Nora Rodríguez Aceves
Reforma judicial necesaria, pero con precaución. “Necesitamos una reforma de esas que no se pueden hacer en un año ni en un sexenio sino que son producto de la evolución del hombre. Es muy difícil que podamos evolucionar de un día para otro en las instituciones jurídicas que llevan un buen de tiempo, de cultura, de cambio de percepción del individuo sobre él mismo y sobre sus demás congéneres para poderlas implementar”, asegura José Elías Romero Apis, autor de El proceso de Cristo, de Editorial Porrúa.
Escribió el licenciado en derecho: “…porque todos los días son incontables, los hombres que, en todas partes del planeta, son acusados sin motivo, son enjuiciados sin reglas y son sentenciados sin pruebas. Todos los días reaparecen los Caifás que persiguen a los que no la deben. Todos los días resurgen los Judas Iscariote que venden todo por monedas. Todos los días renacen los Poncio Pilatos que se acobardan ante el deber. Y todos los días reviven las crucifixiones de quienes no han hecho nada para merecerlas”.
“Ese es el verdadero drama —agrega— de la injusticia de La Pasión y es el verdadero drama de la justicia de nuestros días. De todos los tiempos intermedios y quién sabe si de todos los tiempos por venir”.
“La cuestión más dramática del proceso de Cristo —reseña— no estriba en lo teológico ni en lo moral y ni siquiera en lo psicológico sino, precisamente en lo jurídico. Porque esa centena de injusticias cometidas en contra de un solo hombre, en apenas la mitad de un solo día, son una parte infinitesimal de las miles o millones de injusticias que a diario se cometen en contra de miles o millones de seres humanos”.
Ni religión ni teología
Romero Apis advierte en entrevista con Siempre! que El proceso de Cristo no es un libro religioso ni teológico, sino esencialmente jurídico, escrito por un abogado y destinado a todo público y pretende “difundir aspectos concretamente procesales de lo que pudiéramos llamar el juicio más famoso que hay en la historia. No hay en realidad ningún proceso tan famoso, tan conocido por todos los seres humanos como el proceso de Jesús de Nazaret”.
“Es un ejercicio que podríamos llamar imaginario, de análisis, de ese proceso acontecido hace aproximadamente dos mil años a la luz de las leyes y de los principios jurídicos bajo los que hoy vivimos, es decir, de lo que sería ese proceso visto con nuestras leyes. Curiosamente y esto es algo que nos parecerá monstruoso después de la lectura de este libro, es que hace dos mil años al parecer los que llevaron este proceso no cometieron muchas faltas, sin embargo, hoy en día resulta uno de los procesos o el proceso más injusto que podamos conocer en la historia jurídica, se violaron 96 garantías constitucionales o se cometieron delitos previstos en las leyes”.
El jurista explica que “esas 96 faltas cometidas contra un solo individuo, en algo así como 12 o 15 horas, lo convierte no sólo en el proceso más injusto a lo largo de la historia, sino ni siquiera tenemos noticia de algún proceso imaginado, aunque sea, por la mente de algún guionista, de algún dramaturgo, que pudiera llenar tantas injusticias en tan poco tiempo”.
Pese a todo, hay avances
De ahí que sean muchas las reflexiones y las enseñanzas que esta obra deja al autor de El proceso de Cristo, pero una que hay que destacar es “que mal que bien hemos evolucionado, decía, que hace dos mil años pareciera que no se había cometido ninguna falta de las tan graves que hoy señalaríamos, en primer lugar, no se violó en aquel entonces ninguna garantía constitucional, porque hace dos mil años no existía ninguna Constitución y por lo tanto, ninguna garantía. Es más, las Constituciones son tan recientes que empezaron a realizarse hace como 220 años. Hasta antes de eso, los gobernantes eran absolutos, no tenían limites, podían hacer lo que quisieran sobre los demás seres humanos”.
Asimismo, “el proceso penal, muy concretamente, también tiene más o menos esa edad de haberse creado, establecido y empezado a desarrollar. En materia constitucional y en materia procesal penal, los seres humanos, no de México, de todo el mundo, nos encontramos hoy en día como apenas está el Alzheimer u otras enfermedades todavía, menos conocidas y menos evolucionadas, su tratamiento a diferencia de otras ramas del derecho como el derecho civil, el derecho familiar, que son muy antiguos, algunas fueron inventadas hace 25 siglos y en esos 2 mil 500 años conservan hasta los mismos nombres. El derecho penal y el derecho procesal penal son productos recientes. Por eso digo que aunque estemos todavía muy mal, porque estamos comenzando, estamos mucho mejor que hace 300 años y no se diga que hace dos mil años”.
“Otra enseñanza importante es que, a pesar de muchos avances en muchos sentidos, los hombres seguimos comportándonos igual que muchos salvajes de hace dos mil años. Todavía hoy en día todos los días, en todos los lugares del mundo, contra miles de personas suceden estas injusticias, es decir, hay el renacimiento todos los días de los Caifás que acusan sin pruebas, de los Poncio Pilatos que se amedrentan ante el cumplimiento del deber, de los Judas Iscariote que venden todo por monedas y de los que como Jesús de Nazaret reciben castigos sin haber hecho nada para merecerlo”.
Precaución, con la reforma judicial
Ante este contexto y a la luz de su análisis y estudio, el jurista Romero Apis —colaborador de Siempre!— coincide con las voces que claman la necesidad de una reforma judicial, “pero tengamos precaución en eso, necesitamos una reforma judicial de esas que no se pueden hacer en un año, ni en un sexenio, sino que son producto de la evolución del hombre, es decir, así como no podemos decir al director del Seguro Social o al secretario de Salubridad que resuelvan el Alzheimer en lo que queda del sexenio. Es muy difícil que podamos evolucionar de un día para otro en las instituciones jurídicas que llevan un buen de tiempo, de cultura, de cambio de percepción del individuo sobre él mismo y sobre sus demás congéneres para poderlas implementar”.
“Tengo fe en la evolución del hombre y sobre todo en la evolución jurídica del hombre. Si los hombres y los gobernantes hoy se portan un poquito mejor que hace dos mil años, no es que sean más buenos que sus abuelos, sino simplemente porque hoy hay mejores leyes. Si los mexicanos de hoy tenemos un mejor reparto de la propiedad territorial no es porque hayan caído en una anoxia inmobiliaria y hayan desterrado los apetitos de terrateniente que tenía su bisabuelo, sino que ahora existen códigos federales, que castigan los diversos tipos de delitos que se cometen”.
“Ese tipo de cambios son los que produce nuestra evolución. Hace 200 años, más o menos, hicimos las primeras Constituciones, hoy las estamos modificando todo el tiempo y mejorando. Cuando comenzamos a hacer este estudio, las 96 faltas que menciono tan sólo eran 90 y cuando terminamos ya eran 96, porque en ese tiempo se agregaron otras garantías individuales y otras salvaguardas, por decirlo así, y no sé si algún día hiciéramos una edición dentro de 20 años de este mismo estudio, a la mejor serían 120 o 150 las faltas que encontraríamos, porque habríamos agregado nuevas garantías constitucionales y nuevas salvaguardas y protecciones en el proceso jurídico”.
No fue un proceso
De las 42 violaciones constitucionales y la comisión de 54 delitos que se cometieron a la luz de las leyes actuales, en tan sólo 12 horas contra Jesús de Nazaret al ser procesado, el especialista en derecho penal señala: “En el primer segmento, violaciones constitucionales, la básica y de la cual derivan otras, es que no fue sometido al debido proceso, de hecho no fue exactamente un proceso. Le llamamos, el título, incluso así se lo impuse El proceso de Cristo, pero en estricto rigor no fue un proceso. No tuvo las características técnicas de un proceso, las acusaciones no fueron fijas, visibles, sino que iban cambiando de instancia en instancia, no se respetó ninguno de los principios que deben regir el proceso y no se dictó ninguna sentencia”.
“Recordemos que Poncio Pilatos, ya cansado, fastidiado, de ese planteamiento tan absurdo como lo hacían, y como se lo cambiaban, termina diciendo que hagan lo que quieran, yo me lavo las manos. No dicta nunca una sentencia que declare la culpabilidad ni dicta una sentencia que imponga una penalidad, sino que simplemente deja al prisionero en manos de sus acusadores, se lo entrega a sus acusadores. Por eso, no es estrictamente un proceso, esa es la falla constitucional más grave de los 54 delitos que fueron cometidos, pues hay algunos, desde menores, hasta algunos muy graves, desde luego el homicidio calificado que se cometió en contra del prisionero”.
El homicidio calificado, subraya, “es hoy en día uno de los delitos más graves, desde luego que hubo otros, traición a la patria, puesto que sus acusadores judíos recurren a la potestad de un imperio extranjero y dominante para castigar a uno de ellos. Eso, en una ley actual, es un delito de traición, es darle información para castigar a un nacional, pero todos estaríamos de acuerdo que por el tamaño de la fe y en nuestro sistema cultural occidental y particularmente el mexicano, muy privilegiado en eso en el ámbito occidental, el homicidio es un delito sumamente grave”.
“Este proceso, el de Cristo, al cual dedicamos este libro, es un proceso oral y repito el más injusto que hayamos conocido, independientemente de quiénes crean o no crean en la doctrina religiosa de ese prisionero. Es simplemente un proceso muy difícil. Dos, es un proceso rapidísimo, en doce horas se llevan a cabo cinco instancias, para que veamos que la justicia sumaria tampoco es la mejor justicia. Es un proceso casi sin formalidades, sin rigores de formalismo, casi como quieran, llévenlo, acusen de lo que quieran, que se defienda cada quien como pueda, es decir, no todo proceso oral, no todo proceso rápido, es un proceso bueno”.
Inexactitudes en los juicios orales
En ese mismo tenor, Romero Apis reflexiona sobre la oralidad del proceso. “Desde hace algún tiempo, se nos ha dado cuenta de que se han celebrado por vez primera juicios orales en nuestro país y que esto será lo mejor que le ha sucedido y le podrá suceder a la justicia mexicana. La noticia tiene mucho de alentadora, pero también tiene mucho de inexacta en más de un sentido: todo proceso surge en la historia del hombre como un proceso oral. Cuando no existían máquinas de escribir, cuando no existía taquigrafía, cuando era imposible, cuando no existía nada, no había proceso escrito. Todos los procesos más importantes de la historia, los antiguos, el de Jesús de Nazaret, el de las Brujas de Salem, el de Juana de Arco, el de María Antonieta, son procesos orales, pero no por eso quiere decir que sean procesos bien llevados”.
“El proceso es un continente. No es un contenido, un proceso oral o un proceso escrito pueden estar llenos de sabiduría, de imparcialidad, justicia, buena intención, honestidad, valentía y buen criterio de parte del juez, y un proceso lo mismo oral que escrito puede estar lleno de lo contrario, puede estar lleno de ratería, de tontería, de impreparación, de cobardía, de consigna, de todo lo que puede contaminar un proceso. No es la forma del proceso como no es la forma de la botella lo que determina el contenido de la misma”.
No obstante, México no está preparado para llevar a cabo este tipo de juicios “no, no está preparado, es una novedad, sin embargo, no tiene ya discusión, se harán. Ya está aprobado y tenemos que prepararnos, aprender a manejar un nuevo vehículo, un nuevo avión. En eso sí hay cierta ventaja: lo aprenderemos todos al mismo tiempo. Lo voy a aprender al mismo tiempo que mis alumnos. El problema es que también los jueces lo aprenderán al mismo tiempo que yo y mis alumnos”.
De El proceso de Cristo, prologado por el cardenal Norberto Rivera Carrera, “un prólogo verdaderamente lleno de sabiduría y lleno de mensajes en muy distintos direcciones y sentidos”, Romero Apis señala que fue difícil “asumir el trabajo y una posición en primer lugar, porque esto es una defensa y es una denuncia y no a todos les gusta que uno defienda a ese señor —a Jesús de Nazaret—, tiene muchos seguidores, pero también tiene muchos otros a quienes no les gusta. Lo segundo, es un trabajo hecho con un espíritu de reconciliación, no se pretende en este trabajo, en su tratamiento histórico, encontrar culpas ni de romanos ni de judíos, ni de nadie, y mucho menos culpas actuales de lo que sucedió hace 20 siglos”.
“Es un relato que invita a la reconciliación y al recordatorio de que estos hechos, según nos los han planteado, sucedieron y como sucedieron así lo estoy planteando. Yo no soy evangelista. Simplemente vi a los evangelistas y a otros analistas”.