Irma Ortiz
La Secretaría de Marina detuvo el pasado 17 abril a Martín Estrada Luna, presunto jefe de la organización de los Zetas en San Fernando, Tamaulipas, acusado de ser el autor intelectual y material de la muerte de 217 personas, entre ellos un agente del ministerio público y el titular de Seguridad Pública.
Su mirada torva muestra a un criminal que, en opinión de especialistas, es violento, explosivo; que disfruta su jerarquía dentro de los Zetas y que no tiene ningún tipo de remordimiento al matar u ordenar asesinatos.
Un homicida que no se tienta el corazón para matar con bats a los migrantes o a quienes tienen la mala suerte de cruzarse en su camino, y que utiliza técnicas para propagar el terror entre la comunidad.
Opiniones
Imposible olvidar las terribles imágenes de los 72 cuerpos de migrantes apilados en una bodega en San Fernando o el descubrimiento de las últimas narcofosas en ese mismo lugar, un hecho que ya se ha convertido en un patrón de conducta de los sicarios, como lo señala Mauricio Farah, ex visitador de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
Sin embargo, según Juan Veledíaz, periodista, autor del libro ABC de los zetas. Génesis de los sicarios, se trata de un asesino emergente como tantos otros, producto del descabezamiento de la organización de los Zetas que, como una hidra, si se le corta una cabeza surgen dos más, incluso más sanguinarias y violentas.
Los Zetas, organización al mando de Heriberto Lazcano, El Lazca, quien sustituyó Osiel Cárdenas, preso en una cárcel estadounidense y que según el blog del narco, ha mantenido su liderazgo gracias a los brutales métodos que utiliza para contrarrestar a los enemigos y al cruel régimen de disciplina interna que mantiene.
Para Veledíaz, los Zetas se han caracterizado por prácticas en extremo sangrientas como forma de infundir terror a sus víctimas y respeto entre la comunidad, de ahí el incremento de descabezados —práctica preferida por el dolor que presenta la víctima antes de llegar al shock y posterior muerte— o los descuartizados.
En opinión del maestro en criminología del Instituto Nacional de Ciencias Penales, Emilio Cunjama, los descabezados y el hecho de destazar cuerpos, forma parte de la violencia aniquiladora que no sólo es material, sino también simbólica.
“¿Qué hay atrás de despersonalizar a un sujeto quitándole su rostro? —se pregunta—. Son mensajes entre ellos mismos que se están mandando para atemorizar y quitarles la identidad de ser humano a esas personas”.
Carecemos de perfiles
¿Cuál es el perfil de asesinos como los Zetas? Se habla que son jóvenes que actúan drogados. ¿Criminológicamente cómo ver la situación?
En criminología se recurren mucho a los perfiles, el problema es que no son muy claros. Sería aventurado generar un perfil sobre estas personas, no hay uno específico, si esas personas son de 15 a 18 años, si son solteros o si miden de 1.70 a 1.80 metros. Necesitamos hacer un estudio más a fondo de los sujetos que cometen estas atrocidades y podríamos sacar un perfil descriptivo sólo de estos sujetos.
Lo que sí podemos es generar una serie de características que nos llevan a tener una sociedad como la actual y que aplica en estas situaciones abominables. Es precisamente en las sociedades modernas que se genera un desmoronamiento de tres elementos importantes. Uno: la dignidad humana; dos, el sentido de probidad, que nos cohesiona, reconstruye el tejido social y, una parte muy importante, es ver cuándo estos sujetos dejaron de ver un valor preciado. Es el punto neurálgico, qué les habrá pasado a estos individuos para maten a más de 145 personas y de qué forma lo hayan asesinado.
Hasta dónde sé, en las narcofosas de Tamaulipas no se han encontrado cabezas, pero sí en Durango y también hay cuerpos destazados. Ese tipo de violencia aniquiladora es material y simbólica.
Insisto, estamos inmersos en el desmoronamiento de tres principios básicos que construyen el tejido social. ¿Por qué los pierden? Si una persona hace estas atrocidades es que los ha perdido. ¿Qué pasa? Alguno de los estudios más actuales sobre brutales delitos nos muestran —testifican algunas de las hipótesis— que son personas que son muy cotidianas o vulgares y, por lo regular, adoptan la crueldad como una parte sistemática de resolver los conflictos de la vida cotidiana.
En su infancia, juventud o adultez han estado relacionados directamente con violencia, llámese familiar, de género, institucional. Se desarrollan en un núcleo social virulento o han sido violentados. No es extraño que las organizaciones criminales más estructuradas los capten y los pongan al servicio de una actividad de sicariato. Personas con estas características es más fácil que puedan adaptarse a situaciones atroces.
Por otro lado, tenemos, es cierto, que este tipo de hechos son cometidas por jóvenes y hasta menores de edad, tenemos el caso del Ponchis, este niño de 13, 14 años, un verdadero sicario. Historias como la del Ponchis hay muchas más. Regularmente un niño juega con pistolas de plástico, no con pistolas de verdad.
¿Qué pasa en nuestra sociedad que deja el plástico y toma el metal? Esto no tiene otra respuesta que no se quiere aceptar, o se toma como ya dicho y tiene que ver con la destrucción del tejido social. ¿Cómo formamos a nuestros jóvenes? ¿Dónde están nuestras instituciones que ayudan a que este joven tenga un “buen camino”, una vía entendida como una persona que no infringe la norma?
Tenemos una serie de desestructuración de instituciones primarias: la familia. En las sociedades modernas el papá y la mamá salen a trabajar, el niño queda abandonado, se sale a la calle y adopta una forma de practicar su socialidad de una manera distinta, que los posiciona en situación de riesgo para ser captados por organizaciones criminales.
Violencia, bien de consumo
La violencia se ha convertido en un bien de consumo de las sociedades y la gente más cruel, es muy admirada y eso hay que verlo con cuidado. Ese antivalor genera un motor para que las personas sean más violentas por el respeto que pueden tener dentro de las organizaciones criminales.
Se habla de que se roba o mata para seguirse drogando, aquí en realidad, la situación se invierte, es decir, se droga para poder robar, matar, pero no es que los droguen, sino que ellos mismos buscan una serie de estímulos, de sustancias que inhiban esas reacciones fisiológicas que impiden transgredir estos valores ya comentados.
Es cierto, algunas personas utilizan sustancias para realizar actividades brutales, pero no todas. También gente que lo hacen con todos sus sentidos, muy planificado y esas sustancias son vehículo para generar los asesinatos y las narcofosas. Es la violencia como artículo de consumo, como algo que se valora, la violencia combatida con violencia.
Una de las tesis, principalmente de los psicólogos, los psicobiólogos, tiene que ver con la hipótesis de la psicopatía, asumen que las personas que cometen estos actos tan atroces, la gran mayoría podría constituir un acto psicopático. ¿Qué quiere decir? Que tiene una serie de características generales, que es la pérdida de empatía. No puede ponerse en los zapatos de los demás, es decir, no identifica esas emociones o esos sentimientos que atraviesa la otra persona y así poder tener piedad de ella.
Una de las grandes hipótesis es que no hay una correspondencia entre la emoción y el sentimiento, es decir, que donde se debería sentir una cierta emoción como el miedo se siente otra, como la euforia o la alegría. Este cruce de cables hace posible que las personas puedan generar cuadros tan salvajes.
Esta parte de la psicopatía tiene que ver con falta de correspondencia. Son puntos de vista diferentes, uno desde un punto de vista individual que tiene que ver con este perfil psicopático que posiblemente podrían tener estas personas y por el otro lado, un marco de referencia mucho más profundo y estructural que tiene que ver con la pérdida de valores, con la descomposición del tejido social; el desmoronamiento de las instituciones que ayudan a contener a estos jóvenes: escuela, trabajo, familia. Ahí está el problema, se dice mucho pero se actúa poco en ese sentido.
Destrucción de lo humano
¿Cuáles podrían ser los escenarios? ¿Se acendrará más la violencia?
Es un hecho que bajo la inercia que estamos no sólo en México, sino en el mundo entero, giramos hacia una destrucción de lo humano. Si no nos fortalecemos a través de la educación, de la cultura, de la misma economía, vamos directo a eso. Estamos en una sociedad de consumo donde el valor lo tienen actividades como comprar, consumir cosas y no tanto el respeto al otro.
Aquí la política pública debe ser encaminada a reforzar valores que estamos perdiendo y no a desestabilizarlos más y apoyar valores como la producción, el consumo, el dinero, esto nos tiene enajenados.
No es posible que una persona pueda matar a otra por mil 500 pesos o hasta por menos. En la medida en que no invirtamos en esta escala de valores, el mundo va hacia la destrucción.
Entonces, esto irá de mal en peor cuando por esta lucha contra el narcotráfico ha disminuido la inversión en educación y cultura.
Es un discurso esquizofrénico, en la medida en que se han hecho a un lado elementos de prevención de la delincuencia, se fortalecen los elementos de coerción. El plan de seguridad debe de tener un gran sustento en la prevención, claro, se necesita la coerción; y agrego uno más, la rehabilitación, que tiene que ver con la reinserción.
En la medida en que fortalecemos la coerción esto no va funcionar y varios autores lo manejan. Investigaciones en Canadá, Estados Unidos, Europa han demostrado que invertir a esta parte de desarrollo social, en la medida que se integren, que no se excluya, tendrá unos efectos mucho mayores.
No sólo es el dinero o la economía, como antes se creía por la pobreza de la gente, porque no sólo es ésta, sino la pobreza al acceso a los derechos fundamentales: el acceso a la cultura, a la educación, al recreo mismo y al mismo ocio. Vale más un gramo de prevención que un kilo de represión. Bajo este panorama, la política está encaminada reducir esta parte de la educación y la cultura, y en los hechos está manifestando los resultados.
No le apuntemos sólo a la violencia como medicina para combatir la violencia. Hay que ver la prevención, el problema es que no es políticamente rentable. Existe un grave problema, la seguridad también se está politizando y si llegamos a ver a la seguridad pública nacional como un bien político, estaremos cada vez peor.