Vicente Francisco Torres
(Segunda de tres partes)
“Borges y la tele”, un ensayo de menos de seis páginas, empieza con una anécdota de Monterroso quien, mientras preparaba una edición de La araucana para Nuestros Clásicos de la unam, descubrió que en el poema se hablaba de una gran poma milagrosa, de un aleph de piedra que Borges no citó entre los antecedentes del suyo. Y esto da pie para que Barrientos proponga su teoría pero, además, al comentar varias biografías y anecdotarios, nos explique y argumente por qué en “El aleph” hay una sátira al nacionalismo literario y referencias displicentes a la poesía de Neruda. Y de aquí pasamos a la historia de los encuentros que tuvieron el argentino y el chileno, a las mujeres que cruzaron por las vidas de ambos y una especie de competencia que terminó cuando Borges y Neruda fueron finalistas en la carrera del Nobel.
Vistos desde esta óptica, los mejores ensayos de Barrientos son una bocanada de aire fresco en el campo de los estudios literarios de nuestro país, que se han vuelto áridos, ensimismados, pleonásticos y solemnes.
Si Barrientos gusta de las aseveraciones provocativas, cuando habla de Torri lo que hace es lanzar una bomba, porque aventura varias ideas que, lejos de minimizar la figura del escritor homeopático, la explican y la colocan en su justa dimensión. Como no sería adecuado glosar lo que Barrientos tiene destilado en un ensayo de apenas dos hojas y media, entresaco sus aseveraciones más significativas: “Torri es una de las más curiosas supersticiones de nuestras letras (…) ahora resulta que no era el paradójico escritor que no escribía sino simplemente un escritor; esa paradoja, sin embargo, tiene mucho que ver con su éxito. Un éxito debido a su fracaso. Tal vez Torri sabía que, sobre todo en este país, lo único que no se perdona nunca es el talento y lo ejerció con cautela; en todo caso, la simpatía que siempre ha despertado me parece sospechosa y me recuerda la que inspiraba Rulfo durante sus últimos años. Hay quienes escriben para que los quieran; a Torri y a Rulfo se les quiso porque no escribían; ambos, en cierta forma, se habían vuelto inofensivos…”.

