que las autoridades eclesiásticas en estos asuntos se comportan como una verdadera mafia. Además de que en muchos casos los delitos ya prescribieron, porque sólo duran diez años y hay que tomar en cuenta que si muchos delitos hoy se saben, ha sido porque los denunciantes crecimos y decidimos hacerlos públicos”. Tan sólo en Irlanda, al menos 2 mil 500 niños padecieron abusos de sacerdotes entre 1930 y 1960. Particularmente en Dublín de 1974 a 2004 se registraron otros 320.

Por otro lado, la controvertida Santa Alianza entre el Vaticano, Estados Unidos y la mafia italo-norteamericana fue favorecida por el papa Juan Pablo II, según los expertos, por la obsesión que sujetó a Wojtyla desde mucho antes de su llegada al poder: acabar con el comunismo “ateo”. Dicha alianza —impulsada por los lobbystas del Opus Dei en la Casa Blanca— ayudó a inclinar la victoria del capitalismo contra la URSS.

Sanjuana Martínez, en un artículo referido al libro A la sombra del Papa enfermo, publicado por Ediciones B, recorre los escándalos de corrupción, los negocios ilegales y los apoyos del Vaticano a los regímenes dictatoriales de, entre otros, América del Sur. Por ejemplo, el escándalo financiero del banco pontificio IOR-Ambrosiano, cuya quiebra “fue una colosal estafa que costó a los acreedores y a los contribuyentes italianos 286 millones de dólares y a los fieles de la Iglesia al menos 241 millones de dólares, fue posible por la objetiva connivencia de la banca papal, y el IOR sólo pudo ser cómplice gracias a la anuencia —implícita o explícita— de Juan Pablo II”, señala Martínez.

El Opus Dei: gabinete de dirección mediática

Juan Pablo II gobernó echándose en manos de los movimientos más reaccionarios de la Iglesia. Desplazó a las grandes congregaciones tradicionales, como los jesuitas, franciscanos o dominicos. Sus legiones fueron los movimientos neoconservadores: Opus Dei, Comunión y Liberación, Legionarios de Cristo, Neocatecumenales o Focolares.

Tras la sucesión de Juan Pablo II al poder del Vaticano, un miembro del Opus Dei, el español Joaquín Navarro Valls, la cara mediática y el hacedor de la estrategia comunicativa de Juan Pablo II, se convirtió en uno de los nexos principales de la administración de Goerge W. Bush, hijo, y la administración del papa Wojtyla.

En diciembre de 1984, Juan Pablo II nombró como nuevo director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede —y como único portavoz papal— al periodista español Joaquín Navarro Valls, miembro numerario del Opus Dei. Esta designación —señalan los expertos vaticanistas— provocó fuertes resistencias en el interior de la estructura del poder curial, debido a que la influencia del Opus Dei sobre el papa Wojtyla se había convertido en Vox Populi de los pasillos del Vaticano.

Las luces detrás de las sombras

Al pontificado de Juan Pablo II nadie puede negarle dos cosas: haber contribuido como pocos a devolver a la Iglesia un prestigio mundial que estaba perdiendo y su generosidad hasta la muerte a su misión pastoral entendida como proclamación de la buena noticia, orientación para la vida, aliento, alegría y esperanza. Tampoco se le pueden negar otros logros: la clarificación del rol de la fe; una nueva recristianización del mundo, volviendo a las seguridades de siempre; la apertura hacia mundos lejanos; la entrada en mundos cerrados (Cuba, el Islam).

Asimismo, es uno de los pontificados más influentes e incatalogables de la historia. También el más polémico, personalista y autoritario; con una influencia social sin precedentes; con una autoridad moral única y contrastada; con unas cualidades humanas indiscutibles.

En definitiva, el Vaticano ha sido, es y seguirá siendo el reino del secreto sagrado o del sagrado secreto, que tanto encubre. El renio del papado de Juan Pablo seguramente pasará a la historia como uno de los más prolíficos, influyentes y espectaculares; un pontificado que representó marcados claroscuros que hoy lleva a la gloria de los santos altares los secretos vaticanos.