Mary Carmen Sánchez Ambriz

Una de las cosas que más celebraba Salvador Elizondo (Ciudad de México, 1932-2006) era contemplar una tarde soleada en el jardín de su casa: allí se sentaba a fumar y a reflexionar. “No me da miedo la muerte. Para mí, morir es como cuando uno duerme y no sueña. No creo que haya un cielo y un infierno, tampoco un Dios con barbas. Existe un principio general del universo y por ése me guío”, solía decir.

Al cumplirse un lustro de su fallecimiento, lo recordamos con la siguiente conversación, acaso una de las últimas que tuvo lugar en su casa de Coyoacán.

El eterno joven

—Usted ha mencionado que desde niño aprendió a dividir la vida, a la manera de Gracián, en tres etapas: en la primera de ellas por la lectura se dialoga con los muertos; luego viene el tiempo para hablar con los vivos, lo que implica escribir, conversar, viajar, enamorarse; finalmente, llegan los días en que uno habla consigo mismo.

—Sí, y ya estoy en la tercera etapa.

—¿Cómo son esos diálogos con usted mismo?
—Muy caóticos. Todo es cuestión de recordar y de tener algunos remordimientos.

—¿Se arrepiente de algo?
—Sí, me arrepiento de muchas cosas como de haberme portado mal cuando era niño, de haber hecho sufrir a mis padres, de todas esas peripecias.

—¿Usted era un niño rebelde, por eso lo enviaron a una escuela militar?
—No, me mandaron para que aprendiera inglés. Las escuelas de internos generalmente eran de militares, pero no fue por un motivo en particular.

—¿Cuál es la época de su vida que más valora?
—Supongo que la juventud y la primera madurez. A mí la madurez me llegó muy tarde: fui joven por mucho tiempo.

—De algún modo durante esa época usted era una especie de personaje de sus libros, de su propia obra.
—Sí, en cierta forma.

—O al menos jugaba a eso públicamente.
—La personalidad pública es algo muy diferente a la personalidad íntima. Quizás hay ahí un abismo entre las dos. En público siempre está uno tratando de aparentar algo.

—¿Ha seguido frecuentando a los escritores de su generación?
—No, casi no salgo y veo a muy poca gente.

—¿Octavio Paz era un interlocutor constante?
—Sí, era mi amigo. Después nos peleamos, pero fue mi amigo casi todo el tiempo.

 

Los sueños del escritor

—¿Sigue siendo usted un buen lector?
—Ya no. Últimamente he dejado de leer porque estoy enfermo de conjuntivitis y me lloran los ojos cuando ejercito mucho la vista. Así que por ahora estoy en receso, pero escribo mucho. Escribo en mis cuadernos reflexiones personales y cosas que se me ocurren.

—¿Son recuerdos?
—No, reflexiones.

—¿Cuántos cuadernos tiene?
—Como cien. Son como los libros de actas.

—¿Tiene algún horario o un momento del día que usted prefiera para escribir?
—No, ninguno. Escribo en la cama. Me meto a la cama temprano y ahí me pongo a escribir en mis cuadernos hasta que me quedo dormido.

—¿Sueña mucho?
—Últimamente sí, pero sólo en la segunda parte del sueño, cuando ya me voy a despertar es cuando se producen imágenes.

—¿De qué tipo?
—No lo sé, nunca he podido precisar exactamente en qué consiste mi sueño. Siempre son situaciones indeterminadas, en donde todo resulta muy disperso.

—¿Ha pensado en el destino que pudieran tener sus cuadernos?
—No me interesa su destino, solamente no quiero que se publiquen hasta veinticinco años después de mi muerte, para evitar cualquier alusión a personas vivas.

—¿Y en esos cuadernos también frecuenta el dibujo?
—Sí, tuve una etapa gráfica porque fui pintor, hay algunos dibujos pero ya no me interesan.

—¿Tampoco le interesa la ficción?
—En términos generales nunca me he interesado por géneros precisos de la literatura. Escribo casi siempre lo que se me va ocurriendo, sobre todo ahora, antes sí tenía más o menos ciertos planes para seguir en mis escritos, pero ahora son menos.

—¿Ha terminado por preferir alguno de sus libros? Usted ha mencionado que le gusta mucho Farabeuf.
—No lo sé. Los libros son como los hijos, no se puede tener preferidos, a todos los admite uno. Hay libros que me ha gustado más escribir, más que leer, como Miscast, una obra de teatro que publiqué hace algún tiempo. Me divertí mucho escribiéndola.

 

El libro no deseado

—Hace un par de años se reeditó su Autobiografía, un libro que usted había hecho a un lado…
—Yo ya no soy responsable de esa Autobiografía, lo que digo en ella son mentiras o imaginaciones. A los treinta y tres años que tenía cuando la escribí no se puede tener una visión del mundo como para escribir una autobiografía, la hice porque me la encargaron. Es un libro que no reconozco ya como válido, como lo menciono en el prólogo, no tiene ningún valor porque ya ha pasado mucho tiempo y la visión que tenía de la vida en aquella época no corresponde con la que tengo ahora. Han pasado muchas cosas que han cambiado completamente mi panorama de la vida.

—Quienes han leído Farabeuf y han revisado la Autobiografía encuentran un diálogo entre ambos libros. De alguna manera, la Autobiografía se volvió una parte de la novela.
—Es cuestión de ellos, no creo que haya ninguna relación.

—¿Por qué se animó a editarla de nuevo?
—Porque me insistieron mucho, yo no quería pero ellos sí.

—Ese pasaje en donde el personaje o el escritor empieza a golpear a la mujer y se da cuenta que ella adopta las mismas posturas de cuando hacen el amor es muy curioso.
—Es un momento efectista.

—¿Podría ser válido como ficción?
—Sí, pero no lo hice como ficción. Está mal hecho, hice mal en escribir ese libro.

—En esta nueva versión figura uno de sus poemas. ¿Usted ya no escribe poesía?
—El poema lo incluyeron mis editores. Ya no escribo poesía, pura prosa.

—¿A su libro de poemas le ocurrió lo mismo que a la Autobiografía?, ¿quiere borrarlo?
—No, lo que pasa es que soy muy crítico y mis poemas, para mi gusto, no eran buenos. Hay algunos que le gustan a la gente pero a mí no.

—Usted daba clases de poesía en la Universidad, en esos años preparó la antología Museo Poético. ¿Como lector de poesía hizo un camino paralelo a su escritura?
—Sí, yo aprendí mucho, más que mis alumnos seguramente. Esa antología la preparé para mi curso de poesía. Primero daba clases en la Escuela de Verano para Extranjeros, luego en la Facultad de Filosofía y Letras. El libro perdió un poco su orientación o el destino para el que fue hecho.

—¿De qué poetas mexicanos le gustaba hablar en ese entonces?
—Siempre me interesó José Gorostiza. Tuve la oportunidad de entrevistarlo, fui el penúltimo que sostuvo una conversación con él antes de que muriera; la última fue Elena Poniatowska, pero ella dejó muchas cosas en el aire. Recuerdo que le pregunté a Gorostiza cómo había escrito Muerte sin fin. Entonces él respondió: “Como se ponen los ladrillos para hacer una casa”. Primero escribió todo el poema, luego lo recortó y lo fue pegando con cierto orden. Eso para mí fue muy ilustrativo porque hasta ese momento comprendí que el sistema de Muerte sin fin es clasificatorio. El lema de Paul Valéry es transit clasificando (morir clasificando). Y sólo es ir ordenando las cosas de acuerdo a un sistema general del universo, además de seguir la secuencia natural: vida, semillas, plantas: el ciclo de las transformaciones de la naturaleza.

Tanatología elizondiana

—¿En algún momento ha pensado en ya no escribir más?
—No. Escribo pero ya no para publicar. Es relativamente fácil publicar y eso ya no me interesa. Es suficiente con lo que tengo. Ya no tengo gran cosa que decir en forma de libro, ahora escribo pensamientos sueltos.

—¿Lamenta que el cine, la literatura, la música, los toros se vayan quedando atrás?
—No, ahora pienso que hay cosas más importantes como prepararme para morir, que será el próximo acontecimiento importante en mi vida.

—¿Qué implica esa preparación?
—Estar en buena disposición y no tenerle miedo a la muerte. A los setenta años, estadísticamente, ya es un momento para prepararse. Tal vez podría vivir quince o veinte años más si llevara otro tipo de vida; pero como fumo, no hago ejercicio, bebo whisky… Debo ser realista.

—¿Hay algo que le hubiera gustado realizar?
—No quiero presumir pero creo que no. Hice todo lo que más o menos quise hacer: no añoro.

—Usted dice no estar muy consciente del lugar que ocupa en la literatura, pero hay muchos lectores que lo siguen y autores que reconocen en usted una influencia.
—Soy muy conocido pero no muy leído. Es un fenómeno raro. Por ejemplo, no me he ganado mucho dinero con las regalías de mis libros sino que he hecho dinero con mi carrera de profesor y con becas.

—Tiene pocos pero buenos lectores.
—No sé si buenos.

—O fieles.
—Por lo menos atrevidos.

*En colaboración con Alejandro Toledo.