Patricia Gutiérrez-Otero


A Coco, a Chela, a Javier…
Primero vinieron a buscar a los comunistas, y yo no hablé porque no era comunista. Después vinieron por los socialistas y los sindicalistas, y yo no hablé porque no era lo uno ni lo otro. Después vinieron por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. Después vinieron por mí, y en ese momento ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí.
Bertolt Brecht

 

Nos duelen todos los jóvenes muertos en este sexenio fatal. Quizá la muerte de Juan Francisco Sicilia Ortega —muchacho entrañable— sea la del inocente que despierte conciencias y mueva cuerpos al ser hijo de un hombre reconocido en el mundo cultural y político.

La bondad es anterior a la maldad, según sostiene la más profunda corriente espiritual del catolicismo. En todo ser humano hay un magnum luminoso, oculto tras capas psíquicas, culturales o físicas oscuras, frías, negativas, inclinadas a la muerte. Por eso, Jesús, el gran inocente, pudo exclamar, mientras sufría la tortura de los crucificados: “Perdónales, Padre, pues no saben lo que hacen”.

Frente a crímenes atroces nos cuesta trabajo creer en la bondad presente, siempre, en cualquier ser humano y en su posibilidad de conversión, de regreso al magnum amoroso. Por eso, no nos gustaría toparnos con un psicópata o con un perverso, pues nos costaría mucho trabajo ver en él la “imagen de Dios” y lo más probable es que no tuviéramos la entereza para pedir perdón por ellos. Quizá para ello hay que aceptar, como lo hace Jean Vanier, la tendencia asesina que existe en cada uno de nosotros, pero que, en general, es frenada por nuestra educación que desarrolla la conciencia y la intuición moral, mínimo indispensable para la vida en sociedad. Como bien lo dijo el sociólogo Émile Durkheim en Formas elementales de la vida religiosa, parafraseo de memoria, “no importa si Dios existe, lo que importa es que la religión contenga a la sociedad y le dé orientación”. La religión unifica a la sociedad en base a ciertos valores. No estamos de acuerdo con esa postura pragmática, pero sí reconocemos que los valores de una sociedad crean cierto tipo de individuos. Desde el siglo xviii, Bernard de Mandeville, en su “Fábula de las abejas”, habló de la exaltación de los vicios privados como virtudes públicas, fundamento de la economía capitalista o neoliberal. La búsqueda egoísta del bienestar individual llevaría a una buena sociedad. ¿Qué tiene esto que ver con la bondad primigenia del ser humano y la violencia que hoy vivimos en nuestro destrozado país, como destrozados son los cuerpos de muchos? Que el tipo de economía y cultura en la que estamos crea seres humanos enfermos, unos más que otros. Seres ávidos, deseosos, ambiciosos, hiperindividualistas, procurando sólo su propio bienestar o el de sus familiares porque una extensión suya. Es lo que la encíclica de Juan Pablo ii, Sollicitudo Rei Socialis, llamó “estructuras de pecado”: estructuras sociales que fomentan los vicios públicos como si fueran virtudes.

En un acto de fe en el ser humano, sabiendo que estamos en una época de pérdida de referentes salvo los que nos da la sociedad de consumo, llamo a políticos, a empresarios, a medios de comunicación, a miembros del crimen organizado, a las Iglesias, a los ciudadanos y ciudadanas a entrar en ese fondo luminoso que quiero creer que existe en todos, por más desfigurado y oculto que éste, para desde ahí entrar en una búsqueda de lo que es verdaderamente valioso en nuestro transitar por esta tierra. Para todos nosotros, luz y perdón.

Además, opino que hay que meditar a fondo la frase de Bertolt Brecht, escrita durante la época nazi y movilizarnos.