Al próximo primer mandatario
El mayor crimen está no en los que matan, sino en los que no matan, pero dejan matar. José Ortega y Gasset
José Fonseca
La violencia criminal, con un alto costo político para el presidente Calderón y un inaceptable costo en vidas de mexicanos, se encamina a ser la herencia envenenada de este sexenio a quienquiera que le suceda como inquilino de Los Pinos.
A casi 20 meses de dejar el Poder, el régimen enfrenta el desgaste político que significan más de 30 mil personas asesinadas, más las que se sumen en lo que falta para que termine el sexenio.
Un amplio sector de la sociedad mexicana está harto de la violencia de la guerra contra el crimen organizado.
Esa guerra, emprendida en diciembre de 2006 por el gobierno del presidente Calderón, está sujeta a innumerables críticas y es ya utilizada con fines políticos.
No hay duda que inicialmente, ante los informes de la infiltración del crimen organizado en Michoacán, se tomó la decisión de combatirlo con todos los recursos del Estado, incluidos el ejército y la marina.
Es posible que el diagnóstico utilizado para emprender esta guerra fuera insuficiente y equivocado. Es posible que la guerra se haya emprendido con el fin de fijar desde Los Pinos la agenda nacional. Quizá la estrategia deba revisarse y corregirse.
No importa, pues equivocada o no, sangrienta o no, esta guerra contra el crimen organizado es un hecho que forma parte ya de la realidad nacional.
Parte de esa realidad es la participación del ejército y la marina en esta guerra. La obediencia castrense, su sujeción al poder civil, los mantiene desde hace ya más de cuatro años en los que arriesgan todo, prestigio y honor militar, por la improvisación con que fueron llamados a salir a las calles, sin ninguna protección legal.
Esa presencia militar en la guerra contra el crimen organizado he desnudado la incapacidad de las policías locales y estatales para enfrentar un desafío que, contra lo que se pensó hace cuatro años, hoy es el mayor desafío al Estado mexicano en más de 80 años.
Todos, incluidos los medios, estamos aturdidos y asustados por la creciente violencia. “Sin precedentes”, como dicen en Washington.
Realidad que no cambia con reclamos ni los justificados y doloridos gritos de “estamos hasta la madre”. O las politizadas campañas de “ni una gota más de sangre”.
Eso no cambia la realidad actual. La tenaz y brutal realidad de un crimen organizado muy violento, que lo mismo maneja narcotráfico que venta de protección y extorsiones, o secuestros, atracos carreteros y tráfico de personas.
Una realidad que difícilmente podrá cambiar el presidente Felipe Calderón en los 20 meses que le restan a su sexenio.
Una realidad que tendrá que ser enfrentada y confrontada por el próximo Presidente de la República, para impedir que continúe la descomposición de la sociedad mexicana.
¿Cómo? Ya lo decidirán los candidatos a la Presidencia desde sus campañas, porque no podrán esperarse a tomar posesión.
Esa es la herencia envenenada que dejará el gobierno calderonista para el próximo sexenio.
jfonseca@cafepolitico.com